La fortuna de los Harrison

Capítulo 8 Una Corona de Lágrimas: La Boda y el Sacrificio

Lady Caroline

El viaje hacia la boda fue majestuoso: Lamont y Els se desplazaron en

una carroza ceremonial, una lujosa y elegante estructura de estilo

clásico. Decorada ricamente con detalles ornamentales dorados que

realzaban su esplendor y exuberancia, la carroza, de un suave tono

blanco crema, contaba con cortinas en cada ventana que añadían un

toque de privacidad y sofisticación. Sus robustas y grandes ruedas,

típicas de eventos reales o aristocráticos, completaban este transporte

digno de la ocasión.

—Elsie, sé que no quieres escuchar esto —dijo Lamont con una voz

firme pero teñida de vulnerabilidad mientras las ruedas de la carroza

avanzaban por las calles—. Pero voy a ser honesto contigo. No

pretendo ser tu primera opción, y no soy ingenuo; sé que sientes algo

por mi primo. Pero la realidad es que eres... eres hermosa, inteligente, y

cualquier hombre podría enamorarse de ti. Incluso yo. Sólo espero que,

con el tiempo, puedas confiar en mí. No como en un extraño o en un

simple aliado de conveniencia, sino en alguien con quien puedas

compartir algo más... algo real.

Lamont desvió la mirada hacia las cortinas que oscilaban suavemente

con el vaivén de la carroza, mientras su mente navegaba entre el deber y

el deseo, la ambición y la sinceridad.

—Lord Lovelace, no quiero herirle, pero debo ser honesta —dijo Elsie,

su voz suave pero cargada de tensión, mientras sus dedos jugueteabancon la solapa de la chaqueta de Lamont—. No deseaba que las cosas

fueran así. Siempre imaginé que, cuando me casara, sería un momento

único, con alguien a quien de verdad amara. Pero aquí, en este mundo...

¿acaso es posible, o siquiera existe el amor verdadero? ¿Está permitido?

Mientras sus palabras se esparcían en el aire, mi hija pelirroja dejó que

sus manos rozaran suavemente el pecho de Lamont, buscando una

respuesta que no hallaba en sus propios pensamientos.

La chaqueta de boda de mi futuro yerno presentaba varios botones

negros, cada uno sujeto con una cuerda gris, y era de un tono oscuro.

Debajo, llevaba una camiseta perlada de cuello alto, con mangas largas

adornadas con bordados florales y brazales en forma de vuelo,

evocando una estética que recordaba a los piratas del Caribe en la época

victoriana.

— Elsie, ¿podrías retirar tus manos de mi torso? Es bastante incómodo

—dijo Lamont, apartando sus manos del pecho.

— Perdón, ahora que me doy cuenta, eres bastante atractivo, Lord

Lovelace. Quizás deba aprovechar este esposo por matrimonio que me

han impuesto, ¿no crees? Creo que tú y yo pensamos igual, señor

Lovelace —dijo Elsie, en un tono que revelaba su frustración y

sarcasmo.

— No, señora Harrison, no pensamos lo mismo. Sé que me encuentras

atractivo, pero no me seduzcas ni finjas que me amas cuando

claramente sientes algo diferente por mi primo James —respondió

Lamont con frialdad.— Oh, es una pena, Lovelace. ¿Quién te dijo que no me gustas? No es

así —replicó Elsie, con una mezcla de sarcasmo y desdén.

— No sé qué te ocurre. Estás tan ensimismada como si hubieras tomado

algo para enamorarte de mí. Hace un rato estabas más centrada, pero

ahora parece que te has desconectado —dijo Lamont, con una mezcla

de frustración y preocupación.

— A las mujeres se les respeta, Lamont, y ahora que voy a ser tu

esposa, aún más. Pensaba que eras más comprensivo y amable, pero veo

que me ofendes, Lord Lovelace —contestó Elsie, adoptando una

expresión de cachorro indefenso.

— Ay, por favor, no pongas esa cara, mi querida esposa. Te amaré,

cuidaré y protegeré hasta el final de nuestros días. Si tenemos hijos,

prometo ser el mejor padre que haya existido —dijo Lamont con una

mezcla de sinceridad y determinación, intentando calmar la tensión y

reafirmar su compromiso.

— Bueno, no quiero tener hijos; no me gusta esa idea. Pero, dado que

estoy obligada por esta sociedad, necesito tu ayuda para bajar de la

carroza con este vestido. Es muy largo y temo caerme al bajar o subir

las escaleras —dijo Elsie mientras la carroza giraba en una esquina y se

detenía.

— A sus órdenes, mi hermosa dama. Toma mi mano, la carroza acaba

de detenerse. Ten cuidado con los escalones; yo te avisaré si veo alguno

—dijo Lamont, mientras ayudaba a Elsie a bajar de la carroza,asegurándose de que no tropezara con el largo vestido mientras ella

recogía la tela a su paso.

— Lord Lovelace, delante de mi madre, debemos fingir nuestro

matrimonio. Por eso estaba fingiendo seducirte en la carroza.

¿Entendido? ¿Estamos de acuerdo? —preguntó Elsie, mientras Lamont

la ayudaba a descender con cuidado.

— Esta noche, con ese vestido, estás tan radiante que renunciaría a

todos mis tesoros para ver cómo brillas —dijo Lamont, mientras la

ayudaba a salir de la carroza.

Nos encontramos con un espectáculo de belleza y elegancia al entrar en

el recinto. El majestuoso palacio de Lord Lamont Lovelace reflejaba la

grandeza de la época victoriana. Bajo la luz dorada del atardecer, su

fachada, decorada con complejos detalles de piedra labrada, se elevaba

imponente. Los altos arcos neogóticos y las ventanas de cristal

esmerilado transmitían una sensación de sofisticación y grandeza. El

interior del palacio era una exhibición de lujo sin precedentes. Tapices

en tonos burdeos y dorados decoraban los salones, cuyas alturas estaban

adornadas con molduras de estuco y candelabros de cristal. Las luces

parpadeantes de los candelabros se reflejaban en los suelos de mármol

pulido, creando un ambiente resplandeciente. Los retratos enmarcados

decoraban las paredes.




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