La fortuna de Dalaroth

Capítulo 1 - tercera parte

El pueblo carecía de espíritus osados. Nadie quería adentrarse en el bosque. Ni siquiera los ebrios prepotentes que con una jarra de cerveza se jactaban de sus gloriosas habilidades. 

Ser un lobo solitario tenía sus beneficios en la profesión de los cazarrecompensas, pero esta situación no era uno de ellos. Ahora más que nunca, Kralice notaba la ausencia de sus compañeros.

Le pesaba en el alma saber a la perfección cómo se comportarían Tharyssa, Ivor, Edric y Calú de encontrarse con ella en Indilul. Jamás permitía que las circunstancias la debilitaran; pero allí, en ese lugarejo remoto, dos meses después de la muerte de su grupo, añoraba lo que podría haber sido si todavía permanecieran juntos. 

La muchacha maldijo al cielo. Mejor enfrentar la amenaza sola. Estaba a punto de decirle al burgomaestre que se arriesgaría, pero uno de los concejales la interrumpió.

Iba escoltado por Haidar de Barak, quien aún seguía con las articulaciones aprisionadas. El pelo negro y alborotado le rozaba los hombros y enmarcaba su mandíbula. Además de la quemadura del rostro, que perseguía a cualquiera merava, su piel morena estaba marcada por otras cicatrices. Las más visibles le invadían el cuello y los brazos. 

—¿Qué es esto? —preguntó la muchacha.

—Cumplo con mi palabra. Haidar de Barak continuaría en su celda hasta que se demostrara su inocencia. Bien, su inocencia está a punto de comprobarse. Concejal, quítele las cadenas —el concejal acató la orden y el burgomaestre le agradeció. La piedra que lideraba el centro de su halo quedó enfrentada a Haidar—. Puede que nos hayamos equivocado y que el culpable del mal que atañe a mi pueblo, en realidad esté refugiado en algún rincón del bosque. A falta de alguien intrépido que quiera acompañar a Kralice de Vonvir, le pido que sea usted quien lo haga. 

—¡Es absurdo! En vez de buscar otra forma de condenarlo, debería ponerlo a salvo. Solo mírelo, está famélico.

—No te preocupes, he estado en peores condiciones —Haidar le echó un vistazo a Kralice; su voz la tomó por sorpresa: era grave, fuerte y concisa, no encajaba con el aspecto desaliñado que portaba—. Te acompañaré.  

El burgomaestre les deseó la mejor de las suertes antes de que la muchacha se atreviera a rechazar la ayuda del merava. No se encontraban alejados de la casa de Bryoni y Gerard, así que lograron llegar rápido a la zona donde el hijo de Arthur había hallado el collar. Durante la trayectoria, Kralice le informó a Haidar todo lo que sabía acerca de los hurtos y por qué un troll, o varios, podrían estar involucrados.

Sentada en la orilla del río, Bryoni comenzó a balancear su brazo en cuanto los distinguió. Bajo el otro, sostenía un papel doblado en cuatro.

—Pero ¿cómo…? ¿Son solo ustedes dos? —preguntó en cuanto la cazarrecompensas y el merava se le unieron—. Bueno, por lo menos me alegra verte sin esas horrendas cadenas… Miren esto. —Desplegó el papel ante sus narices, era un mapa del bosque a sus espaldas—. Gerard lo tenía bien guardado, pero lo encontré. A los trolls les gustan las cuevas, ¿cierto? —Bryoni señaló una abertura entre un área repleta de árboles—. Es la única en todo Indilul.  

—Es una gran ayuda, gracias. —dijo Kralice mientras revisaba el terreno dibujado. Solo por las dudas, quería verificar que nada más existiera aquella cueva.

El relinchar de un burro se escuchó a lo lejos y eso trajo a la mente de la muchacha la imagen de Nocturno. Era mediodía cuando lo dejó atado al bebedero, y dentro de unas horas la luna estaría pronta a manifestarse.

—¡Ah! Bryoni, necesito un favor. 

—El que quieras. 

—Dejé a mi caballo en el establo de la posada. Es de pelaje negro, se llama Nocturno. ¿Puede fijarse que todo esté en orden? Y si ve al cuidador, dígale que le pagaré en cuanto termine con esto. 

—Díselo tú, lo tienes al lado. —Kralice miró a Haidar, una sonrisa tímida se asomó por la comisura de sus labios—. ¿Algo más?

—Probablemente regresemos un poco antes del atardecer.

—¿Y si no es así?

—Será así, no está en mis planes morir hoy. —El merava aceptó la daga de más que la muchacha le concedió—. Manos a la obra, Haidar de Barak.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.