—Lo cierto es que me fui porque yo quiero —dice Emmeline,
mostrando sus tacones mientras recoge el vestido. La cogí de la mano
para ir de nuevo a la mansión—. Vamos a volver a la casa ya mismo.
Emmeline se calzaba unos elegantes botines de tacón al estilo
victoriano, en perfecta armonía con su vestido de terciopelo verde
esmeralda. Los botines, confeccionados en cuero negro fino con tacones
esculpidos en madera oscura, alargaban su figura sin sacrificar
comodidad. La parte superior, adornada con encajes y cintas de satén en
graciosos lazos por sus tobillos, y la puntera ligeramente afilada
añadían un toque distintivo. Los pequeños botones de nácar en el lateral
completaban el conjunto con exquisita artesanía. Estos botines
complementaban el vestido de terciopelo y reflejaban la elegancia y el
refinamiento de la época victoriana. Cada paso de Emmeline resonaba
en el suelo de madera con firmeza y gracia, acentuando su porte y
sofisticado atuendo. La miré de abajo hacia arriba.
—Vamos a esperar a tus hermanos; no seas impaciente. Emmeline, nos
vamos a ir todos juntos. Tengo que presentar a tu hermana, a su esposo
y será su esposo, quiera o no.
En esta situación, me refiero a la presentación de Elsie Harrison y su
futuro esposo, Lord Lamont Lovelace. Lord Lamont es el Príncipe de
Thaloria, un país crucial en la historia por su influencia y poder. A pesar
de que Elsie no está entusiasmada con el matrimonio arreglado, es
esencial para la estabilidad financiera de nuestra familia. Insisto en que
el compromiso se llevará a cabo, subrayando la importancia de seguir
adelante con los planes familiares.Emmeline ajustó el lazo de su vestido y echó un vistazo por la ventana,
ansiosa por salir. La conversación había dejado un aire de tensión en la
casa. Mientras esperaba, sus pensamientos vagaron hacia el enigmático
James Lovelace, un nombre que susurraban en los corredores de la alta
sociedad.
—¡Vamos ya! —exclamó Emmeline, cruzando los brazos con evidente
frustración—. No tengo todo el tiempo del mundo para seguir
esperando mientras todos se arrastran por las convenciones sociales.
¿Por qué no podemos simplemente irnos y dejar atrás estas tonterías?
Cada minuto que pasamos aquí es otro minuto que no estoy haciendo lo
que quiero.
Con mi capucha oculta y una mirada cansada, me dirigí hacia la
biblioteca, donde Emmeline hojeaba un libro de historia.
—¿Sabías que James Lovelace, el duque de Eldoria, es primo de Lord
Lamont? —pregunté de forma misteriosa—. James no solo es una
figura destacada en Eldoria, sino que su influencia también juega un
papel crucial en el destino de nuestra familia.
Emmeline levantó la vista, interesada pero aún preocupada, mientras
Elsie mostraba su frustración por el matrimonio no deseado.
—¿Cómo es eso posible? —preguntó Emmeline con escepticismo—.
No me basta con explicaciones vagas; ¿me vas a decir lo que realmente
está en juego o no?
—La conexión familiar entre James y Lamont añade una capa de
complejidad a la situación. Mientras Lamont está aquí en Londres para
asegurar el futuro financiero de la familia Harrison a través de su
matrimonio con Elsie, James maneja una red de influencias en Eldoria.
Su papel afecta no solo a su propio país, sino también a las relaciones
entre nuestras naciones y la estabilidad que buscamos.Emmeline frunció el ceño, asimilando la información.
—Entonces, ¿James podría tener algún impacto en cómo se desarrollan
los eventos aquí? —preguntó impaciente—. Porque si es así, me
gustaría que me lo dijeran claramente en lugar de andar con rodeos.
—Exactamente —confirmé, acomodando mejor mi capucha, evitando
que me vieran—. La política y las alianzas entre estas dos naciones
pueden jugar un papel determinante en cómo se resuelven los conflictos
familiares y personales. James podría ser un aliado o un obstáculo,
dependiendo de cómo se maneje la situación entre él y su primo
Lamont.
Emmeline, al borde de la desesperación, cruzó los brazos sobre el pecho
y lanzó una mirada de reprobación hacia la puerta del vestidor. Su
expresión de desdén combinaba impaciencia contenida y frustración
apenas disimulada, y luego giró su mirada hacia mí.
—¿Estamos listos para partir? —preguntó, su voz cargada de
impaciencia, que desentonaba con el tono calmado y medido de la alta
sociedad victoriana.
Sus dedos tamborileaban sobre el brazo de la silla en un gesto de
inquietud. El silencio que la rodeaba amplificaba su incomodidad, y
cada minuto de espera se sentía como una eternidad. Su postura rígida y
el fruncimiento de su ceño reflejaban un rechazo a las formalidades que
tanto valoraba la sociedad en la que vivíamos.
—La hora avanza, y me resulta difícil entender por qué debemos
demorarnos tanto en estos preparativos innecesarios —añadió, su tono
indicando claramente su deseo de liberarse de las restricciones sociales.
A pesar de su frustración, su forma de hablar seguía siendo formal, pero
el deseo de escapar de las reglas y de las demoras era evidente en suactitud desafiante y en la ligera impaciencia que mostraba. Este
contraste entre su comportamiento y las normas de la época destacaba
su carácter rebelde y su lucha interna con las expectativas sociales, que
trataba de meter en la cabeza de mis hijos.
Asentí.
—Sí, pero recuerda que cada movimiento puede tener consecuencias
más allá de lo que ves a simple vista. La influencia de James Lovelace y
la relación entre él y Lamont podrían ser cruciales en la resolución de
esta encrucijada.
Con esa advertencia en mente, Emmeline y yo nos dirigimos hacia la
Editado: 03.02.2025