Sí, había cosas que Lais realmente no sabía de mí, como por ejemplo la enfermedad de hipermnesia. No era algo que me gustara en lo absoluto. Hay cosas de mi pasado que aún me atormentan, y si Lais llegara a enterarse de eso, no sé qué podría ocurrir. Tengo miedo de perderla, de perder su amor. Pero si oculto esas cosas, nuestra relación no se basaría en la confianza. Así que la cité hoy para confesarle algunas cosas, por ahora. Más adelante iré contando más.
Lais no tardó en llegar y comenzamos a hablar.
—Para empezar, quisiera contarte algunas cosas sobre mí —dije, tomando un poco de aire antes de continuar—. Tengo hipermnesia. Soy una de esas personas que recuerda todo a la perfección.
Lais me miró con comprensión.
—Y... no te lo tomes a mal, Lais, pero Dexter no es mi nombre verdadero —dije, viendo su cara de confusión—. Cuando cumplí dieciocho, me cambié de nombre. Desde niño me llamaron Dexter o bueno el apodo de aquel nombre, porque mi madre decía que yo le recordaba a una persona especial para ella. Y entonces, cuando ella murió, decidí cambiarme de nombre porque, ya sea un profesor o tú, me hacía recordar a mi madre llamándome "Dexter", ¿sabes?
Ella parecía confundida, y no puedo negarlo; yo estaría igual que ella si alguien que considero importante viene y primero me dice que tiene una enfermedad y luego que su nombre no es su nombre real.
—¿Cómo te llamabas antes? —preguntó.
Dios, no quería responder a esa pregunta.
—Lais, odio ese nombre con todo mi ser —dije, viendo la mirada de "dímelo por favor y confía en mí" que me daba—. Winslow —dije finalmente, sintiendo la ira subir, pero calmándome al ver que Lais me tomaba de la mano y entrelazaba nuestros dedos.
—Gracias por confiar en mí, gruñón —dijo, haciendo un comentario que me hizo gruñir.
—Lais, no soy gruñón, ¿vale? —dije, pero ella soltó una carcajada.
—Lo eres. Siempre te enojas por todo. Simplemente eres mi gruñón favorito, ¿vale? —respondió con una sonrisa juguetona.
—Y cuéntame, gruñón, ¿por qué odias tanto ese nombre? ¿Te trae malos recuerdos? —me preguntó, mirándome con curiosidad y preocupación.
Suspiré antes de responder.
—Así se llama mi padre, ese maldito —susurré, mi voz cargada de resentimiento—. Sí, me dio mucho, pero también arruinó mi adolescencia. Ese hijo de puta...
El silencio que siguió a mis palabras era denso, cargado con el peso de mis recuerdos y sentimientos. Lais apretó un poco más mi mano, como si quisiera ofrecerme un apoyo tangible en medio de mi tormenta interna. Sus ojos reflejaban una mezcla de tristeza y comprensión, y aunque no podía cambiar mi pasado, su presencia era un consuelo inesperado.
—Siento mucho que hayas tenido que pasar por eso —dijo suavemente—. Debe haber sido muy difícil para ti.
Asentí lentamente, sin poder encontrar las palabras adecuadas para expresar todo lo que sentía. No quería que Lais se sintiera obligada a entender cada detalle, pero apreciaba profundamente su empatía.
—Gracias —murmuré—. No suelo hablar de esto con nadie. Es difícil abrirse sobre cosas así, pero me alegra que estés aquí para escuchar.
Lais me dio una sonrisa cálida, y el ambiente entre nosotros se relajó un poco.
—Lo entiendo. Y, aunque puedo imaginar lo que has pasado, quiero que sepas que estoy aquí para ti —dijo con sinceridad—. No importa lo que sea, podemos enfrentarlo juntos.
Sentí una ola de alivio al escuchar sus palabras. Había algo reconfortante en saber que no estaba solo en esto, que alguien estaba dispuesto a apoyarme a pesar de todo. Su mano, aún entrelazada con la mía, era un recordatorio tangible de que no tenía que enfrentar mis demonios por mi cuenta.
—Entonces, ¿cómo quieres seguir con esto? —preguntó, intentando cambiar el tema para algo menos cargado emocionalmente.
—No lo sé. Tal vez podríamos simplemente disfrutar de la compañía mutua sin pensar demasiado en el pasado —respondí, tratando de enfocar la conversación en algo más positivo.
—Me parece bien —dijo, su sonrisa regresando—. Aprovechemos el momento. A veces, lo mejor que podemos hacer es disfrutar de lo que tenemos ahora.
el piso de mi casa era como una alfombra, Lais se sentí y yo me senté atrás de ella abrazándola mientras reposaba mi cabeza en su nombre —Gracias linda—
Pasaron una hora y media pero Lais ya tenía que irse a casa
—Es tarde, y creo que es hora de que me vaya —dijo con una sonrisa—. Pero quería decirte que me alegra haber pasado este tiempo contigo.
—Yo también lo estoy —respondí—. Gracias por estar aquí, Lais. Significa más de lo que las palabras pueden expresar.
Nos despedimos con un abrazo, y un beso, un gesto que llevaba consigo una promesa no solo de apoyo, sino de un vínculo más profundo. A medida que se alejaba, me sentí agradecido por la oportunidad de compartir un pedazo de mi vida con ella, incluso los aspectos más dolorosos.
.
.
.
Redes sociales:
Instagram: @rafamepriv