Jacqueline fue a buscarnos después de que Alex bebiera el vino
envenenado. Los primeros en llegar al lugar del crimen fueron Edmund
y Emme. Ella salió de la habitación en la que se encontraba y,
recorriendo los pasillos, llegó a la zona donde estaban los invitados.
—¡Ayuda, alguien ha envenenado a Alex! —exclamó Jacqueline con
una voz cargada de angustia. Sus manos temblorosas buscaban apoyo
en la mesa y sus ojos verdes, normalmente llenos de una determinación
tranquila, estaban ahora inundados de lágrimas de desesperación.
—Una de las copas de vino estaba envenenada y él la tomó sin querer
—continuó, su voz quebrándose mientras miraba a su alrededor en
busca de una solución.
—¡No, Alex, mi hermanito! —gritó Emmeline, su voz rota por el dolor
y la furia. Las lágrimas corrían por su rostro mientras agarraba con
fuerza la mano de mi segundo hijo mayor, Edmund. Sin perder tiempo,
tiró de él, decidida a dirigirse a la habitación donde estaban Jacqueline
y Alex. La desesperación en sus ojos solo era igualada por el
sufrimiento en su corazón. —Voy a buscar venganza por él. No puede
morir, lo necesito, él me protege —declaró con una voz temblorosa pero
firme.
Mientras avanzaba rápidamente por los pasillos, sus pensamientos se
entrelazaban con recuerdos de todas las veces que Alex la había
defendido y apoyado. Esa protección que él le brindaba era ahora el
motor de su rebeldía, la razón por la que no podía quedarse quieta y
esperar. La frustración acumulada le recordaba el día en que mi marido,el padre de Emmeline, murió por una enfermedad desconocida entre sus
brazos, dejándola traumatizada.
Flashbacks:
—¡Papá, quiero ir a las atracciones! —dijo Emme emocionada. Con
solo 16 años, su apego a su padre era evidente, reflejando una inocencia
que aún no había sido tocada por las crueldades del mundo.
—Iremos pronto —respondió Leighton, mirándola con cariño antes de
abrazarla. Sin embargo, Leighton no se encontraba bien. Llevaba
tiempo enfermo de una enfermedad no identificada y parecía estar muy
grave. De repente, se desplomó sin vida entre los brazos de Emme.
—¡Padre, papi, despierta! —gritó Emme desesperada, moviéndolo para
despertarlo, pero ya no respiraba. Su espíritu rebelde y su negación de
la realidad hacían que la escena fuera aún más dolorosa.
Desesperada, Emme me llamó, llevándome al salón donde yacía mi
esposo, que acababa de morir. —¡Mamá, papá no despierta! —dijo
asustada, apoyándose contra el cuerpo de su padre sin soltarlo, su voz
llena de dolor y rebeldía contra la injusticia de la situación.
Al revisar los signos vitales de Leighton, me di cuenta de que ya no
había señales de vida. —Hija, creo que hay que despedirse de papá. Él
ya no está vivo —dije, mirándola con un tono autoritario mezclado con
resignación.—¡No, dime que no está muerto! —gritó ella, llorando
desconsoladamente. Pasó toda la noche en depresión, su personalidad
rebelde ahora rota por el dolor y la pérdida.
Volvió al presente al llegar a la habitación donde se encontraba
Alexander junto a Jacqueline.
—¡Alex! —exclamó al entrar en la habitación, su voz resonando con
una mezcla de angustia y desafío. Su preocupación por el estado de
Alex era evidente, al igual que su determinación de hacer algo al
respecto y no quedarse de brazos cruzados mientras su hermano sufría.
Edmund Harrison, con su presencia siempre serena y su porte elegante,
se acercó a Emmeline con un gesto suave y compasivo. Su voz, calma y
firme, reflejaba tanto su empatía como su determinación de apoyar a su
hermana en un momento tan difícil.
—Emmeline, necesitas calmarte —dijo, colocando una mano
reconfortante sobre el hombro de su hermana—. Alexander ya no está
con nosotros. Lo siento mucho, pero no tiene signos vitales presentes.
El tono de Edmund era gentil pero claro, tratando de transmitir la
gravedad de la situación sin aumentar la angustia de Emmeline. Su
mirada profunda y verde reflejaba tanto la tristeza compartida como la
fortaleza que estaba dispuesto a ofrecer a su familia en ese momento
trágico.
Edmund la miró con comprensión y tristeza, sabiendo cuán difícil era
para Emmeline enfrentar la pérdida.—Primero papá, Edmund, y ahora Alex —dijo Emmeline con voz
quebrada, luchando por mantener la compostura—. Él siempre me
protegía. No puedo apegarme a nadie; todos terminan muriendo. No
puedo mostrar emociones —sus palabras salieron con un tono
desafiante, reflejando su personalidad rebelde y la lucha interna que
enfrentaba.
Edmund suspiró, reconociendo la fuerza y vulnerabilidad de su hermana
en ese momento. Se acercó un poco más, manteniendo su postura
calmada y firme.
—Emme, entiendo tu dolor y frustración —respondió con suavidad—.
Pero no puedes encerrarte en ti misma. Alex te protegía porque te
quería, y mostrar tus emociones no es una debilidad. No estás sola;
todos estamos aquí para ti.
Las palabras de Edmund buscaban equilibrar el consuelo con la
importancia de mantener las relaciones familiares a pesar de la pérdida.
Sabía que su hermana necesitaba ese apoyo más que nunca, aunque su
rebeldía la llevara a tratar de distanciarse de nosotros. Comprendía el
dolor que la embargaba, reconociendo que, en momentos como ese, la
familia debía permanecer unida para superar las adversidades.
A la mañana siguiente, mis hijos estaban de luto por la pérdida del
mayor de la familia. Elsie se despertó. El dolor se había apoderado de la
mansión Harrison. En cada rincón, la noticia había sembrado anarquía y
angustia entre los presentes. Elsa se movía silenciosa y determinada;
Editado: 03.02.2025