La flor más hermosa

Extra

Varios años después

Estaciono mi auto y entro al edificio. Saludo a las chicas de la recepción y subo al ascensor presionando el número del piso al que me dirijo. Levanto mi mano derecha y veo la hora en mi reloj, pero antes de bajarla mis ojos se desvían a la alianza en mi dedo anular.

De inmediato una sonrisa cubre mis labios y con las puertas del elevador abriéndose, beso mi alianza antes de bajar el brazo y avanzar por el pasillo hasta llegar a la puerta donde sale una mujer tomando la mano de su hija.

—Señor Walker, que gusto verlo. — sonrío a la mujer, esperando que no se dé cuenta que no recuerdo su nombre.

—Buenas tardes. — miro sobre su cabeza, hacia dentro del estudio.

—¿Cómo esta su esposa?

—Ella se encuentra de maravilla.

—¿De verdad? — vuelvo a mirarla. —Hace tiempo que no la vemos por aquí, ¿esta todo bien? — esta vez mi sonrisa es forzada, pero logro mantener el tono de mi voz en calma.

—Todo está bien, no se preocupe. Ahora si me disculpa, tengo que irme. — sin darle oportunidad de volver abrir la boca, la esquivo y entro dentro del estudio de baile.

Hay un montón de niñas con un tuto en la cadera esparcidas por el gran estudio, y me preocupo cuando entre ellas no encuentro a mi niña, pero eso acaba cuando escucho su vocecita y giro justa a tiempo para atraparla.

—Dana, princesa.

—¡Papi! —  chilla y me abraza el cuello.

—No hagas eso, princesa. Podría haber fallado en atraparte y te habrías lastimado.

—Eso nunca pasaría. Porque eres mi papi y siempre me atraparas. — suspiro y beso su mejilla.

—¿Qué tal la clase?

—¡He podido hacer tres vueltas seguidas! — sonrió al ver sus preciosos hoyuelos.

—Eres increíble mi princesa. — me mira con sus enormes ojos azules, tan brillantes como lo son los de su madre. Beso de nuevo su mejilla. —¿Ya te has despedido de tus amigas?

—Lo hice cuando te vi, papi.

—Bien. — la bajo y una vez sus pies tocan el suelo, tomo su mochila rosa chillón con una princesa dibujada y me la cuelgo en el hombro. —Vámonos.

Camino tomando la mano de mi pequeña hija y ella salta todo el camino hacia mi auto. Una vez le aseguro el cinturón, arranco al coche y en media hora estaciono frente a la cafetería de mi madre.

—¡Papi mi galleta! — pide Dana, apenas entramos y un delicioso olor nos golpea.

—Hola, Andrea.

—Hola, Jay. — responde mientras mira a mi hija con una tierna sonrisa. —Hola, Dana, ¿Cómo estás?

—¡He hecho tres vueltas seguidas hoy en mi clase de ballet!

—Wow, eso es maravilloso. Felicidades. — sonríe. —Serás una gran bailarina de ballet.

—¡La mejor!

—Escuche una preciosa voz, ¿es quien creo que es? —  dice mi madre, saliendo del pasillo que lleva a los vestidores y a su oficina.

—¡Abuela! — Dana se suelta de mi mano y corre hacia ella.

—Princesa. — mi madre la carga y besa varias veces su mejilla. —Que hermosa eres. Tan hermosa como tu madre. — sonrío ante su comentario. —Llegaron justo a tiempo, tus galletas favoritas están lista. — Dana mira hacia el pasillo donde salió mi madre y sacude con emoción sus piecitos.

—¡Galletas!

—También te extrañe, pulgarcita. — mi hijo menor, aparece con una bandeja de galletas de chispas de chocolate. —Hola, papá. — me acerco a él y beso su cabeza.

—¿Te las has pasado bien con tu abuela, Alex?

—De maravilla. Me ha dejado manipular el horno por mí mismo, claro con su supervisión. — baja la bandeja hasta la altura de Dana y ella de inmediato toma una galleta en cada mano. —He hecho estas galletas desde cero, ¿quieres probar? Esta vez no confundí la sal con la azúcar. — sonrío y tomo una galleta.

—Hum, estan deliciosas.

—¡Delishioshas! — grita Danna, mordiendo la galleta que tiene en su mano izquierda y luego le da un mordisco a la que tiene en su mano derecha.

—Ve con calma, Dana. Nadie te quitara tus galletas. — Andre me acerca un vaso con leche y le agradezco. —Toma un poco de leche, princesa. — ella alza la cabeza y yo le acerco el vaso a sus pequeños labios.

—Eres un excelente estudiante, mi niño. — mi madre besa la mejilla de Alex y le quita la bandeja. —Empacare tus galletas, estoy segura de que a tu madre y hermano también les gustaran. — ella camina hasta el mostrador, donde saca una caja blanca con detalles rosas y mete dentro las galletas.

—¿Tienes todo listo, Alex?

—Solo dejo voy por mi mochila, no tardo papá.

Cuando regresa, mi madre me entrega la caja cerrada con un lazo y nos despide con un beso en la mejilla. Regreso a mi auto con mis hijos, Dana se ha puesto a cantar una canción infantil y Alex está sumergido en un juego en su celular. Cuando detengo el auto en un semáforo en rojo, observo a mi hijo menor por el espejo retrovisor.




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