La discusión entre Dexter y Lais había alcanzado un punto álgido. La tensión era tan densa que parecía que cualquier chispa podría encender una pelea física. Ambos se habían enmudecido, y la atmósfera estaba cargada de resentimiento y confusión. Dexter condujo en silencio hasta la casa de Lais, estacionó y la observó bajar sin una palabra. Lais entró en su casa sin mirar atrás, dejando a Dexter solo con sus pensamientos.
Se quedó allí, estacionado frente a la casa de Lais, con la mirada fija en la fachada. El silencio de la noche parecía amplificar sus pensamientos. ¿Qué le estaba pasando con ella? Sus pensamientos giraban en torno a la graduación, la carrera de derecho, y el futuro que le esperaba. Los años en la universidad se estaban acercando a su fin, pero la idea de formar una familia no le atraía en absoluto. Dexter había decidido que la soledad era su compañera preferida, que no deseaba ni un hogar lleno de niños ni el compromiso de una vida familiar. Recordaba claramente su desagradable experiencia con un niño pequeño en el pasado y cómo su falta de paciencia había causado un conflicto.
De pronto, se dio cuenta de que llevaba un tiempo mirando la casa de Lais sin razón aparente. La voz de ella lo sacó de su trance.
—¿Te quedarás ahí viendo mi casa? —Lais, ahora en ropa de pijama, se asomó por la ventana.
Dexter, algo desconcertado, se encogió de hombros.
—No sé, ¿me invitarás a pasar?
Lais lo miró con seriedad. Sabía que la invitación no estaba en sus planes.
—Bien, ya entendí. Adiós.
Arrancó el auto y se dirigió a casa, sintiéndose agotado. El día no había ido como esperaba, pero al menos Lais estaba a salvo.
Cuando llegó a su casa, encontró que el lugar estaba vacío. Su padre solía estar en constante movimiento, y la casa grande y lujosa parecía aún más vacía sin él. A pesar de que a muchos les hubiera encantado vivir en una casa tan espléndida, para Dexter, la soledad era abrumadora. Sin hermanos ni mascotas, la compañía se limitaba a él mismo y al internet. Recordaba cómo su abuela lo había criado con el cariño que su madre no pudo ofrecerle debido a su trágica muerte. A pesar de la presencia de madrastras, ninguna pudo reemplazar a su madre.
A medida que se acomodaba en la cama, se puso en pijama y se preparó para dormir, no podía dejar de pensar en Lais. Era una situación nueva para él, nunca había sentido algo tan fuerte por alguien antes. Recordó un amor pasado, un amor prohibido que había dejado una marca, pero lo que sentía por Lais parecía más profundo y confuso.
Finalmente, el agotamiento venció y se quedó dormido.
Al despertar el sábado, sin clases, decidió que debía hacer algo diferente. La relación con Adonis se había roto y la tensión con Lais parecía haber creado un vacío. Había algo en Lais que le impedía olvidarla, a pesar de sus intentos de mantener las cosas en un nivel superficial.
Dexter decidió invitar a Lais a comer, queriendo disculparse por su comportamiento. Sabía que pedir perdón no era su fuerte, pero si lo hacía, significaba que estaba genuinamente arrepentido. Llamó a Lais, y aunque su tono de voz fue frío y distante, aceptó la invitación.
—Hola, Lais, soy Dexter —dijo al descolgar el teléfono.
---¿Hola?--- escuché detrás de la línea
-¿Qué pasa? ¿Por qué me llamas? —respondió Lais, con un tono de desconfianza.
—Quería invitarte a comer.
—¿Dexter Lixter invitándome a comer? No te creo.
—Aceptas o no, no tengo todo el día —dijo Dexter, con una mezcla de frustración y resignación.
—Está bien, pásame a buscar en dos horas.
Dexter colgó, sorprendido por su propia decisión. Pensó en llevarla a "La Molienda", un restaurante mexicano conocido por su excelente comida. Se puso una camisa verde oscuro, pantalones verdes pastel y una chaqueta crema, tratando de parecer casual pero adecuado para la ocasión.
Con la mente llena de pensamientos encontrados, se dirigió hacia el restaurante, esperando que la comida pudiera ser un primer paso hacia una resolución de su complicada relación con Lais.
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