La mañana siguiente al encuentro en la plaza empapada por la lluvia comenzó con un silencio inquietante. El cielo gris cubría el Reino Sombrío, y el aire olía a tierra mojada y hojas marchitas. Lyra se había refugiado en un almacén abandonado, lejos de los guardias y de Kael… al menos, eso pensaba.
Se sentó sobre un barril roto, abrazando sus piernas. La memoria del contacto de Kael aún vibraba en su piel, como si los hilos del destino aún la sujetaran. Cada latido de su corazón resonaba en sus oídos, y la tensión que había sentido durante la noche no había disminuido.
Sus dedos jugaron inconscientemente con el hilo rojo que apenas podía percibir, el mismo hilo que la había guiado hacia Kael. La magia prohibida se agitaba dentro de ella, inquieta y ansiosa. Podía sentir la fuerza de la profecía, como un murmullo que le decía que no había marcha atrás.
—Debo concentrarme —susurró—. No puedo dejar que el miedo me controle.
Pero el miedo no era lo único que la dominaba. Había algo más, algo que no podía nombrar. Atracción, curiosidad… algo que la mantenía atrapada en la red invisible que Kael había activado en ella.
El almacén crujió levemente. Lyra levantó la vista y, para su sorpresa, Kael estaba allí, de pie en la entrada, con la capa todavía húmeda por la lluvia de la noche anterior. Sus ojos eran como abismos oscuros, y el hilo rojo parecía vibrar con cada movimiento que él hacía.
—No pensé encontrarte tan rápido —dijo Kael, con una mezcla de seriedad y suavidad que desconcertó a Lyra.
—Yo tampoco —replicó ella, incorporándose con cautela—. ¿Por qué me sigues?
Kael dio un paso dentro del almacén, manteniendo las manos visibles y relajadas. —No te estoy siguiendo por capricho. El hilo… nos conecta. Y no puedo permitir que algo te suceda antes de que entiendas tu papel en la profecía.
Lyra lo miró, tratando de medir la verdad en sus palabras. Podía sentir que no mentía; podía percibir la fuerza de su magia contenida, la intensidad de su voluntad y, sobre todo, el vínculo que la profecía había tejido entre ellos.
—Entonces… ¿quieres que confíe en ti? —preguntó Lyra, con la voz firme pero temblorosa.
—No quiero que confíes en mí porque no tienes elección —respondió Kael, con un dejo de ironía—. Quiero que confíes porque solo juntos podemos sobrevivir.
La tensión entre ellos creció mientras el hilo rojo se tensaba aún más. Cada palabra, cada mirada, cada respiración parecía amplificada por la magia que los rodeaba. Lyra sintió cómo la ansiedad y la atracción se mezclaban, formando un torbellino que no podía controlar.
—¿Y si decido no hacerlo? —dijo ella, cruzando los brazos, intentando mantener la distancia.
Kael avanzó un paso, pero no la tocó. —Entonces ambos pereceremos. Y el Reino Sombrío caerá en manos de aquellos que desean destruirlo.
El peso de sus palabras cayó sobre Lyra como un martillo. No era solo su vida la que estaba en juego; era un destino más grande, uno que ella apenas comenzaba a comprender.
Antes de que pudieran continuar, un ruido suave se escuchó desde la entrada del almacén. Lyra y Kael se giraron y vieron a una figura emergiendo de las sombras: una joven con cabello plateado y ojos grises, vestida con ropas ajustadas que facilitaban el movimiento.
—Me presento —dijo la joven—. Soy Seraphine, aprendiz de los antiguos magos del Reino Sombrío. He estado siguiendo tus pasos, Lyra. Tu magia no puede permanecer oculta por mucho tiempo.
Lyra frunció el ceño. —No necesito más vigilantes.
—No soy tu enemiga —respondió Seraphine con suavidad, pero con firmeza—. Pero sí necesito que confíes en mí si quieres sobrevivir. Hay fuerzas en este reino que no entiendes aún… fuerzas que matarán si no actuamos con rapidez.
Kael asintió. —Ella tiene razón. Lyra, no podemos hacerlo solos. Debemos unirnos.
El hilo rojo vibró aún más fuerte, como si aprobase esta alianza. Lyra sabía que no tenía otra opción. Tomó aire y asintió ligeramente, consciente de que cada decisión la acercaba más a su destino… y a Kael.
Antes de que pudieran discutir estrategias, un ruido de botas resonó en el piso superior. Guardias, armados y con antorchas, habían encontrado el almacén.
—¡Allí! ¡Atrápenla! —gritó uno de ellos.
Lyra se colocó frente a Kael y Seraphine, concentrando su magia. Los hilos del destino brillaron a su alrededor, y una barrera de energía emergió, desviando las flechas lanzadas hacia ellos. Kael desenvainó su espada y se movió con precisión, bloqueando ataques mientras Seraphine conjuraba ilusiones que confundían a los guardias.
La batalla fue breve pero intensa. Lyra sintió cómo la adrenalina y la magia fluían en sincronía. Cada movimiento estaba guiado por los hilos, cada ataque anticipado, cada defensa perfectamente sincronizada con Kael y Seraphine.
Al final, los guardias huyeron, derrotados por una combinación de magia y habilidad. Lyra respiró hondo, sintiendo la chispa entre ella y Kael, un lazo que había crecido en medio del combate.
—Esto es solo el comienzo —dijo Kael, bajando su espada y mirando a Lyra—. Cada enemigo que enfrentemos te acercará a entender tu verdadero poder.
Lyra asintió, consciente de que su vida había cambiado para siempre. El hilo rojo los había unido, y no habría vuelta atrás.
Tras el enfrentamiento con los guardias, Lyra se apoyó contra una pared húmeda del almacén, intentando recuperar la respiración. La adrenalina todavía corría por sus venas, mezclada con el peso de saber que no había vuelta atrás.
—Kael —dijo, la voz temblorosa pero firme—. ¿Qué se supone que haga ahora?
Kael la observó, sus ojos como pozos oscuros de intensidad y calma a la vez. —Aprender. Sobrevivir. Y aceptar que tu magia no es solo un don. Es tu responsabilidad.
Lyra cerró los ojos, dejando que los hilos del destino la rodearan. Podía sentir la presión de la profecía, de la ciudad, de cada ser que caminaba por el Reino Sombrío. El peso era abrumador, pero también liberador. Por primera vez, comprendió que su poder la hacía única, y que Kael no era su enemigo, sino su guía… aunque eso no hacía que la atracción que sentía fuera menos peligrosa.