La Flor del Sol.

Ojo de huracán

Saúl no acertaba a calibrar la magnitud de su enfado. El perpetuo inconformismo de su madre le crispaba, porque daba igual lo que hiciera, que siempre habría alguien señalándole, inclusive cuando se limitaba a observar.

—Espero seguir con vida el día que esta Asamblea aprenda a aplaudir algo, o a dignarse a guardar algo de coherencia. Cuando eso suceda… ¿Brillará el Sol de la misma forma que lo hace hoy, o deberé de esperar a que el eclipse de la vida oculte para siempre mi visión?

Había un ambiente, sombrío y acusatorio, envolviendo la Sala del Consejo. Yuna reunió a los miembros para comentar su impresión con respecto al día anterior. Aprovechó la celebración mensual de la junta para que sus creencias cobrasen mayor fuerza; pues con Heishi a su costado, la situación del emperador corría una gran desventaja. Ella le pidió explicaciones y él rehuyó el asunto, manifestando su traspié:

—Los cometidos internos no le corresponden al emperador, Yuna. —ella ignoró su apunte.

—¿Seguro que no la persuadiste a irse contigo, Saúl? Tu perversión no atiende a razones. Sé más precavido la próxima vez que tu egoísmo se vuelva contra tu sentido común. Hoy toda Asteria piensa que favoreces esa sureña.

Su respuesta se filtró en la taza de té que fingió beber. Buscaba con la mirada el consuelo de su abuelo para que le apoyase en aquella disputa, pero se le adelantó Heishi.

—Majestad, si me permite exponeros mi impresión, creo que vuestras responsabilidades en palacio ya son lo bastantes demandantes, como para mostraros misericordioso con quien incumple las normas. Vuestro designio es no otorgar compasión a quienes infringen la ley.

Interpretó el alegato hacia su carácter una injuria, sinónimo de inferioridad. No toleraría que se discutiese la ausencia de su presencia, que como una suave brisa de verano había permanecido inmutable al granizo de las aves. Le resultó excesivo que se reprochase inclusive la escasez de sus palabras, en vista de que fue su madre quien dictaminó las órdenes el día anterior.

Ondeó su muñeca, marcando un ritmo que iba acorde con el ardor fogoso de su interior.

—Me encamino hacia los sabios consejos de mi abuelo nombrando a una sureña para la elección de mi harem; sin embargo, se me exige que me aparte de ella mostrando más rudeza. No tomo partido en incidentes como los de ayer, cumpliendo con vuestros deseos, pero en cambio se cuestiona mi determinación como emperador. Si todo van a ser lamentos, prefiero arrancarme los tímpanos y la lengua, así vosotros dictaminaríais las órdenes. ¿Os parezco una marioneta?

Muchos retrocedieron al augurar las primeras chispas de un huracán. Su figura se enalteció y su entonación rozaba el clamor con aquella última pregunta, que aguardaba de todo, salvo la réplica.

Yuna, acostumbrada al temperamento de su primogénito, merodeó en su cabeza la mención de Iwa. Sospechaba que su padre fue quien encabezó la marcha de las cortesanas de las Tierras de Täwic. Comprobar que el interés proviene de él, más que de Saúl, le supone un alivio inmenso.

Su semblante se dirigió hacia el anciano, presionándolo para que se justificase:

—Siempre favoreceré la unión cultural en Asteria. Incluir a una sureña en el harem ayudará a unificar el territorio, ¿pero no es el castigo un poco excesivo? Ni siquiera hemos podido presenciar sus motivos. Sospecho, que si la sobrina de Heishi hubiera sido la valiente en seguir a Su Majestad en su coto de caza, las consecuencias hubiesen sido mucho más halagadoras para la norteña.

El nombrado tensó su mandíbula dibujando líneas oscuras sobre ella. Su silencio provocó que su mujer nuevamente interviniese:

—Son las consecuencias, padre, de haber codiciado más allá de lo permitido. Esa cortesana abandonó su cargo, burlando a las demás sirvientas. Merece una reprimenda.

Iwa arrugó sus cejas ante su desacuerdo. Opinaba, al igual que su hija, que la albina merecía un castigo ante tal irrespetuosidad; pero no sin antes escuchar sus motivos. No se le había concedido a Maîa la oportunidad de alzar su voz para defenderse, porque no se guardaba interés en lo que sus palabras tenían que ofrecer. Dedujo que la conversación seguiría en su misma línea y con su bastón retrocedió lentamente.

Toda aquella palabrería aburría a Saúl, quien intercambiaba miradas con Rem para aliviar la acidez del momento. La inminente intervención de los ministros de asuntos exteriores acentuaba su desgana por continuar presidiendo la Asamblea. Era costumbre que su opinión fuese contraria a la de ellos; pero su presencia en palacio era fundamental si quería conocer las resoluciones de los nobles. De ellos dependía gran parte de la fortuna de Asteria. Su única condición era que no vistieran sus demandas como algo de provecho para la nación, cuando la petición guardaba, en el fondo, una gracia particular.

—Mi Señor, la mayoría de los nobles en Asteria simpatizan con la consorte Fujiwara o incluso la dama Oyama, aunque declaran su interés hacia Selen, porque la costa suaviza sus corazones rememorando sus infancias. Enviarán obsequios para ganarse su favor y apoyar al emperador y a su reinado.

No hubo respuesta, su mirada, neutra, dio pie a que la tríada continuara hablando. Así, el más anciano, Mako, aclaró su garganta esperando que el humor de Saúl, aquella suave mañana de domingo, estuviese altivo.

—Si nos permitís aconsejaros, Majestad, creemos que una buena estrategia sería atender las necesidades de las tres cortesanas de Selen, especialmente la perteneciente a la familia Fujiwara. Alimentar sus deseos traerá riqueza al palacio. Por otro lado, ha llegado a oídos de los ciudadanos que la concubina de las Tierras de Täwic le acompañó de caza. Al ser este uno de sus momentos más placenteros, se rumorea vuestro agrado hacia ella, sobre todo porque no pasó apenas dos días de la ceremonia de apertura. Se dice también que usted ha podido caer bajo un encantamiento…sutil… e imperceptible a simple vista; pero se sostiene esa hipótesis por las antiguas leyendas que se esconden en el Sur. — Saúl se encorvó hacia delante, agudizando su oído y levantando un poco su trasero del trono. Mako se sobresaltó y frenó en seco sus palabras hasta que Saúl le ordenó proseguir —Lo que quiero decir, Majestad… Es que bajo ningún concepto se le está acusando de dicha hechicería, además de que no hay pruebas concluyentes de ello… Pero creemos oportuno que visite, ahora más que nunca, a las concubinas de Selen, o incluso de Borneo, si usted lo prefiere…



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En el texto hay: musica, romance, emperador

Editado: 08.12.2025

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