La flor del clan Mcgregor

Epílogo

El castillo de Eilean Donan se encontraba en un estado de expectación. La noticia de que Aileen estaba de parto había puesto a todos en movimiento. Los sirvientes corrían de un lado a otro, asegurando que todo estuviera listo. Las mujeres del castillo se reunían para asistirla, y en los pasillos, Neilan caminaba inquieto, incapaz de quedarse quieto. Evan, Cailean y Malcolm lo observaban con una mezcla de diversión y comprensión

—Si sigues caminando así, vas a desgastar las piedras del suelo —bromeó Evan, recostándose contra una columna. —No me sorprendería si el castillo empieza a temblar —añadió Cailean con una sonrisa.

Malcolm, que se mantenía más serio, le puso una mano en el hombro. —Respira, pronto lo tendrás en tus brazos.

Neilan intentó responder, pero el sonido de un llanto lo dejó paralizado. Sin esperar más, corrió hacia la habitación. Cuando entró, sintió que el mundo entero se detenía. Aileen sostenía a un niño robusto de ojos oscuros, su expresión agotada pero llena de amor.

. —Ewan —susurró ella, su voz casi temblando de emoción. Neilan se acercó lentamente, sus manos temblando al tocar a su hijo por primera vez. La sensación de verlo, de sentir su calidez, era indescriptible. Pero entonces, Aileen sintió otro dolor y un nuevo llanto se sumó al primero. Neilan miró a Morag, quien le sonrió con orgullo. —Tu hija ha llegado también —anunció, entregándole con cuidado una pequeña niña de ojos grises y delicados rasgos. Cuando la sostuvo, sintió que su corazón se detenía por un instante.

. —Elara —susurró Aileen con ternura. Neilan miró a su esposa, y en ese instante, todo el amor que había sentido por ella desde el primer día pareció multiplicarse. —Te amo —murmuró, incapaz de contener su emoción. Aileen, agotada pero llena de felicidad, le sonrió. —También te amo.

El verano había traído consigo la mayor bendición para los Mackenzie. Los meses pasaron, y Eilean Donan celebró la boda de Breixo y Collie. La capilla fue decorada con flores frescas, y el ambiente se llenó de risas y música. Collie, radiante, miraba a Breixo con amor mientras pronunciaban sus votos. Fue una celebración sencilla, pero llena de significado. La unión entre ellos era una prueba de que incluso en tiempos difíciles, el amor podía florecer y fortalecer.

. Un año después, la vida en Eilean Donan rebosaba felicidad. El hijo de Cailean y Leah, un niño inquieto de casi tres años, correteaba por los jardines, riendo mientras su madre lo observaba con una sonrisa cálida. Cailean, de pie junto a ella, le tocó el vientre con orgullo. —Otro pequeño Mackenzie en camino —dijo con satisfacción.

Leah apoyó la cabeza en su hombro, disfrutando del momento. El hijo de Johanna y Evan, con sus casi dos años, ya intentaba imitar a su primo corriendo, tambaleándose con alegría mientras su padre lo alentaba con paciencia. Ewan y Elara, ahora de un año, comenzaban a andar, explorando el mundo con curiosidad. Malcolm y Alana observaban a su propio hijo, un pequeño de la misma edad, riendo mientras intentaba seguir los pasos de sus primos. Morag seguía siendo la guía sabia del castillo, vigilando a todos con cariño. Alastair y Fergus, jóvenes guerreros con cicatrices de batallas pasadas, observaban la nueva generación con orgullo.

—Los Mackenzie han crecido fuertes —murmuró Fergus, viendo a los niños. —Y apenas están empezando —añadió Alastair con una sonrisa.

En una tarde tranquila, Neilan y Aileen decidieron dar un paseo junto al lago. Collie se había quedado con los niños, permitiéndoles disfrutar de un momento a solas. Caminaron en silencio, disfrutando de la paz que había tardado tanto en llegar.

. —Nunca pensé que podríamos llegar a esto —susurró Neilan, entrelazando sus dedos con los de ella. Aileen miró el agua tranquila y sonrió. —Lo hemos merecido. Neilan se detuvo y la giró suavemente para mirarla. —Te amo, Aileen. Y cada día que pasa, lo siento más fuerte. Aileen lo miró, su expresión llena de ternura. —Yo también te amo.

Y mientras el sol descendía sobre el lago, se besaron, dejando que el viento y el agua fueran testigos de su amor. La paz reinaba en Eilean Donan. Pero más importante aún, reinaba en sus corazones.




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