La Flor del Sol.

Yin - Yang

El silencio obligó a Rem a intervenir declarando, a favor de las sirvientas, que la mucama había escogido a sus tres mejores para servirle. El emperador lo dejó pasar sin mucho preámbulo, y conforme la noche auguraba su encuentro, el grupo se dispersó hacia sus respectivas tiendas.

El general inició la guardia con sus manos abrazándose junto al fuego, donde perdido entre las estrellas, las unificaba mientras su mente rememoraba pormenores que le eran imposibles de olvidar.

—Qué ridículo.

Él experimentaba las discusiones entre Yuna y Saúl en un segundo plano, proporcionando consejos que no le eran solicitados y que el emperador casi siempre miraba con malos ojos. No quería implicarse más de la cuenta, por temor a ganarse el descontento de su madrastra; pero en ocasiones se asomaba un halo sombrío que codiciaba más reconocimiento, además de su designio como general. Teniendo él otras prioridades era inevitable que tachase de ridículas sus discusiones.

La conversación consigo mismo fue interrumpida por una melodiosa voz, ya escuchada en el pueblo de Abbadon. Un llanto que parecía lejano, aunque cercano. En un primer momento se desentendió, pero vencido por la curiosidad siguió el curso del sonido admirando la belleza de la albina, que dormía cobijada bajo el cielo crepuscular iluminando su rostro.

—Y sabrás… que al final… todo viene y todo…va. — sus labios pronunciaban un eco agudo perfectamente afinado, un llanto convertido en balada. Mientras que su rostro, cándido, contrastaba con la marea de su voz, provocando dolor en el oyente y una espuma a punto de romper en las orillas de su alma.

La estupefacción del general fue sonora. Observó la armonía de su cara encontrándola excepcionalmente bella, y olvidándose de que ya la había presenciado anteriormente en la ceremonia. Aquella era una imagen que no albergaba encontrarse, y su boca, entreabierta, se mantuvo a la espera de encontrar las palabras adecuadas para comprenderlo.

Fue cuestión de segundos que escuchase unos pasos acercándose, obligándole a apartar su atención de aquello que a sus ojos era un ángel. Se había encontrado de frente con el demonio, quien le enfrió el sudor que corría por su nuca. Maldijo su insomnio para sus adentros y disimulando su nerviosismo, reguló su voz:

—¿Ocurre algo, Saúl? —el nombrado mostró una diminuta sonrisa, cínica e intencional.

—Pareces un perro en celo.

Rem se sonrojó, de cualquier forma, prefirió ser tachado de pervertido a tener que buscar una excusa con la que limpiar su imagen.

—Sabes mejor que nadie que no tolero que mi entorno esté rodeado de hombres mediocres, ni mucho menos de bufones sin gracia. No hay lugar para la bajeza moral, así que no te atrevas a cruzar ese umbral.

Se mostró deseoso de comentarle su malentendido, pero aun así se disculpó y bromeó sobre la situación:

—No pude evitarlo. Dicen que bajo la luz de la noche la Luna posa su mirada sobre las criadas, embelleciéndolas y arrebatándoles el secreto del anonimato. —hizo una pausa a modo de disculpa—Hace mucho que no disfruto del calor de una mujer, me he dejado llevar.

—Esto no es propio de ti, Rem. Dime, ¿tan guapa te parece? —esta vez, quien sonrió fue él.

—No creí que pudiese llegar a serlo tanto.

—¿Y cuál de todas ellas es la afortunada? — él frunció sus labios, condenándole al silencio—En cualquier caso, seducirla no debe de ser un problema para ti.

Rem pudo haberle comentado el encontronazo con una de sus concubinas, y más aún, que esta cantaba por la noche ante el dolor de su madre. Pero no lo confesó, y no porque temiese su ira, precisamente; sino porque quería disfrutar conociendo detalles que su hermanastro no sabía. Desconocía los motivos de Maîa, y más allá de guardarse aquella información como un plan estratégico, lo cierto es que Rem auguraba por dentro un sentimiento mucho más profundo que negaría de por vida.

El escuadrón salió a cazar con el primer aliento del Sol, bajo la excusa de que debían de preparar la comida del mediodía. Pero la realidad era que el emperador buscaba desentenderse de los asuntos familiares que le esperaban en palacio, y su frustración codiciaba desenvainar el filo de su espada contra cualquier ser viviente valeroso de interponerse en sus decisiones. Si bien no podía derramar sangre real para eludir las fechorías que se escondían tras la realeza, acampar a las afueras de la capital no era más que una coartada en la que refugiarse.

Bajo ese mismo cielo azulado la mirada de una joven sonreía, aun cuando ya todo parecía perdido para ella. Maîa concilió bien el sueño, a pesar del contexto y de las circunstancias. Encontrarse rodeada de naturaleza le había ayudado a reconectar con su hogar y a aminorar la angustia de su pecho.

—¡Qué día tan magnífico!

—¡Hoy nos espera una comida sabrosa! —se animaron las otras dos criadas—¡El conejo silvestre está riquísimo!

Ese anticipo fue suficiente para adelantarse a recoger madera, hortalizas, setas y flores aromáticas con las que condimentar la comida. La joven sureña apenas sabía cocinar, así que imitaba los gestos que su madre solía hacer. Un acto cotidiano, pero cargado de emotividad, que de pronto le nubló el pecho agitando su mirada con una melancolía inesperada. Aun así, sorbió con fuerza su nariz, negándose a derramar el agua de sus ojos. Notó que no estaba tan animada como ella se pensaba, y que debía de actuar con cautela para que aquella vulnerabilidad no llegase a oídos del resto.



#16548 en Novela romántica
#9999 en Otros
#906 en Novela histórica

En el texto hay: musica, romance, emperador

Editado: 06.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.