La Flor del Sol.

Estrella del Sol naciente

Habiendo perdido la fe desde hacía un tiempo, esta volvió a brotar en ella, calmando su desánimo y avivando su corazón.

Ignoraba los verdaderos propósitos del soberano, pero aquella propuesta se le había presentado como una estrella fugaz que no debía de desaprovechar. Si era o no favorable para ella carecía de importancia, y que estuviese relacionado con el mundo del espectáculo avivaba su curiosidad.

—Majestad, antes de aceptar su propuesta, permítame confesarle que no destaco por mi baile. No me gustaría decepcionarle cuando lo que usted espera es una gran danza.

Saúl era conocedor de que los movimientos de Maîa no eran de una profesional, pero estaba convencido de que podría entretenerse observándola. No exigía precisión, ni tampoco experiencia, únicamente su presencia. Le aclaró que ese motivo no debía de inquietarla y que él disfrutaba de la música en todas sus formas. A Maîa le continuó pareciendo inusual, sobre todo porque la avergonzaba mostrarse torpe frente a él; pero si con eso escuchaba sus plegarias, entonces estaba dispuesta a adentrarse en su habitáculo. Aun con las velas apagadas y la suave brisa crepuscular bañando sus lágrimas.

Fue cuestión de minutos que el emperador revelase al séquito la auténtica identidad de Maîa. Lo hizo de forma superflua, pero la sorpresa fue inevitable y se preguntaron cómo la duda apenas había rozado a cuestionar su presencia. Aun así, la sureña no se dejó sorprender por aquel acontecimiento, puesto que quería continuar disfrutando de la naturalidad de aquellos días. Dio un paso al frente, dispuesta a ayudarles a preparar la cena, cuando el emperador la detuvo:

—No hay por qué seguir aparentando, esas tareas ya no te corresponden.

—Majestad, me gusta ayudar. Solía cocinar con mi madre y recolectar frutos en el bosque. Para mí no es un problema. ¡Al contrario!

No pudo frenar el brillo de su rostro, cuya luz irradiaba ante el recuerdo de su progenitora. Continuó sosteniendo su brazo, hasta que guiada por la ilusión se zafó y corrió hasta el escuadrón, husmeando en su cazuela.

—Alteza, tenga cuidado de no quemarse con el fuego. —encorvó su cabeza Noon, provocando la risa de la albina.

—¡Mi nombre es Maîa! ¡Hace apenas un día me tratabais con menos formalidad!

—Eso es porque desconocíamos que se trataba de usted, Alteza. —le apoyó su hermano.

Insatisfecha con la conversación comenzó a condimentar la comida con el romero que recolectó aquella mañana, además de otras flores aromáticas. Todos estaban incrédulos ante la ingenuidad de la sureña y su nulo conocimiento hacia los asuntos reales. Sin embargo, en su interior albergaba un resquebrajo de dulzura, que aminoraba sus miradas y corazones. Las sirvientas, influenciadas por su presuntuosa visión hacia el Sur, no podían sino observar a Maîa con ojos menos hostiles. No les interesó su procedencia, ni descaro en ese momento. De hecho, la auxiliaron con más entusiasmo con el que lo hubieran hecho en palacio.

—No hay semillas de cacao por los alrededores, Alteza. ¡Pero ese chocolate queda pendiente, no lo dude!

Los soldados persistieron tratando de detener a la albina, quien exitosa le cedió finalmente la sopa de ciervo a Saúl. Sus dedos se rozaron y la brisa proveniente del Norte acicaló el cabello del emperador, impidiéndole mirar al frente y forzándole a levantar la vista.

—Ahora sí, espero que me hagas compañía. — los labios de la sureña apenas se entreabrieron para responderle, ya que ruborizada se sirvió una taza para disfrutar esa noche de su compañía.

—¿Y el resto, no siente deseo de comer también junto a ellos?

Verdaderamente, desconocía lo que acontecía y aquello enternecía a Saúl, quien se mantuvo un segundo en silencio percatándose de la seriedad de su pregunta. No había burla ni mucho menos una retórica en su tono de voz, por lo que le respondió con la misma determinación:

—Los soldados y las criadas comen aparte. No está bien visto mezclar clases sociales.

—¿Y usted disfruta de eso, Majestad? Creo que comer aislado es una lástima, ¿con quién comparte entonces conversación?

No respondió, o al menos no inmediatamente, ya que se llevó el cazo a los labios.

—Ahora mismo, contigo. ¿No te basta con eso? —tropezó con el mar de sus ojos, que le sonrieron mientras un tono rojizo bañaba sus pómulos.

—Espero no defraudarle entonces con mi presencia, ya que parece tan decidido en que le acompañe.

El silencio que apareció después se mezcló con el aroma del ambiente. Electrizante, sutil y tenso; sin llegar a fatigar a los presentes. Existía cierta expectativa sobre lo que sucedería a continuación, cargado de curiosidad y tonos vibrantes. El cielo estaba oscuro, pero aquella fría noche, en el páramo, parecía haber farolillos de colores sustituyendo las galaxias.

Sus ligeras sonrisas se escurrían de entre sus labios. Maîa no podía evitar mirarle de reojo, admirando su tranquilidad y solemnidad. La escasez de palabras la agitaba más de lo que pensaba y sus miradas la delataban.

—¿Hay algo que quieras comentarme? —la pregunta de Saúl fue inofensiva, incluso burlona; pero la albina no estaba acostumbrada a su humor, por lo que temió haberle ofendido—¿Te estás arrepintiendo del acuerdo?



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En el texto hay: musica, romance, emperador

Editado: 03.10.2025

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