La Flor Y La Llama Azul

2. Reino De Los Jardines Eternos

El amanecer se extendía lentamente sobre Floralia, un reino oculto a los ojos de los humanos, donde la vida florecía en perpetua primavera. No existía allí invierno ni sequía cada pétalo, cada brizna de hierba y cada gota de agua respondía a un delicado equilibrio que las hadas habían protegido por siglos.

Entre los jardines eternos, bañados por la primera luz dorada, una figura pequeña y luminosa se despertaba con el canto suave de los jilgueros. Dewen Lysandre, el hada del rocío, se incorporó sobre un nenúfar que servía de lecho. Sus alas, aún húmedas por la bruma matinal, centelleaban como cristales al reflejar los rayos del sol naciente.

Con un gesto suave, Dewen alzó las manos y un rastro de diminutas perlas líquidas comenzó a formarse en el aire, flotando hasta posarse sobre los pétalos de las flores que aguardaban su bendición. Cada gota de rocío no solo daba frescura, sino que llevaba consigo un soplo de magia la promesa de un día nuevo.

—Despierten, mis queridas flores —susurró con voz musical, rozando con sus dedos un lirio blanco que se estremeció como si entendiera sus palabras.

Floralia respiraba junto a ella. Los colores vibraban con un brillo sobrenatural; mariposas de alas traslúcidas revoloteaban entre las corolas abiertas, y un perfume dulce flotaba en el aire, mezcla de miel, jazmín y azahar.

Dewen, sin embargo, no estaba del todo tranquila. Su corazón, aunque ligero como la brisa, sentía un extraño presentimiento. Había soñado la noche anterior con un jardín en penumbras, donde el rocío no llegaba y las flores se marchitaban. No se lo había contado a nadie, pues temía que fuera solo una ilusión pasajera, pero aquel sueño la perseguía. Al igual aquellos ojos, unos que parecían el mar profundo, fríos.

Mientras trabajaba, una voz conocida interrumpió sus pensamientos.

—¡Dewen! Siempre tan puntual con tu tarea. —Era Nerida, el hada de los nenúfares, que emergía de un estanque con su cabellera húmeda y brillante como el agua bajo la luna.

Dewen sonrió, aunque sus ojos permanecieron un instante distraídos.

—El rocío no espera, Nerida. Si no llega a tiempo, el día pierde su frescura.

—Siempre tan responsable —Nerida rió, salpicándola con un poco de agua —Aunque deberías aprender a disfrutar. ¿No te gustaría volar más allá de los límites del Bosque Luminar?

La mención de aquello hizo que Dewen bajara la mirada. Desde pequeñas, les habían advertido que más allá del Bosque Luminar los jardines se tornaban extraños; allí, la magia era inestable y no todas las criaturas eran amigas.

—No es seguro... además recuerda la palabras de mi maestra "Afuera nada es seguro, solo encontrarás dolor' —dijo Dewen, Nerida observó el inmenso cielo, al igual que Dewen ella jamás vio el exterior de aquel reino.

Nerida rodó los ojos con un gesto juguetón, pero antes de contestar, un sonido profundo recorrió el aire, como si un cuerno invisible hubiera despertado a todo el reino. Las hadas interrumpieron sus tareas; las mariposas alzaron el vuelo en un mismo impulso, y las flores cerraron sus corolas como protegiéndose.
Dewen sintió cómo la piel de sus brazos se erizaba. Ese llamado no era común, era la Llamada del Consejo de los Pétalos.

El gran claro de Floralia se iluminaba con un resplandor suave cuando las hadas se reunieron alrededor del Árbol de Cristal, un roble gigantesco cuyas ramas estaban cubiertas de hojas translúcidas que sonaban como campanas al mecerse con el viento. Allí se encontraban las guardianas más antiguas y sabias, encabezadas por Elariel, la Reina de las Flores Eternas.

—Hadas de Floralia —dijo la reina con una voz que parecía envolver todo el bosque —Hoy los reunimos porque el equilibrio que protege nuestros jardines comienza a tambalearse.

Un murmullo inquieto recorrió el círculo. Dewen apretó los dedos contra su pecho. ¿Sería acaso el reflejo de su sueño?

—El rocío —continuó Elariel —esa primera caricia del día, se está desvaneciendo en algunas regiones. Las flores despiertan marchitas y los ríos pierden claridad. Algo, o alguien, está alterando el flujo natural de nuestra magia.

Dewen sintió que el aire se le atoraba en la garganta. Recordó sus pesadillas, la sequía en sus visiones, la sensación de vacío

—Necesitamos descubrir la causa antes de que Floralia caiga en el mismo destino que sufrieron otros reinos olvidados —Los ojos de Elariel brillaron con gravedad —Y para eso, debemos enviar a una de nosotras más allá del Bosque Luminar.

La sorpresa fue inmediata. El bosque era un límite sagrado, jamás cruzado sin permiso.

Nerida le susurró a Dewen al ooído.

—¿Lo ves? Al final, alguien tendrá que aventurarse más allá…

La reina prosiguió, ignorando los rumores.

—El Consejo ha decidido que la enviada será Selindra, guardiana de los lirios del alba.

Un silencio solemne envolvió el claro. Selindra, alta y serena, inclinó la cabeza con respeto, aunque un brillo de inquietud cruzó por sus ojos.

Dewen sintió un alivio inmediato mezclado con un nudo extraño en el corazón. Durante un instante había temido que su propio nombre fuera pronunciado, y aunque no deseaba la misión, tampoco podía evitar la punzada de incomodidad que le produjo quedar al margen.

—¿Y yo, majestad? —se atrevió a preguntar con voz baja, como quien teme desafiar lo inevitable.

Los ojos de Elariel se posaron en ella, brillando como dos astros suaves pero inquebrantables.

—Dewen, hija del rocío, tú no cruzarás los portales. Tu esencia pertenece a Floralia. El rocío es la raíz de nuestra frescura; perderte sería como apagar la primera chispa del día. Tu destino, por ahora, es permanecer aquí y mantener vivas nuestras mañanas.

Las palabras de la reina eran firmes, pero llevaban consigo la dulzura de una madre que protege lo más valioso. Dewen bajó la cabeza, intentando esconder la mezcla de alivio y desilusión que se agitaba en su pecho.




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