Guardó silencio no estando dispuesto a repetir su petición. Aquella pausa acentuó el pulso de la albina, quien no percibía sus intenciones. Se palpó sus manos, inquieta, deshaciéndose de sus guantes y la túnica de seda.
—Antes de hacerlo, por favor, permítame confesarle algo.
Ella no quería todavía revelar sus propósitos, menos aún en un momento dominado por la tensión; pero considerando que la verdad se iba a descubrir en cuestión de segundos, creyó más conveniente adelantarse a su petición. Aun así, ese gesto a Saúl le pareció extraño y sobre todo descortés.
—¿Quieres que conversemos cuando apenas puedo observar tu rostro? Si tanto anhelas hablar conmigo, lo razonable sería que te quitases el sombrero, o de lo contrario no tomaré en serio tus palabras.
Su mirada se deslizó con vaguería por su vestimenta, sin percatarse de ningún detalle que le llamase la atención, hasta que vio la tonalidad de su mano desnuda. Aquel pequeño error, fruto de la agitación del momento, provocó que el soberano se sobresaltara sosteniéndola repentinamente del brazo.
—¿Quién eres? No ordené que me trajeran a una sureña, así que más vale que te expliques, o de lo contrario desgarraré tu garganta aquí mismo por tu insolencia.
La amenaza hizo mella en Maîa e instintivamente se quitó el sombrero. Iba a excusarse con los primeros argumentos que se le asomasen por la cabeza, cuando de repente la mano de Saúl se destensó, al igual que su mandíbula. Un leve fulgor cruzó su mirada, robándole el aliento y dejándole escapar una suave risa.
—Estoy conmocionado. ¿Tanto anhelabas verme que tuviste que seguirme hasta aquí? Desconocía lo testaruda que podías llegar a ser.— ella contuvo su respiración, perpleja por su drástico cambio de humor. De cualquier forma, su ansiedad la empujó a continuar excusándose.
—¡Majestad, no es lo que parece! —nuevamente, apareció una sonrisa entre sus labios que acentuó su desconcierto.
—Estaré encantado de escuchar entonces el motivo por el que te has disfrazado.
—Mi nombre es Maîa, Majestad, soy una de sus concubinas.
Saúl la recordaba, más de lo que ella misma se imaginaba; pero sintió el impulso de querer arrinconarla y continuar disfrutando de su angustia. Su rostro estaba rojo y su mirada, a pesar de ser dulce, también era atrevida. Le pareció divertida aquella expresión y quiso contemplarla un poco más.
—¿Mi concubina? —fingió demencia—Oh, no lo recordaba.
—¡Provengo de las Tierras de Täwic, Majestad! ¡Fui la última seleccionada!
Maîa, que no captaba sus intenciones, se desesperó y puso aún más empeño por que la recordase.
—Ah, sí, es cierto, la sureña. —miró hacia arriba aparentando acordarse—La que comenzó a hacer estiramientos.
Sus pómulos se tiñeron de un color carmesí todavía más intenso y sus labios se entreabrieron. Saúl tuvo que ahogar una carcajada.
—¿Qué querías comentarme que no ha podido esperar a mi regreso?
En la mirada de la albina apareció un halo de determinación que sobrecogió al soberano, preguntándose qué sería lo que tendría que mencionarle. Maîa admitió, para sus adentros, que había pasado un buen rato junto a los soldados y que el escuadrón le agradaba, a pesar de su incidente con el general. Sin embargo, no perdió la impresión, en toda la velada, de que era producto de un clima distinto y de que había crecido bajo otro manto estrellado. Y eso era lo que más la desconcertaba: que aun habiendo nacido en el mismo país, se sintiese como una huésped en Asteria.
—Me voy a sincerar admitiéndole que muchas veces, cuando alzo mi vista hacia el Sol, me pregunto si su brillo será igual de claro tanto en el Sur, como en el Norte. Siento que esta nación vela solamente por una parte del territorio, quedando mi lado en penumbra. La capital es sin duda una cultura rica, al igual que Selen y Borneo, pero eso no implica que mi tierra natal tenga menos valor. No pido que me regale la luz, Majestad, solo que no me deje en la sombra para toda la vida. Si el Sol es para todos, ¿entonces porque siento que la oscuridad penetra más en las Tierras de Täwic?
Saúl no se esperó aquel discurso, si bien su presencia ya le había sorprendido, no creyó que fuese capaz de dialogar sobre su situación en un tono tan sensato. Pese a eso, era la primera ciudadana que presentaba una queja frente a él, y aquello no pasaría de inadvertido.
—En la capital habitan muchos más ciudadanos que en las Tierras de Täwic, ¿no es razonable que se refuerce el territorio con más población? Desconozco cuantos sois en el Sur, pero no debéis de superar el centenar.
—¡Pero si no se cuida nuestra tierra, entonces el Sur desaparecerá! Los recursos escasean y cada vez nos cuesta más adaptarnos al día a día, Majestad. Además, no somos bien recibidos y eso nos impulsa a aislarnos en el bosque.
—¿La culpa recae entonces en la capital, qué ha sido bendecida con buenas oportunidades? —su pregunta fue retórica y no buscaba una respuesta, más bien era una crítica a lo testaruda que la albina podía llegar a ser. No despegó su mirada de ella y se mantuvo a la espera de saber qué más tenía que ofrecer.
—Con el debido respeto, Majestad.— desvió su mirada armándose de valor para continuar exponiendo su verdad—Pero considero que un buen emperador no debe de focalizarse únicamente en un territorio, sino velar por todo el país y estar pendiente de cada uno de sus ciudadanos, sin excepciones.