La Flor del Sol.

Pétalo sin flor

Fue un disparate que, a la mañana siguiente, Maîa se infiltrase entre las tropas del emperador con la vestimenta de Tayu. Ella al principio no se lo permitió, pero la albina logró persuadirla amenazándola con formas mucho peores para lograr su cometido, haciendo ahínco de su responsabilidad como concubina y de la importancia que requería el asunto. La arrinconó de la misma forma que lo hacía con su madre cuando quería satisfacer sus caprichos, aprovechándose de su vulnerabilidad con una precisión casi cruel. Pese a ello, no quería involucrarla y dio su palabra de que a su regreso declararía que aquel impulso lo había hecho a hurtadillas de su criada; quien aprovecharía para reportar su desaparición y hacer más verosímil la farsa.

Lo último que vio fue su espalda disipándose a lo lejos con un sombrero de paja balanceándose sobre su moño blanquecino. Maîa ya se imaginaba que no estaría sola, y en su trayecto la acompañaron dos criadas más, cercanas a su edad, que charlaban animadamente sobre la ceremonia.

—La familia Fujiwara es la adecuada para compartir trono junto a Su Majestad. Su belleza podría equipararse a la de un cisne, es tan femenina…—suspiró embriagada por la idea de ser Rina—Además, de que su educación es excepcional y no se le hace difícil recordar nombres y repasar todos los cargos del palacio. ¡Podríamos estar frente a la primera esposa del emperador! ¡El año del dragón resplandeciente!

—Lo más probable es que la dama sea escogida para el matrimonio, creo recordar que el esposo de la emperatriz regente es también de esa familia.

Maîa apenas participaba en la conversación, fingía estar dormida con su cabeza apoyada en la ventanilla; mientras jugueteaba con la yema de sus dedos por debajo de su uniforme, intranquila por la dirección que estaba tomando la conversación.

—Todas me parecieron preciosas y dignas de ser escogidas, se nota su estatus social con tan solo rememorar las palabras de sus presentaciones. Solamente me impresionó la última. No tenía ni idea de que el emperador albergaba esas preferencias por las mujeres del Sur.

—Probablemente estuviese cansado y querría deshacerse del asunto cuanto antes. De todas formas, menos mal que aparecieron otras mujeres, ¿te imaginas que el trono de Asteria tuviese que estar ocupado por alguien de las Tierras de Täwic? ¡No puedo ni imaginar el futuro que nos esperaría!

—¡Desde luego! —abrió sus ojos temerosa, como si aquella conjetura fuera lo peor que podría sucederle a alguien de su edad—Seguramente, descuidaría la capital para hacer más próspero su hogar, sus actos serían egoístas. ¡Hundiría Asteria en tan solo dos días! —El diálogo era infantil y se contaminaban mutuamente, proyectando carencias de sí mismas que todavía no habían integrado.

Maîa sabía que no podía alterar las percepciones que tenían los demás sobre ella, y menos aún si no la conocían; pero no podía evitar presionar sus párpados conforme escuchaba sus conjeturas, convenciéndose de que aquello no podía romper con su ánimo, ni acongojarla en el futuro.

—Nunca visité el Sur. Carece de interés para mí, porque no creo que haya nada bonito que visitar, en comparación con Selen y Borneo, que tienen hermosos valles, aldeas y el Sol, que parece estar diseñado para iluminar todos sus rincones. ¿Cómo se llama el pueblo? Ah, sí—recordó—Abbadon. Si yo hubiese nacido en un lugar como ese, estaría deseosa de trasladarme a la Capital. ¿Cómo la gente puede ser tan inconformista y poco ambiciosa, como para permanecer en un lugar tan aislado?

Quiso desmentir aquello asegurando que el Sol iluminaba sus bosques de la misma forma que bañaba también la capital; que su educación había sido también excepcional, así como que su pueblo era casi tan bonito como lo podrían ser la costa o las montañas. Quiso decir tantas cosas, y aun así censuró su voz, como quien aguarda una aurora que no se atreve a nacer.

Su llegada al coto de caza coincidió con el descenso del Sol. Mientras los soldados se adelantaban para formar una hoguera y colocar a su alrededor tiendas de campaña con ayuda de las criadas, Maîa permanecía estática admirando el atardecer que se estaba formando frente a sus ojos, preguntándose la razón por la que, a pesar de encontrarse aun en su país, se sentía una huésped. La conversación entre las dos amigas la había atenuado, más de lo que ella misma jamás admitiría, y se cuestionó, en medio de aquella solitaria noche, si su valentía había valido la pena. No se percató de lo extraño que resultaba que su figura estuviese desafiando a la Luna y Noon se acercó a ella, manteniendo una distancia lo suficientemente amenazante como para recordarle sus tareas como criada. No era consciente de las repercusiones que podían tener sus acciones, puesto que de ser así nunca hubiese emprendido aquella marcha; pero en ese lúcido momento recapacitó sobre su posición y del minucioso cuidado que debía de tener en el futuro.

Dentro de la tienda de campaña de Saúl, se encontraba también Rem, quien le ayudaba a trazar los caminos para los próximos dos días. El general llevaba ya un buen rato preguntándose el impulso de su hermanastro, y con la vela alumbrando su rostro y su respaldo echado hacia atrás, aprovechó la intimidad del momento y la despreocupación para lanzar su pregunta:

—Todo esto ha sido muy apresurado, podrías haber ideado la salida más adelante para aprovechar a conocer tu harem. No te dejes ningunear por él, deberías de estar ya acostumbrado a su carácter.

La vela arrojaba una luz tenue sobre un lado del rostro de Saúl, endulzándolo y mostrando el otro en la penumbra. Sus labios se entreabrieron para inhalar de su pipa y arrojar, por encima de su cabeza, un humo despreocupado; pero cargado de fatiga.



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En el texto hay: musica, romance, emperador

Editado: 06.04.2025

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