La flor del clan Mcgregor

Capitulo 55

La promesa compartida bajo la tenue luz de la boda de Malcolm y Alana había sembrado una delicada semilla de esperanza en el corazón de Neilan y Aileen. En los días que siguieron a la celebración, se percibía una sutileza diferente en sus interacciones Compartían miradas más largas, sus conversaciones se extendían en el tiempo y el espacio, y aunque la sombra del pasado aún se proyectaba entre ellos, una nueva calidez comenzaba a templar la frialdad que los había separado durante tanto tiempo. Neilan cumplía su promesa con pequeños actos de consideración y paciencia, permitiendo que Aileen se abriera a su propio ritmo. Ella, a su vez, respondía con una cautelosa apertura, permitiendo que la vulnerabilidad que había mostrado en la cabaña floreciera en momentos de tranquila intimidad, construyendo ladrillo a ladrillo los cimientos de una confianza largamente ausente.

Sin embargo, esta incipiente paz era frágil, amenazada por las sombras que aún se movían en Eilean Donan y más allá de sus muros. Gregor y sus seguidores, consumidos por el resentimiento y la sed de venganza por la muerte de Colin, continuaban reuniéndose en secreto en las profundidades del castillo y en los oscuros confines de los campamentos de los guerreros. Susurros conspirativos llenaban las esquinas oscuras y las fogatas nocturnas, alimentando un plan para desestabilizar el liderazgo de Neilan y, a sus retorcidos ojos, vengar la memoria de su antiguo líder. Sospechaban profundamente de la versión oficial de la muerte de Colin, alimentando la creencia de que Aileen Mackenzie había jugado un papel mucho más siniestro y que Neilan la estaba encubriendo. Gregor, con su lengua venenosa, sembraba la duda y la desconfianza entre los guerreros más jóvenes y aquellos que aún sentían lealtad hacia Colin, preparando el terreno para una posible traición interna.

Mientras tanto, las noticias de las fronteras eran cada vez más alarmantes, llegando a Eilean Donan con la urgencia de los mensajeros exhaustos. Los exploradores de Neilan informaban de incursiones cada vez más audaces por parte de los Cameron, ya no solo cautelosos reconocimientos, sino pequeños ataques a puestos avanzados, caravanas de suministros y aldeas fronterizas, dejando tras de sí un rastro de destrucción y muerte. La muerte de Colin había encendido una furia latente y un deseo de represalia en el clan Cameron, y bajo el liderazgo del astuto y ambicioso Alaric, parecían estar reuniendo fuerzas y forjando alianzas con otros clanes vecinos descontentos con el creciente poder e influencia de los McGregor, creando una coalición amenazante que se extendía a lo largo de las fronteras del sur, como una tormenta a punto de desatarse.

Neilan se encontraba cada vez más preocupado, su mente dividida entre la incipiente esperanza de reconstruir su relación con Aileen y la inminente amenaza que se cernía sobre su clan desde dos frentes distintos. Las largas horas dedicadas al estudio de mapas, a la planificación de estrategias defensivas y a las tensas reuniones con Cailean y sus comandantes lo mantenían despierto durante las largas noches, su rostro marcado por el cansancio y la creciente ansiedad. Sabía que debía estar preparado para la tormenta que se avecinaba, una tormenta que amenazaba con destruir la frágil paz que comenzaba a florecer en su hogar y en su corazón, y que podría arrastrar a todo su clan a una guerra devastadora.

En medio de esta creciente tensión y la sombría perspectiva del conflicto, la vida continuaba en Eilean Donan, aferrándose a los pequeños momentos de alegría. Johanna y Evan esperaban con una mezcla de ilusión y nerviosismo la llegada de su primer hijo, y los preparativos para su nacimiento se entrelazaban de manera surrealista con las precauciones militares y los planes de defensa del castillo. Malcolm y Alana disfrutaban de sus primeros días de matrimonio, encontrando consuelo y fortaleza el uno en el otro mientras la sombra de la guerra se acercaba inexorablemente.

Una noche, mientras Neilan, con el rostro iluminado por la tenue luz de las velas, revisaba mapas y estrategias en su estudio, la puerta se abrió en silencio y Aileen entró. Se acercó a la mesa con pasos suaves y colocó su mano sobre la de él, deteniendo sus movimientos. Su toque, aunque ligero, transmitía una firmeza inesperada y lo hizo levantar la vista, encontrándose con sus ojos grises, ahora llenos de una determinación tranquila.

—Neilan —dijo Aileen con una voz suave pero firme, desprovista de la frialdad habitual—. Sé que estás preocupado. Veo el cansancio en tus ojos y la carga en tus hombros. Yo también lo estoy. Pero recuerda que no estás solo en esto. Este clan también es mi hogar, y tú... tú eres mi esposo. Juntos enfrentaremos lo que venga.

Sus palabras, sencillas pero cargadas de un significado profundo y una promesa implícita de apoyo incondicional, fueron un bálsamo inesperado para su alma cansada. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que realmente estaban unidos, hombro con hombro, listos para enfrentar las tormentas que se avecinaban como un frente unido.

Esa noche, en la intimidad de sus aposentos, Aileen soñaba con esa futura boda, compartía con Neilan sus planes; él la escuchaba atentamente, se quedaron mirando y, como un impulso, Neilan la besó. Ella correspondió a ese beso, él la agarró por la cintura, subiéndola encima de él; mientras la besaba, le quitó su camisón, la levantó un poco para poder entrar dentro de ella. Aileen soltó un grito de placer; llevaba tiempo que no sentía esa sensación. Empezó a moverse lentamente, mientras que Neilan la tenía agarrada por la cintura. De pronto, Aileen se paró, imaginando esa noche que tuvieron Isla y Neilan.

—Neilan, lo siento, no puedo… yo —dijo Aileen.

—Cariño, eso es pasado, olvídalo. Es cierto que estoy arrepentido, pero vamos a mirar hacia delante, vamos a formar una nueva vida juntos —dijo incorporándose.

Aileen lo miró y asintió; tenía que olvidar ya todo. Se besaron; aun encima de él, siguió moviéndose. De moverse lentamente, fue acelerando hasta terminar los dos juntos.




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