El suave murmullo del viento que acariciaba las cortinas de lino era la única intrusión en la quietud de sus aposentos. Neilan, recostado junto a Aileen, la observaba dormir. La serenidad de su rostro contrastaba con la tormenta de emociones que a menudo veía en sus ojos despiertos. Lentamente, con una ternura palpable, deslizó un mechón de cabello oscuro de su mejilla
Al sentir su tacto, Aileen parpadeó y sus ojos grises se encontraron con los de él. Una suave sonrisa curvó sus labios.
—Buenos días —susurró ella.
—Buenos días, milady—respondió Neilan, su voz cargada de un amor que ya no necesitaba ser contenido. ¿Descansaste bien?
Ella asintió, su mano buscando la de él y entrelazando sus dedos. Era un gesto pequeño, pero para Neilan significaba un mundo.
—Este matrimonio es real, Aileen —dijo él, su mirada profunda y sincera. Te amo. Más de lo que las palabras pueden expresar. Y juro que cuando todo esto termine, cuando la paz vuelva a nuestro hogar, te daré la boda con la que siempre soñaste. Una celebración de nuestro amor, sin sombras ni miedos.
Aileen apretó su mano, sus ojos llenos de una emoción contenida. —Lo creeré, Neilan. Y lo esperaré.
Mientras su intimidad florecía en la quietud de su dormitorio, la conspiración de Gregor seguía su curso en las sombras de Eilean Donan. Reunía a sus leales, alimentando su resentimiento y preparando el momento para desafiar abiertamente a Neilan.
La llegada del Rey y sus clanes aliados trajo consigo un refuerzo bienvenido y una sensación de unidad ante la creciente amenaza de los Cameron. El gran salón se convirtió en un centro de estrategia, donde mapas se extendían sobre las mesas y los líderes discutían planes para un posible ataque. Neilan se encontraba en su elemento, su mente aguda analizando cada escenario, su determinación inquebrantable.
Una mañana, mientras los guerreros entrenaban en el patio de armas, Alana, Collie y Aileen daban un paseo por los jardines. La primavera había estallado en una explosión de color, y el aire era dulce con el aroma de las flores. Collie, la fiel criada de Aileen, caminaba a su lado, con el rostro ligeramente sonrojado.
—Milady —comenzó Collie con voz tímida—, hay algo que me gustaría confesarle.
Aileen la miró con curiosidad. —Claro, Collie. ¿Qué sucede?
Collie tomó aire profundamente. —Mis sentimientos... hacia Breixo... son más profundos de lo que deberían ser entre una criada y un guerrero. Lo amo, milady, Y temo que nunca me corresponda.
Desde la distancia, Malcolm observaba el grupo, velando por la seguridad de su esposa y su cuñada. Breixo también se encontraba cerca, atento a las órdenes de Malcolm.
De repente, un ruido seco rompió la tranquilidad del jardín, seguido de varios gritos ahogados. Malcolm y Breixo se giraron al instante, sus corazones latiendo con un presentimiento terrible. Corrieron hacia el lugar de donde provenían los gritos y se horrorizaron al ver a Aileen en el suelo, la sangre tiñendo la hierba a su alrededor. Una flecha sobresalía de su brazo. Los hombres de Gregor habían atacado desde los arbustos aprovechando la relativa despreocupación del momento.
—¡Aileen! —gritó Malcolm, su voz desgarrada por el terror.
Al escuchar el grito de su hermano, Neilan corrió desde el patio de armas, con la espada desenvainada. La visión de Aileen herida lo paralizó por un instante, el miedo helándole la sangre en las venas.
Se agachó para coger a Aileen, pero esta se quejó: —Neilan, me duele mucho. —Neilan miró donde más había alcanzado las flechas; aparte del hombro, vio que le había rozado el costado.
Neilan se levantó furioso, mandó a sus guerreros a buscar a los culpables.
—Neilan, este ataque iba directamente hacia Aileen —dijo Malcolm, furioso de ver a Aileen en el suelo sangrando.
Los guerreros llegaron con el mensaje de que los hombres de Gregor habían huido.
Con cuidado y urgencia, Neilan levantó a Aileen en sus brazos. Ella gimió de dolor, su rostro contraído por la preocupación. La sangre empapaba su camisa y la visión de su esposa herida lo llenaba de una rabia fría y calculada. La llevó rápidamente hacia el castillo, ignorando las preguntas y las miradas de los guerreros que se acercaban alarmados. Su único pensamiento era ponerla a salvo y llamar a Morag.
La llevó directamente a su habitación Johanna. Al ver a Aileen en brazos de Neilan, pálida y con la ropa ensangrentada, dejó escapar un grito ahogado y se echó a llorar, temiendo lo peor. Evan la abrazó con fuerza, intentando consolarla mientras Neilan depositaba suavemente a Aileen sobre la cama.
Morag llegó apresuradamente, con su bolsa de hierbas y vendajes. Con manos expertas y rápidas, examinó la herida en el brazo de Aileen. La flecha había atravesado limpiamente, pero la pérdida de sangre era considerable. Mientras Morag trabajaba para detener la hemorragia y limpiar la herida, el silencio en la habitación era pesado, roto solo por los sollozos de Johanna y las palabras tranquilizadoras de Evan. Neilan permanecía junto a la cama, su mirada fija en Aileen, su rostro reflejando una mezcla de angustia y determinación.
Una vez que la herida de Aileen estuvo limpia y vendada, y Morag aseguró que descansaría, Neilan se dirigió al gran salón. El Rey y los líderes de los clanes aliados ya se habían reunido, con sus rostros serios y preocupados por las noticias del ataque. La audacia de los hombres de Gregor, atacando tan cerca del corazón de Eilean Donan, no podía ser ignorada.
—Mi Señor —comenzó Neilan, su voz firme y autoritaria, aunque con un matiz de furia apenas contenida. Este ataque a mi esposa es una declaración de guerra no solo contra mi clan, sino contra todos los que estamos aquí. Gregor y sus seguidores deben ser detenidos, y esta guerra con los Cameron... debe terminar.
El rey asintió con gravedad. —Estoy de acuerdo, Neilan. Este acto de cobardía exige una respuesta. Hemos unido nuestras fuerzas para poner fin a esta contienda. ¿Cuál es tu plan?