La forma en que lo veo - diario del diario de un border

No qué es, quién soy.

No me voy a poner a describir medicamente lo que tengo. Mi desesperación es intensa y necesito pasar ya al grano. Aquí precisamente pueden conocer quién soy: desesperada, esperanzada, intensa pero no lo suficiente como para abordar el drama.

Mi nombre es Alma, tengo 20 años, a los 18 años me diagnosticaron con trastorno límite de la personalidad, un trastorno que padece un 5% de la población mundial, uno que puede confundir mucho tanto al paciente como a la gente a su alrededor. Lo confunden con bipolaridad, con depresión mayor, distimia y hasta esquizofrenia. Pero los que lo padecemos sabemos perfectamente que no es nada de eso. Al leer los síntomas uno va catalogándose en cada posibilidad y cuando descubres el border (como lo llamaremos por su nombre en inglés, porque suena más cool), simplemente sabes que lo eres, como al escoger un nuevo vestido o un libro que empezarás a leer ¡Mmmmh! Un trastorno nuevo, fresco y recién salido del psiquiatra para darle sabor a las tardes lluviosas con café y un buen libro de Cohelo (sarcasmo).

Quizá para definir bien el trastorno y no parecer una página de e-medics, debo empezar a contarles quien soy, cómo soy y qué me trajo a estas páginas. Porque el egocentrismo es grande y controlador, hay que seguirle la pista a veces, en vez de al corazón.

Nací en México, país donde las enfermedades mentales son poco tratadas, suelen relacionarse en casos extremos a las posesiones demoníacas o simplemente a una persona dramática o que quiere llamar la atención. Pues precisamente es lo que pensé muchos años de mi vida; que era una loca, dramática y que necesitaba solamente atención. Imaginen a una niña de 13 años, con ya explícitos problemas con la autoridad, un abandono reciente por parte de su misma familia y sumen a todo una madre sobre protectora ¿Suena mal? Se pone peor. Tuve una infancia muy bonita, llena de recuerdos buenos y alegres, donde mi familia y amigos llenaban mi corazón, salía todos los días a pasear en bicicleta y la cantidad de tenis y pantalones que rompí en esa época pudieron haber pagado mi universidad en la actualidad. Era feliz, lo sé, lo sabía en ese entonces. Pero la adolescencia siempre empieza mal y termina peor. Mis padres, personas de un humor y opiniones muy cambiantes, decidieron que no dejar salir ni socializar a sus hijas era la mejor manera de mantenerlas a salvo del mundo. Después de que mis dos hermanas mayores fueran madres solteras a los 16 y 19 años, también creyeron que mantenerme en un cautiverio era aún mejor opción. Pues así pasé al menos 4 años de mi vida, de la escuela a mi casa y viceversa, la rutina era ciertamente abrumadora y en mí siempre hubo un ansia enorme de comerme al mundo, de tener cientos de amigos y hacer mil y un actividades nuevas, como cualquier persona de mi edad, supongo. Todo ese tiempo fue clave para quien soy ahora, claro, desafortunadamente, también es clave de en lo que mi trastorno se ha convertido. Comencemos así: Tengo 13 años, mucho tiempo libre dentro de casa, la escuela me aburre y soy lista, así que el internet se convierte en mi amigo fiel. Aprendí mucho y mi conocimiento se lo debo a esos años antes de que el internet se convirtiera en algo sumamente tóxico. Pero mi mente tiene demasiada energía, jamás he sido de deportes, me gusta hablar, convivir y socializar, bueno, me gustaba, lo deseaba mucho, pero era imposible. Llegaba de la escuela, añadía a mi cuerpo calorías innecesarias para mi ya sobrepreso y me dirigía a la computadora, el único lugar donde mi mente podía estar ocupada y sentirse útil. Aún recuerdo lo que pasaba por mi mente, mil y un ideas para estar ocupada y tener algo interesante que platicar en las 6 horas de socialización que tenía el día siguiente. Y funcionaba, claro, podía estar ahí horas y horas y todos los días encontraba algo nuevo que hacer. Las cosas no eran tan sencillas en la vida real, la poca práctica hablando con otros y conociéndolos, me era un impedimento para sentirme cómoda en mi entorno, tenía amigos, claro, pero jamás me sentí parte de ellos, como si pudieran continuar con sus vidas sin mi. Como si pudiera morir y ellos sólo llorarían un día, después, la vida sería como siempre. 

Era muy difícil, levantarme por las mañanas y saber que tendría que sentirme incómoda con todo ese día: con mis amigos, con mi aspecto y hasta con lo que decía. Nada de lo que decía me dejaba tranquila, analizaba las palabras y frases que decía ya después de haberlas dicho y la poca práctica social me confundía mucho, un simple gesto, movimiento o tono de voz eran para mi lo más horrible del mundo. Estornuda mientras te hablo y creeré que dije algo estúpido. Así era, ni más ni menos.

Llegar a casa era confortable, poder encerrar y apartar esos pensamientos me dejaba un mejor sabor de boca, aunque cuando no era un buen día, quizá ese sentimiento de estupidez se quedaba toda la tarde, sin dejarme dormir. 

Los días pasaban y las cosas subían gradualmente, comencé a escribir para poder sacar tanta basura de mi cabeza. Ahora leo esos textos y puedo ver a una niña, en medio de un miedo enorme de cómo será la vida, atacándose a ella misma, preguntándose por qué su vida no podía ser más como la de los demás, o por qué su mente no se callaba ni un segundo. Crecían entonces los pensamientos, las ganas de saltar de la ventana para poder respirar el aire fresco y conocer gente, lugares y tener experiencias. Todo eso que no podía tener, era reemplazado por cine, televisión y literatura. Pero la mente no se callaba. Recuerdo noches donde me preguntaba por qué, si todos pasarían por eso, si la gente al escuchar un ruido molesto o ver un gesto ambiguo en la cara de otra persona se ponían a pensar qué habían hecho mal de su vida. Tenía muchas preguntas y no había nadie a quién preguntárselas. Estaba sola, en mi habitación, con mucho conocimiento, pero pocas oportunidades. Tenía miedo, me sentía arrinconada. Pero volvía, cada día era un prisionero con horarios, la luz del sol era algo extraño para mí. Solía leer estas historias de chicas de primer mundo, lindas y con el peso normal de una joven de su edad, y me imaginaba ahí, a los 20 años, siendo como ellas: valiente, fresca, guapa, segura. Las novelas construyeron mi persona. Poco a poco, la realidad fue desapareciendo de mi ser. Se convirtió todo en un cuento, una película sin final, como si el drama de la trama ya hubiese durado demasiado. 



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En el texto hay: adolecente, borderline, salud mental

Editado: 31.07.2019

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