La Flor del Sol.

Sombras del destino

Bordeando la Cordillera de Borneo, en los aposentos reales de la capital, se encontraban el emperador, Saúl; su madre, Yuna y su abuelo Iwa. La tarde transcurría tranquila, había pasado cerca de un día desde que Saúl ordenó a su guardia irrumpir en los territorios del Sur para elegir concubina. La decisión la ejecutó en silencio, a espaldas de su familia, y Yuna, quien se acababa de informar de la situación gracias al secretario real, no dudó en mostrar su desacuerdo interrumpiendo con agresividad y rompiendo la serenidad de su hijo:

—¡No traerás a una puta del Sur, Saúl!

El nombrado, con un suave y elegante movimiento, echó a las mujeres que tenía recostadas a su lado. Sus finos dedos ataron su cabello oscuro en una coleta baja, con ligeros mechones descendiendo sobre sus ojos. Su frígida mirada se acentuó y con su semblante afilado plantó cara a su madre:

—Me pediste a una concubina y eso es lo que he hecho. Si no calculo mal llegarán a palacio en un par de días para la selección. —agarró la botella de vino y se la llevó directamente a los labios, tras dos grandes sorbos sonrió de forma malévola—¿Por qué no estás contenta, Yuna, acaso no es lo que anhelabas, que me casara y tuviese un primogénito?

—¡No pongas a prueba mi paciencia! ¡Sé perfectamente que lo has hecho para que cancele la ceremonia, tú no quieres casarte!

Aquel era un hecho que el emperador no podía contradecir. La única razón por la que había decidido que su futura esposa perteneciera a las tierras de Täwic, se debía a la esperanza de que su madre se negase a concertar su matrimonio. Era consciente del resentimiento que les guardaba a los pueblos del Sur. Siempre le había desagradado su piel morena y procedencia; y aunque a él le fuese indiferente todo ese asunto, no podía evitar pensar que el Norte era indudablemente superior.

Le resultaban insignificantes las mujeres, por no mencionar que incluso las aborrecía. Aquello había sido fruto de Yuna, su progenitora, a la que desde hacía ya tiempo no se dirigía como “mamá”. Su padre, el antiguo emperador Genji, cayó enfermo a sus siete años siendo testigo de cada uno de los hombres con los que se desinhibía su madre. Desde entonces guarda una perspectiva ambivalente hacia las mujeres, incluida su madre.

—Está bien, contrae el matrimonio, después de todo eres el emperador y debes de responsabilizarte de tus decisiones. Actúa como corresponde, no me voy a oponer.

Yuna salió de su alcoba con paso firme, convencida de sus palabras y una vez salió, Saúl, quien estaba frustrado por aquel giro en los acontecimientos y la torpeza de su plan, lanzó la botella de vino contra la pared con todo tipo de adjetivos rondando por su cabeza con los que poder describirla. Posteriormente, se colocó bien su túnica y cerró la puerta tras de sí para prepararse para la junta.

El camino desde su habitación hasta la sala de reuniones (también asignado como su despacho), era agradable. El trono del palacio imperial estaba sitiado en el centro, comunicándose con el resto de los aposentos y cámaras que estaban saliendo al jardín, junto al estanque: la cámara interior, donde se alojaban las concubinas; el patio del ejército, donde residían los soldados; y el patio donde le esperaba siempre un carruaje para visitar los alrededores de la capital. Más adelante, a las afueras, Saúl contaba con una pequeña vivienda, que era la antigua residencia que Genji utilizaba para pintar. Con el tiempo fue suya y Saúl la utilizaba en el pasado para esconderse de su madre, aunque han pasado años desde su última visita.

—La decisión de tener a una concubina del Sur es buena idea. —apoyó su abuelo cuando se acomodó en su mesa. Iwa fue denominado primer ministro tras el fallecimiento de su padre. Su sabiduría y experiencia siempre han sido sus principales fortalezas y su nieto quiso mantener el legado; aunque le irritaba el optimismo que depositaba en su propuesta de matrimonio.

—La voy a cancelar.

El anciano no tenía la visión nítida, pero se imaginaba la mandíbula de su nieto tensa y su entrecejo fruncido. El tono de voz había sido plausible, sobrio y monótono; suficiente como para deducir que aquel tema le sobrepasaba por mucho que lo quisiera disimular.

Otro de los servicios que se mantenían fieles al emperador y a su reino era el ministro de asuntos exteriores, conformado por tres adultos de mediana edad cuyo fin era velar por el bienestar de Asteria, especialmente por el Norte.

—Mi señor, esa es una muy buena idea. Concertar matrimonio con una mujer proveniente de la capital será más beneficioso para Asteria, especialmente si proviene de una familia adinerada, como la familia Fujiwara.

Saúl miró a la tríada serio y sin formular apenas palabra silenció sus pensamientos, exigiéndoles a agachar su mirada para evitar el contacto visual. Le comenzaba a malhumorar los consejos que le propiciaban y los interpretaba como una ofensa a su autoridad.

—No me voy a casar. Parecéis todos muy preocupados por la futura emperatriz. Si tanto anheláis un futuro heredero entonces asesinadme al anochecer y sustituir mi cargo por otro rufián.

Sus palabras sonaron duras y estremecieron a todos los presentes, incluyendo a los guardias, que custodiaban las puertas disimulando aparentar calma y seriedad, cuando en realidad se preparaban para desenvainar sus espadas contra cualquiera que Saúl ordenase.

—Lo sentimos, Mi Señor. — pero Iwa, quien no estuvo de acuerdo con su discurso, no dudó en comentar sus impresiones:



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En el texto hay: musica, romance, emperador

Editado: 03.11.2024

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