Acostumbrada a la vida austera, nunca sintió interés por las exigencias sociales. Hanä solía insistir en que fuese más sofisticada, pero para su hija el lujo y la pulcritud carecían de valor y creía que con la cordialidad sería suficiente. Por eso, no sería consciente, hasta ese preciso instante y con una claridad tardía, del peso de la apariencia que uno proyecta al mundo.
El silencio en la sala fue evocador y ni siquiera los oficiales, ni el Ministro Exterior, se atrevieron a romperlo con declaraciones que no habían sido pronunciadas. Saúl estaba atónito por la confianza y la audacia de la albina en una situación tan transcendental, como lo era en el Palacio Real, y más aún, frente a él. Tuvo que reprimir una notable carcajada al percibir sus párpados cerrados, y fascinado, se dejó encauzar por el fervor del momento ordenando al Secretario Real preguntarle si el cansancio estaba siendo demasiado cruel con ella. Maîa, ante la fortuita cuestión, levantó su cabeza de un santiamén con una mezcla de nerviosismo e incredulidad, que se evidenciaba con el rubor de sus mejillas.
—¡Estoy bien, gracias! —no solamente había intervenido de forma impulsiva e irrespetuosa al no hacer referencia a Su Majestad, sino que además su atenta mirada había volado hacia él, manteniéndola fija durante largos segundos.
El oscuro pelo de Saúl se encontraba trenzado hacia un lado, con ligeros mechones alborotados que descendían por su rostro. Tenía la mano apoyada en su mandíbula perfectamente marcada y sus ojos, color miel, observaban su diminuto cuerpo con seriedad, pero también con una risa aparentemente reprimida. Fue incapaz de despegar su vista de él al descubrir su atractivo.
—¡Insolente, baja ahora mismo tu cabeza! — le espetó uno de los ministros — ¿¡Acaso fuiste nombrada para levantarla e iniciar con tú presentación?! ¡Su Majestad le ha preguntado por su bienestar, guarde respeto y agradézcale de forma apropiada!
Un torbellino rompió el momento y le devolvió al temible presente obligándola a encorvar su cabeza.
—¡Lo lamento, no era mi intención ofenderle, Su Majestad!
Estaba acalorada al haber sido el centro de atención, sus manos sudaban y se mordió su labio inferior maldiciendo su negligencia.
A Saúl le pareció inesperadamente guapa; sin embargo, no le llamaron la atención sus facciones ni la armonía de su rostro, que a pesar de estar bien esculpido no lo consideró especialmente llamativo. Lo que le impresionó fue la dulzura que transmitía su mirada, su cabello blanquecino combinado con la tonalidad tostada de su piel y sus labios, que le miraron entreabiertos. Inconscientemente, se acomodó en su asiento. No había despegado sus ojos de ella durante un largo minuto y no quiso dejarse sorprender por su belleza. Esta vez, la interceptó directamente sin utilizar a su secretario como emisor.
—¿Tu nombre?
Los presentes concentraron su atención en la candidata, quien nuevamente iba a alzar la cabeza para responder; pero su rectificación fue inmediata y pudo contener el movimiento. Saúl, quien notó el cambio de actitud, volvió a sonreír para sus adentros ante su notable torpeza.
—Maîa Hibi, Su Majestad.
—Preséntate.
Estaba alborotada, pero supo mantener el tono de voz y la compostura. Lentamente, se levantó con cuidado de no tropezar, recolocándose su gruesa trenza por detrás de sus hombros.
—Mi nombre es Maîa Hibi, Su Majestad. Provengo de las Tierras de Täwic y entre mis intereses destacan la música y la naturaleza. Es un honor para mí presentarme aquí.
Fue la presentación más breve y ella lo sabía, pero la aversión que sentía hacia los oficiales impedía a sus labios formular, que por favor la tuviese en cuenta para formar parte de su harem.
—Levanta tu cabeza, te concedo permiso.
Todavía ruborizada, levantó su mentón encontrándose nuevamente con su mirada, que le observaba divertido. El contacto visual le pareció largo, sin duda, y fue cuestión de segundos que Saúl, satisfecho con el resultado, declarase que las nombradas formarían parte de su harem. Las jóvenes despejaron la sala y con la mirada siguió a Maîa hasta verla desvanecer a lo lejos.
Yuna había permanecido en silencio durante toda la ceremonia. Estaba incrédula de que su primogénito no solo había rechazado conocer al resto de las concubinas, sino que, además, había escogido a una sureña. Le mantuvo la mirada esperando que le diese explicaciones antes de ella exigirlas, pero él devolvió el asunto hacia otra dirección:
—No imaginaba encontrar a la familia Fujiwara entre mi harem. ¿Es que no te es suficiente con tener ya un esposo que te dé renombre?
—No seas insolente, Saúl. ¿Tienes el atrevimiento de reprocharme cuando has osado introducir a una sureña en palacio? Rina es la sobrina de Heishi: más culta, refinada, educada y más afín a ser la futura emperatriz que cualquiera de las que has escogido… especialmente de la última. Heishi y Rina guardan una estrecha relación y ha sido por recomendación personal que se ha presentado hoy aquí. —entrecerró su mirada evidenciando su descontento— Tenías a tu disposición mujeres preciosas para elegir y conocer personalmente, tomándote el tiempo necesario; pero veo que, una vez más, te has dejado llevar por la calentura y la apatía.
Saúl aprisionó sus piernas. No tenía intención de casarse, al menos todavía, pero en la reunión de la asamblea Iwa le encauzó para que considerase también a las sureñas. Mantendría esa premisa para contener a su madre entorpeciendo su propuesta de matrimonio, y Maîa era la única pieza de que dicha condición se cumpliese. A pesar de no haberla escogido bajo ese cálculo, de pronto se convertiría en una dulce oportunidad para él.