La flor del clan Mcgregor

Capitulo 59

La espera en Eilean Donan terminó con la llegada del sol de la tarde, tiñendo el cielo de tonos dorados y carmesí. El sonido de los cascos de los caballos acercándose llenó el aire, y una multitud ansiosa se congregó en el patio para recibir a los guerreros victoriosos. Aileen, apoyada en Alana y Johanna, se adelantó con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho

Cuando Neilan desmontó de su corcel, su rostro cansado pero iluminado por una sonrisa al verla, sus ojos se encontraron. Por un instante, el bullicio del patio desapareció, y solo existieron ellos dos. Corrió hacia ella, sin importarle las miradas de los demás, y la abrazó con fuerza, un suspiro de alivio escapando de sus labios.

—Estás bien —murmuró, aferrándola como si temiera que pudiera desvanecerse. Estaba tan preocupado...

—Estoy aquí, Neilan —respondió Aileen, devolviéndole el abrazo con igual intensidad. Sabía que volverías.

El reencuentro fue un momento de profunda emoción para todos los presentes, un testimonio del amor que unía a su Laird y su Lady y de la alegría de la victoria tras la dura batalla.

Una vez que la euforia inicial se calmó, el Rey convocó a un consejo en el gran salón. La victoria sobre los Cameron había sido significativa, debilitando considerablemente su poder y desmantelando sus alianzas. Se acordó una tregua temporal para permitir que ambos clanes recogieran a sus muertos y se reagruparan, pero la amenaza de un conflicto futuro aún pendía en el aire.

Luego, el tema se centró en Gregor y sus seguidores. El Rey, con el apoyo unánime de los líderes de los clanes aliados, dictó su sentencia. La traición dentro de las filas de los McGregor no podía quedar impune. Gregor fue declarado culpable de sedición y de intento de asesinato contra Lady Aileen. Su castigo sería la muerte, como advertencia para cualquiera que osara desafiar la autoridad del Laird y poner en peligro la estabilidad del clan. Sus seguidores más cercanos serían desterrados de las Tierras Altas, despojados de sus tierras y títulos.

La sentencia del Rey fue dura pero justa. La traición de Gregor había sido un acto cobarde que había puesto en peligro a todo el clan en un momento de vulnerabilidad. Su castigo envió un mensaje claro de que la lealtad y la unidad eran primordiales.

En los días que siguieron, Eilean Donan comenzó lentamente a recuperarse de la guerra. Los heridos fueron atendidos, los caídos fueron honrados y se iniciaron los preparativos para reconstruir lo que se había perdido. Neilan y Aileen pasaban cada vez más tiempo juntos, la promesa de su futura boda flotando como una dulce melodía en el aire. La confianza entre ellos se fortalecía con cada día que pasaba, cimentada en el amor y el respeto mutuo que había florecido en medio de la adversidad.

La primavera dio paso al verano y, con él, una sensación de renovada esperanza invadió Eilean Donan. La amenaza de los Cameron aún existía, pero la victoria les había dado tiempo para sanar y prepararse. Y en el corazón del castillo, el amor entre Neilan y Aileen continuaba creciendo, prometiendo un futuro más brillante para ellos y para su clan.

Tras la victoria y la partida del Rey y sus aliados, una calma agridulce se instaló en Eilean Donan. La alegría del triunfo se mezclaba con el recuerdo de los caídos y la conciencia de que la paz era aún frágil. Lentamente, la vida cotidiana comenzaba a retomar su curso, marcada por la reconstrucción, la curación y el fortalecimiento de los lazos familiares y del clan.

Cailean y Leah se preparaban para regresar a las tierras de los MacDonald. Su partida fue emotiva, rodeada del cariño de Neilan, Aileen, Malcolm y Alana. Lachlann, ya un niño curioso y enérgico, se fue no sin antes prometer volver pronto con más historias de sus aventuras. Leah, con lágrimas en los ojos, abrazó a Aileen, agradeciéndole su fortaleza y el apoyo incondicional que siempre le había brindado.

—Volveremos, Neilan, Aileen —prometió Cailean con una firmeza en la voz que reflejaba su lealtad. Estas tierras también son nuestro hogar. Y Lachlann necesita crecer con sus primos.

La promesa de su regreso trajo consigo un rayo de esperanza y la certeza de que, a pesar de la distancia, los lazos familiares permanecerían intactos.

En medio de la lenta recuperación del clan, la relación entre Neilan y Aileen florecía con una ternura cada vez mayor. Las sombras del pasado comenzaban a disiparse, reemplazadas por momentos de profunda conexión y afecto. Neilan llenaba los días de Aileen con pequeños gestos de amor: un paseo al atardecer por los jardines reconstruidos, la lectura de sus poemas favoritos junto al fuego crepitante, una flor silvestre colocada cuidadosamente sobre su almohada.

Una noche, mientras cenaban a solas en el gran salón, iluminado por la suave luz de las velas, Neilan tomó la mano de Aileen y la besó con una delicadeza que le erizó la piel.

—Cada día que pasa, mi amor por ti crece más fuerte —le dijo con una voz cargada de sinceridad. No puedo imaginar mi vida sin ti a mi lado.

Aileen le devolvió la mirada con una dulzura que rara vez mostraba en público. —Y yo sin ti, Neilan. Has demostrado ser un hombre de honor y un esposo maravilloso. Espero con ansias el día en que podamos celebrar nuestro amor como siempre debió ser.

Los preparativos para su boda comenzaron discretamente, llenando el castillo con una atmósfera de dulce anticipación. Johanna, radiante con su embarazo cada vez más evidente, se encargaba de los detalles con entusiasmo, ayudada por Alana y las damas del clan. Se eligieron las telas, se diseñaron los adornos florales y se planificó un banquete que celebrara la unión de su Laird y su Lady.

Malcolm y Alana disfrutaban de su recién estrenado matrimonio, su amor un ejemplo de la felicidad que Neilan y Aileen también anhelaban. Evan seguía protegiendo a Johanna con una devoción palpable, ansioso por la llegada de su hijo. Incluso Breixo y Collie parecían acercarse cada día más, sus miradas tímidas y sus conversaciones silenciosas revelando un afecto mutuo en ciernes.




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