En Asteria no había páramos ni llanuras, así como tampoco había poblados. El bosque cubría el interior de la zona, a excepción del Norte y del Sur, que lo bañaban el mar y las montañas. De cualquier forma, existían vestigios de antaño como el Santuario Yagak, edificado en honor a Genji durante su época resplandeciente; aunque tras su fallecimiento pasó a formar parte de Saúl. Conforme la carga de sus obligaciones crecía, sus visitas también aminoraban, pero quiso resguardarse en el recuerdo de su padre y atesorarlo como una joya perdida, gloriosa en la memoria del tiempo y en las cenizas de la vida.
Asimismo, la flora también era diversa en la nación. Un viajero podía fácilmente encontrarse con manantiales y asentamientos, que protagonizaron batallas y tertulias entre los antiguos comandantes. Sea como fuere, las copas de los árboles eran altos, aunque no lo suficiente como para dejar en penumbra la llanura, y los pájaros únicamente silbaban con el amanecer y el aroma de la comida. Eran detalles sutiles, pero notables para la joven sureña, quien percibía las raíces de la capital distintas a las de su hogar: más viejas y menos frondosas.
La armonía del paisaje parecía ir acorde con las ruinas de su alma, donde todo parecía respirar, salvo ella. Maîa, que lo había perdido todo, inclusive la noción del tiempo, no podía hacer más que luchar por recuperar el presente, el “aquí y ahora”, sin temer por lo que pudiera suceder, puesto que lo más aterrador ya había ocurrido. Estaba atrapada en un vaivén que no diferenciaba lo real de lo aparente. Su desconcierto persistía y ahora, cuando se tumbaba en la cama era evitando soñar. No existían versos suficientes que endulzaran el infierno en el que habitaba. Recordaba la escena y pese a ello nadaba entre lagunas que la impedían detallar con claridad la secuencia del momento.
Algunas de sus pasiones, como el canto, habían dejado de mirarla, para estancarse. Nunca sintió las estrellas tan lejanas y ahora quería correr, para huir del tiempo, o tal vez de sí misma. En ocasiones, se preguntaba si existiría música en el cielo, porque ahora escuchaba sus llantos, y eso que eran silenciosos.
Pese a ello, resultaba sorprendente que no demonizase a los ciudadanos provenientes de la capital. Calificaba sus realidades como distintas y la injusticia de aquel día no logró nublar su buen carácter, aunque sí su corazón. Tampoco se permitía verter demasiadas lágrimas. Su cometido ahora era que la capital le considerase como su igual.
Esa mañana Maîa había estado más contenida, su naturaleza impulsiva y espontánea se había empequeñecido tras la última conversación con el emperador. El trayecto hacia el Palacio Interior fue sosegado y al igual que en su viaje de ida, escuchaba a las dos criadas hablando animadas entre ellas, con la diferencia de que ahora no tenía por qué ocultar su identidad ni esconderse de la conversación; pues se teñía de otros colores, menos sombríos y más azulados, que la invitaba a pintar junto a ellas. No obstante, la llegada al destino la arrebató la alegría que había experimentado los días anteriores. Aquella ilusión se despedazó de la misma forma que irrumpe una gran ola en una playa, virgen de navíos y tempestades.
No había ningún guardia esperándoles a la entrada del Palacio Interior y aquello inquietó a Saúl. La escena se desdibujaba a medida que se adentraban en los aposentos reales, hasta que las cuestiones que su cabeza le formulaba comenzaron a responderse por sí solas, conforme se acercaban al encuentro.
Escuchar la voz de su madre fue suficiente para prever que su jornada de descanso, probablemente se demoraría. Intuyó de qué se trataba, pese a todo no quiso intervenir y dejó que los hechos sucediesen, tal como debían de presentarse.
Estaban todas las concubinas afuera, con oficiales custodiando la zona y Yuna comandando las órdenes, pero quien protagonizaba la escena era Tayu, encorvada de rodillas y atada de manos con una agitación que enturbiaba aún más la escena. Su frente sudorosa y el titubeo de sus pupilas fue suficiente para hacer que Maîa pegase un salto, exclamando su nombre y expulsando a los soldados que se encontraban cerca suya. Se posicionó entonces frente a Yuna, quien consideró sus palabras una fechoría:
—¡Señora, por favor, perdónela! ¡No sé qué fue lo que hizo, pero me hago cargo de todos sus pecados!
El oficial más cercano a ella sostenía la vara de bambú, preparado para desplegarla sobre los pies desnudos de Tayu; sin embargo, el furor de Yuna la impedía articular la orden. Sus ojos se desviaban hacia su hijo, quien desconcertado observaba el atrevimiento de la albina para enfrentarse a su progenitora.
—Vuestra criada os a encubierto para que os infiltréis en el escuadrón real y escapar de palacio, aun cuando fue un mandato de Su Majestad atesoraros como su concubina. Desobedecer las leyes reales constituye un acto de insubordinación y una injuria a los deseos de Su Majestad.— la voz de Heishi retumbó en los oídos de Maîa quien, contra su voluntad, viró hacia él. Era la primera vez que se encontraban de frente, y aun así un simple vistazo bastó a la sureña para predecir lo que el noble opinaba de su persona.
—Desconocía el límite de mi temeridad. No creí que sobrepasaría las consecuencias. ¡Ruego que me perdonen!— la declaración fue honesta, su mirada atemorizada y su cabeza encorvada, en el suelo, denotaban la culpabilidad de su imprudencia.
—¿Insinuáis que Su Majestad no fue claro en sus órdenes? ¿O que sois demasiado osada como para ajustaros a los mandatos de la capital? Quizá debamos reforzar las normativas, si en el Sur todavía no las comprenden.