― ¡Tory! ¡Hay empanadas de jamón y queso!
Me despierto de un salto en dirección a la puerta, sin embargo, choco con algo bastante duro que hace que caiga de culo y me parta -no literalmente- la nariz.
—Auch
Una risa proveniente atrás de mi espalda hace tirarme en su dirección aún sentada.
Es Danna la que se parte la de risa de mí.
―No es gracioso ―la reprendo.
―Oh, sí que lo es ―destaca aún entre risas.
―No, no lo es, me duele la nariz. Y encima me duele el culo como para levantarme e ir a buscar las empanadas.
La risa de ella es ahora más fuerte.
«¿Y a esta que mosca le picó?»
«Ah no, no se atrevería».
―No, no te atreverías, ¿hay empanadas verdad? Te juro que si no hay te ma…
―No, no hay ―informa la muy desgraciada.
―¡Te dije que me dejaras de ilusionar así!
―Es que no te levantabas, lo siento ―ahora si detuvo la risa, pero aún respiraba mal y la diversión en su rostro era visible.
―¿Y no encontraste otra forma de levantarme?, desgraciada.
―Lo intenté te juro, te llamé dulcemente, después te cacheteé, te sacudí, pero nada y se ocurrió con lo que más te gusta.
―¿Qué? ―pregunte al tiempo que me levantaba despacio hacia la cama para acostarme un rato más.
―La comida ―vi por rabillo del ojo que Danna hacía una mueca pensativa, y luego siguió hablando―. Es que no entiendo.
―No entiendes ¿Qué?
―Porque te gusta tanto las empanadas de jamón y queso.
―No son sólo las empanadas de jamón y queso, es que cualquier comida rellena de eso es una maldita bendición. Pero eso no es lo importante, ¿Por qué me llamaste a las… ―miro el reloj de la mesita de noche, que me compre hace unos días―, 8:45 de la mañana un domingo?
―Hoy no es domingo, es lunes y tenemos nuestras primeras clases genia ―me levanto rápido sentándose en la cama.
―¡¿Qué?! —el pánico se nota en mi voz.
―Lo que oíste así que si no quieres llegar tarde apúrate ―anuncia abriendo la puerta de mi habitación. Antes de cerrar la puerta avisa―. Te espero en 10.
No le contesto, solo salgo corriendo al armario por la ropa. Me baño en tiempo récord, salgo con unas bragas y sostén del baño hacia la cama en donde se encuentra mi atuendo: una remera negra de breteles, que llega un poco por encima de mi ombligo; con un jeans rasgado en la rodilla; y en otras partes, con un saco gris de mangas largas. De calzado unas botas con tacón medio alto.
Termino de vestirme y agarro mi bolso, reviso la hora en el reloj, 8:56.
«Mierda en 10 entro a clases».
Salgo de la habitación en busca de Danna.
―¡Por fin! Ya estaba por entrar a buscarte otra vez ―festeja agarrando las llaves que están en la barra y camina a la entrada.
―No seas exagerada no he tardado tanto ―levanto los brazos indignada.
―Un minuto es un minuto, y para mí es mucho ―bufo―. Así que mueve tu sexy trasero.
Esta última semana nos hemos juntado más, salimos con los chicos, hice piyamada con Tessa, Camilde y Danna, salí de compras con ellas, y varias otras cosas.
Nos llevamos bastante bien, hasta ahora no hemos discutido, lo que es curioso estando cerca de mí que me enfado por todo, pero hasta ahora me soporta y estoy disfrutando tener una especie de “amistad” con ella.
La sigo en silencio afuera del edificio en donde se encuentra el auto estacionado, subo en el asiento del copiloto calzándome el cinturón de seguridad luego de cerrar la puerta.
Seguidamente de que Danna se subiera al auto dirijo mi vista al reproductor de música, para que el viaje no sea tan silencioso.
En cambio, reparo en el horario del tablero el cual indica que recién son las 8:25 de la mañana.
—¡Danna! ¡Primero las empanadas y ahora esto! ¡¿Enserio?!
Ella pega un respingo por el tono elevado de mi voz.
Igual no importa tengo todo el derecho de estarlo.
―¿Madre mía, que hice? ―pregunta haciéndose la inocente.
―¡Me levantaste súper temprano para nada!
―¡Es que ya no sé qué hacer para que despiertes temprano, joder! ―encima se defiende.
Extiendo mi mano en su dirección con la palabra de tal manera que mire para arriba.
―¿Qué? ―su expresión es de confusión.
―10 dólares.
―¿Por qué? o ¿para qué?
―Para mí desayuno, por lo de las empanadas y la hora.
―Foo, está bien ―saca plata de su billetera y me la entrega.
―Así me gusta ―recibo el dinero con una sonrisita de satisfacción. Cuando está a punto de encender el auto aclaro―. Ah, y si sigues haciéndome cosas como estas seguirás pagando.
Bufa, aunque arranca.
Camino a la parte de universidad que me asignaron.
Al llegar al bloque en donde voy a tener la mayoría de mis clases, me faltan como unos 20 minutos de sobra, por lo que paso por la cafetería para comprar mi desayuno.
Después de hacer la fila me atiende un chico de unos 20 más o menos con encantadora sonrisa, rubio, estatura media y amable, detrás del mostrador de la cafetería.
―Buenos días señorita, ¿Qué va a llevar?
―Buenos días a ti también. Un latte, con un croissant relleno de Nutella, de esas con azúcar impalpable por arriba ―le hago señas con mi mano imitando que le echo yo la azúcar, para después hacer una carita de esas cuando algo es la octava maravilla del mundo, al tiempo que hablo―. Uff como me encantan esas… ―el chico, suelta una leve risita, que por un momento me sonrojo―. Y una bolsita chica de frutos secos si tienes, por favor.
―Claro, chica croissant ―vuelve a reírse por mi descripción de la medialuna, al tiempo que se da la vuelta para buscar mi pedido.
Al volver apoya una bolsa de papel, con lo que asumo es mi croissant, un vaso con el latte y una bolsita de plástico con los frutos secos.
―Serían unos 5 dólares, chica croissant.
Río por el comentario, y le entrego la plata.