Lo más impresionante para Maîa eran las comidas y los artículos de lujo que la rodeaban: piedras de Jade, baldosas doradas, los jarrones con patrones florales, la carne de cerdo… Por no mencionar los cuidados y la atención impecable que recibía de Tayu. Nunca había sido servida, pero la recepción de su sirvienta iba más allá del esmero que podía ejercer como responsable. Existía cierto aprecio y disfrute por acomodarla. Cuando estaban a solas sus conversaciones eran fructíferas e interesantes. Preguntaban la una por la otra acerca de su estilo de vida, gustos, rutina… Cuando dos personas intercambian opiniones honestas, situándose ellos mismos como vulnerables y arrojando un poco de claridad sobre sus pensamientos, se convierte entonces en una buena conversación.
Fue inevitable que la albina le comentase lo sucedido aquella tarde, Tayu le había preguntado acerca de su familia y observar su labio tiritando y sus pómulos caídos, fue suficiente para robarle el aliento. No supo qué decir al momento, solamente se dejó guiar por aquello que sabía y sentía adecuado:
—Lo lamento... Personalmente, no me gusta la diferencia de trato que hay con respecto ambos territorios. Nunca ha sido equitativo y no es justo que solo en la capital se cuiden las necesidades básicas. Estoy convencida de que tu madre se siente orgullosa de la mujer en la que te has convertido, Maîa, y aunque ella no pueda acompañarte de ahora en adelante debes de saber que en algún lado del Asteria te está observando. Las estrellas siempre nos iluminan.
La albina pasó la anterior noche en vela admirando desde su ventanal el cielo nocturno, no concilió el sueño; pero aun así no se sentía cansada. Temía cerrar los párpados y que las ancianas volviesen a torturarla. La medianoche comenzó a convertirse en una tortura para ella, lo que en un inicio era su momento favorito del día con la llegada de la Luna y de las estrellas, se volvería ahora en su momento más tedioso.
Fue cuestión de minutos que Maîa asistiera a su primera lección, donde la mostrarían los códigos de conducta que debía de seguir frente al emperador. Se reencontró con Nâya y el resto de sus compañeras de viaje, fue la última en entrar y conforme recorría la sala para sentarse en última fila junto a su amiga, se fijó en sus rostros: algunos atípicos y otros, como los de Nâya, tenaces. Se sentó a su lado esperando a que la instructora llegase y le comentó con pelos y señales lo sucedido hasta ahora. Nâya se escandalizó, pero también creyó que los resultados podrían haber sido mucho más desfavorables, al parecer ella tuvo buena suerte con sus criadas, no habían reparado mucho en ella.
—¿Y qué tal las demás, sabes si han estado bien? —susurró la albina en su oído.
—Räsha e Îrina no han corrido la misma suerte; pero afortunadamente la ceremonia será en un par de días y no tendremos que esperar mucho más.
Maîa las observó disimuladamente. El pómulo de Räsha estaba ligeramente amoratado mientras que la segunda presentaba magulladuras en sus brazos. Aquella escena, además de alborotarla, le provocó remordimientos ante su incapacidad de poder hacer algo. Sintió un dolor punzante en el pecho y con su mano se aferró al colgante que le regaló su madre.
La instructora apareció en clase y el primer pensamiento que se le cruzó a las sureñas fue su peculiar forma de andar. Su espalda estaba estrictamente estirada hacia atrás y su mentón, en alto, dejaban entrever su carácter agrio. Su voz sonaba cansada, probablemente por la edad, pero el tono empleado fue hostil:
—¿Habéis ido a la escuela alguna vez?—formuló la pregunta sin siquiera postrar su mirada al frente. Su moño estaba perfectamente echo y sus manos recorrían la mesa en busca de una tiza. Pasaron largos segundos hasta que afirmaron todas al unísono, fue inevitable que lo hicieran, la maestra enarcó sus cejas, de forma irónica, al notar que ninguna se atrevía a responder—¿Fue una pregunta demasiado difícil para vosotras? ¿Vais a responder a esa velocidad siempre, hasta cuando estéis frente al emperador? Cuando os hacen una pregunta contestáis al segundo, no seáis maleducadas.
Comenzó a escribir en la pizarra “Postura, dialecto, educación”. Los prejuicios de la capital iban más allá de las antiguas historias narradas sobre ancestros y brujería. Se creía que la ciudad era más próspera que las Tierras de Täwic y de tanto ajustarse a aquella realidad, se acabó satisfaciendo las necesidades del Norte por encima de las del Sur. Se creyeron su propio cuento sin siquiera preocuparse por el abastecimiento del territorio.
—Tengo tres días para sacar vuestra mejor versión y evitar que defraudéis al emperador. Espero que vuestras madres os hayan dado una buena educación, desde luego no en cuanto a postura. — se acercó a una chica de la primera fila. Maîa no supo su nombre, pero la reconocía por ser la hija del carnicero. La instructora le pegó un fuerte golpe en su espalda —¡Ponte recta! —otro golpe voló hacia su barbilla, esta vez con mayor fuerza—¡Mentón arriba! — finalmente el movimiento más delicado fue en la coronilla de su cabeza—Pero sin mostrar prepotencia. —cuando obtuvo el resultado deseado, sonrió con satisfacción—Esta es la postura que debéis de tener. No oséis mirar al gobernador directamente a los ojos. Esa falta de respeto es inaceptable.
Las obligó a adoptar la misma postura y quien no siguiera la pauta adecuada, recibiría un duro golpe en la espalda con el bastón. Maîa y Nâya se libraron, pero muchas de sus compañeras no corrieron la misma suerte. Escuchar sus chillidos fue ensordecedor, sobre todo porque a la mayoría las conocía desde su infancia. Por cada quejido Maîa entrecerraba su mirada. Comprendió que el rechazo que sentían los ciudadanos de la capital hacia ella no eran asunto suyo y por tanto no la incumbían. La molestaban y sobre todo la entristecían; pero discutir acerca de sus derechos no iba a mejorar su situación. No quería sobre pensar acerca de cómo lograr revertir una situación que por el momento no podía. En reclamar la atención que necesitaba. Sabía que solamente había una persona capaz de lograr aquello, y era el mismísimo emperador.