Lady Caroline
El viaje hacia la boda fue majestuoso: Lamont y Els se desplazaron en
una carroza ceremonial, una lujosa y elegante estructura de estilo
clásico. Decorada ricamente con detalles ornamentales dorados que
realzaban su esplendor y exuberancia, la carroza, de un suave tono
blanco crema, contaba con cortinas en cada ventana que añadían un
toque de privacidad y sofisticación. Sus robustas y grandes ruedas,
típicas de eventos reales o aristocráticos, completaban este transporte
digno de la ocasión.
—Elsie, sé que no quieres escuchar esto —dijo Lamont con una voz
firme pero teñida de vulnerabilidad mientras las ruedas de la carroza
avanzaban por las calles—. Pero voy a ser honesto contigo. No
pretendo ser tu primera opción, y no soy ingenuo; sé que sientes algo
por mi primo. Pero la realidad es que eres... eres hermosa, inteligente, y
cualquier hombre podría enamorarse de ti. Incluso yo. Sólo espero que,
con el tiempo, puedas confiar en mí. No como en un extraño o en un
simple aliado de conveniencia, sino en alguien con quien puedas
compartir algo más... algo real.
Lamont desvió la mirada hacia las cortinas que oscilaban suavemente
con el vaivén de la carroza, mientras su mente navegaba entre el deber y
el deseo, la ambición y la sinceridad.
—Lord Lovelace, no quiero herirle, pero debo ser honesta —dijo Elsie,
su voz suave pero cargada de tensión, mientras sus dedos jugueteabancon la solapa de la chaqueta de Lamont—. No deseaba que las cosas
fueran así. Siempre imaginé que, cuando me casara, sería un momento
único, con alguien a quien de verdad amara. Pero aquí, en este mundo...
¿acaso es posible, o siquiera existe el amor verdadero? ¿Está permitido?
Mientras sus palabras se esparcían en el aire, mi hija pelirroja dejó que
sus manos rozaran suavemente el pecho de Lamont, buscando una
respuesta que no hallaba en sus propios pensamientos.
La chaqueta de boda de mi futuro yerno presentaba varios botones
negros, cada uno sujeto con una cuerda gris, y era de un tono oscuro.
Debajo, llevaba una camiseta perlada de cuello alto, con mangas largas
adornadas con bordados florales y brazales en forma de vuelo,
evocando una estética que recordaba a los piratas del Caribe en la época
victoriana.
— Elsie, ¿podrías retirar tus manos de mi torso? Es bastante incómodo
—dijo Lamont, apartando sus manos del pecho.
— Perdón, ahora que me doy cuenta, eres bastante atractivo, Lord
Lovelace. Quizás deba aprovechar este esposo por matrimonio que me
han impuesto, ¿no crees? Creo que tú y yo pensamos igual, señor
Lovelace —dijo Elsie, en un tono que revelaba su frustración y
sarcasmo.
— No, señora Harrison, no pensamos lo mismo. Sé que me encuentras
atractivo, pero no me seduzcas ni finjas que me amas cuando
claramente sientes algo diferente por mi primo James —respondió
Lamont con frialdad.— Oh, es una pena, Lovelace. ¿Quién te dijo que no me gustas? No es
así —replicó Elsie, con una mezcla de sarcasmo y desdén.
— No sé qué te ocurre. Estás tan ensimismada como si hubieras tomado
algo para enamorarte de mí. Hace un rato estabas más centrada, pero
ahora parece que te has desconectado —dijo Lamont, con una mezcla
de frustración y preocupación.
— A las mujeres se les respeta, Lamont, y ahora que voy a ser tu
esposa, aún más. Pensaba que eras más comprensivo y amable, pero veo
que me ofendes, Lord Lovelace —contestó Elsie, adoptando una
expresión de cachorro indefenso.
— Ay, por favor, no pongas esa cara, mi querida esposa. Te amaré,
cuidaré y protegeré hasta el final de nuestros días. Si tenemos hijos,
prometo ser el mejor padre que haya existido —dijo Lamont con una
mezcla de sinceridad y determinación, intentando calmar la tensión y
reafirmar su compromiso.
— Bueno, no quiero tener hijos; no me gusta esa idea. Pero, dado que
estoy obligada por esta sociedad, necesito tu ayuda para bajar de la
carroza con este vestido. Es muy largo y temo caerme al bajar o subir
las escaleras —dijo Elsie mientras la carroza giraba en una esquina y se
detenía.
— A sus órdenes, mi hermosa dama. Toma mi mano, la carroza acaba
de detenerse. Ten cuidado con los escalones; yo te avisaré si veo alguno
—dijo Lamont, mientras ayudaba a Elsie a bajar de la carroza,asegurándose de que no tropezara con el largo vestido mientras ella
recogía la tela a su paso.
— Lord Lovelace, delante de mi madre, debemos fingir nuestro
matrimonio. Por eso estaba fingiendo seducirte en la carroza.
¿Entendido? ¿Estamos de acuerdo? —preguntó Elsie, mientras Lamont
la ayudaba a descender con cuidado.
— Esta noche, con ese vestido, estás tan radiante que renunciaría a
todos mis tesoros para ver cómo brillas —dijo Lamont, mientras la
ayudaba a salir de la carroza.
Nos encontramos con un espectáculo de belleza y elegancia al entrar en
el recinto. El majestuoso palacio de Lord Lamont Lovelace reflejaba la
grandeza de la época victoriana. Bajo la luz dorada del atardecer, su
fachada, decorada con complejos detalles de piedra labrada, se elevaba
imponente. Los altos arcos neogóticos y las ventanas de cristal
esmerilado transmitían una sensación de sofisticación y grandeza. El
interior del palacio era una exhibición de lujo sin precedentes. Tapices
en tonos burdeos y dorados decoraban los salones, cuyas alturas estaban
adornadas con molduras de estuco y candelabros de cristal. Las luces
parpadeantes de los candelabros se reflejaban en los suelos de mármol
pulido, creando un ambiente resplandeciente. Los retratos enmarcados
decoraban las paredes.
Editado: 03.02.2025