La mansión de Lord Lamont Lovelace se alza con esplendor ante
nosotros. Las luces doradas iluminan la fachada, reflejando la
magnificencia de la velada que está por comenzar. La residencia,
adornada con elegantes guirnaldas y flores frescas, nos recibe con una
promesa de glamour y sofisticación.
A pesar de la discusión previa conmigo, ella desciende del carruaje con
una mezcla de determinación y resignación. A su lado, Emmeline
muestra una expresión de impaciencia, mientras mis hijos, Clara y
Alexander, mantienen una compostura elegante que oculta sus
inquietudes internas.
Los pasos de los invitados resuenan en el gran vestíbulo, cuyas paredes
están decoradas con tapices de ricos colores y candelabros de cristal
que emiten una luz cálida y brillante. El suelo, cubierto por una
alfombra persa, absorbe el sonido, añadiendo un toque de lujo a cada
pisada.
Avanzamos por el vestíbulo mientras las conversaciones y risas de la
alta sociedad se entremezclan con el murmullo de la orquesta que
interpreta un vals en la sala principal. Lord Lamont Lovelace, un
hombre de estatura imponente y porte severo, se acerca con paso firme
para recibirnos. Su presencia imponente y mirada fría contrastan con
la festividad del evento. Viste un traje oscuro con una capa que acentúa
su autoridad.
—Bienvenidos, señores y señoras Harrison —dice Lord Lovelace con
una inclinación de cabeza. Su tono es formal y medido, reflejando
respeto por la alta sociedad y su papel en la velada.
Mi hija se esfuerza por mantener una sonrisa mientras mi mirada se
cruza brevemente con la de Lord Lovelace. En ese intercambiosilencioso, le pido que cuide de Elsie con un gesto de camaradería. A
pesar de sus intentos por mantener las apariencias, siente un nudo en el
estómago, una inquietud que no puede ignorar.
—Es un placer conoceros, Lord Lovelace —responde ella con una voz
que, aunque firme, no puede ocultar el temblor subyacente de su
nerviosismo.
El murmullo de la multitud se intensifica. James Lovelace, el duque de
Eldoria, hace su entrada. Su presencia irradia una elegancia innata
que atrae la atención de todos. Viste un traje de gala que destaca por su
corte impecable y aire de nobleza. Su cabello oscuro está
cuidadosamente peinado, y su porte sereno y confiado lo convierte en el
centro de atención.
Siente una simpatía inmediata por James, una que contrasta con el
peso de su compromiso con Lord Lovelace, y no puede evitar
preguntarse qué papel jugará en su vida.
—Elsie, permíteme presentarte a James —dice Lord Lovelace,
señalando a su primo con un gesto elegante.
James se inclina con una gracia natural y una sonrisa cálida que
ilumina su rostro.
—Señorita Harrison, es un placer conocerte —dice con sinceridad—.
He oído mucho sobre ti. Espero que disfrutes de la velada.
Elsie se siente atrapada entre el deber y el deseo, mientras intercambia
miradas con James. Su presencia es un recordatorio de lo diferente que
podría ser su vida si las circunstancias fueran otras.
La velada continúa con la música de la orquesta llenando el aire y los
invitados bailando y conversando en el gran salón. James y Elsieencuentran momentos para charlar en un rincón apartado, lejos de las
miradas inquisitivas de los demás.
—Siento que esta noche está llena de expectativas y presiones
—confiesa en un susurro, observando la pista de baile con una
expresión pensativa.
—No estás sola en esto —responde James con una sonrisa
comprensiva—. Todos enfrentamos desafíos, pero a veces, en las
circunstancias más difíciles, encontramos nuestra verdadera fortaleza.
Elsie encuentra consuelo en las palabras de James, aunque la realidad
de su situación sigue siendo inmutable. Mientras la música continúa y
las parejas giran en la pista de baile, se da cuenta de que cada elección
que haga esa noche podría tener profundas repercusiones.
La noche avanza, y mientras el esplendor del baile y las promesas de la
alta sociedad se desarrollan a su alrededor, se enfrenta a una
encrucijada. Su corazón está dividido entre el deber hacia su familia y
el deseo de seguir sus propios sentimientos. El destino de los Harrison
y su propio futuro penden de un hilo, y la velada se convierte en una
danza delicada entre las expectativas sociales y los deseos personales.
Emmeline sale para hacer una breve visita al jardín, diciendo que se
siente mareada. Se queda sola, reflexionando sobre las decisiones que
están a punto de definir el futuro de la familia.
—Clara, Alexander, Elsie —digo con frustración apenas contenida—,
creo que voy a salir al jardín. No me encuentro bien.
Mi voz tiene un toque de impaciencia, y mientras les dirijo la mirada,
se puede sentir que mi deseo de escapar de esta velada me consume.
Estoy cansada de seguir las estrictas reglas sociales y de la expectativa
de comportarme con una calma que no siento.Clara, siempre atenta, frunce el ceño y se acerca.
—¿Te sientes mal de verdad, Emmeline? ¿Necesitas que te acompañe?
La preocupación en su rostro era evidente, reflejando el vínculo que
compartíamos a pesar de las tensiones que nos rodeaban.
—No, no es necesario —respondió Emme con un ligero gesto de la
mano, restándole importancia—. Solo necesito un poco de aire fresco.
Además, no quiero que me vigilen a cada momento. Es asfixiante aquí
dentro.
Alex, que hasta ahora había observado en silencio, asintió con
comprensión. —Haz lo que necesites. Solo ten cuidado.
Elsie la observó, su expresión era una mezcla de preocupación y
resignación. —Si necesitas algo, avísame, por favor.
Editado: 03.02.2025