Lady Caroline Harrison
— Esta noche habrá una fiesta de máscaras en el palacio Lovelace. Ni
se te ocurra mirar a mi primo James, porque sé perfectamente que te
atrae y lo que sientes por él. Eres mi esposa —dice Lamont, con la ira
chispeando en su mirada.
— Esto fue solo una obligación; no te amo y solo me causa curiosidad.
James, aún no estoy segura de si lo que siento es amor, y si lo fuera,
no creo que fuera un gran problema. Quiero estar con alguien que me
llene y me quiera por lo que soy, casarme y tener hijos con esa
persona. Si voy a la fiesta, es porque no tengo otra opción. Fui elegida
princesa por imposición — dijo mi hija, mostrando su frustración y su
deseo de algo más auténtico.
—Eso es absurdo —replicó Lamont, avanzando hacia ella con paso
firme, su mirada tan fría que parecía cortar el aire—
. ¿Realmente
crees que puedes hacer lo que quieras solo porque no sientes amor?
Este compromiso no se trata de tus caprichos, Elsie, sino de lo que
ambos debemos hacer como matrimonio.
Con una postura rígida, su tono de voz era claro y autoritario, como si
sus palabras fueran la única verdad posible. No parecía dispuesto a
ceder ni un ápice de su postura.
Me cuesta imaginar la escena sin estremecerme. Elsie, mi hija
valiente, sosteniendo la mirada helada de Lomont como si fueraun desafío, con el mentón en alto y su porte altivo, una mujer
que jamás se dejaría doblegar. Siempre ha tenido esa fuerza en
sus ojos, ese fuego que arde en su interior y que ni siquiera
Lomont, con sus palabras afiladas, ha logrado apagar.
Puedo ver cómo Lomont, con esa arrogancia que tanto me
repugna, avanza hacia ella, sus pasos firmes y seguros, como si
fuera él quien dictara cada movimiento en este maldito juego de
poder. Y ella, en lugar de retroceder, lo enfrenta. Me pregunto de
dónde saca el valor; quizás de su propio corazón herido, o del
orgullo que le he enseñado a guardar tan celosamente.
Entonces, ella le responde, su voz firme y desafiante, más fuerte
de lo que él esperaba. Puedo imaginar el estremecimiento en su
rostro, el desconcierto de un hombre que siempre ha querido
tener el control.
—No me hables de deber cuando eres el primero que no cumple
sus promesas —respondió Elsie, con una voz más firme de lo
que él esperaba, su mira fija en Lamont. —Me exiges lealtad
cuando tú nunca me has dado motivos para sentirme amada.
Desde nuestro matrimonio, no soy una pieza más en tu juego,
Lamont. Algún día, si Dios quiere, te darás cuenta de que el
poder y el deber no lo son todo en la vida.
Lamont entrecerró los ojos, apretando los puños a su costado,
pero antes de que pudiera responder, mi niña, Elsie, continuó,
con su voz apenas un susurro cargado de anhelo.— Si amo a James, tu primo, es porque quiero saber si hay
alguien que me vea más allá de la princesa. Alguien que me vea
por lo que realmente soy. Quiero saber qué se siente ser
deseada de verdad, sin que haya obligación alguna de por
medio.
Vi cómo Elsie dejó caer las manos a los costados, su mirada fija
y desafiante. No necesitaba alzar la voz; cada palabra era un
claro mensaje de su firmeza.
Lamont la observó en silencio. La furia en sus ojos comenzó a
ceder ante algo aún más oscuro, un sentimiento que ni él mismo
parecía dispuesto a reconocer.
— Si es eso lo que deseas —dijo Lamont, su voz tan fría como el
acero, pero sus ojos brillaban con intensidad y misterio—.
Entonces sigue con él, mientras sigas casada conmigo. No
pediré el divorcio. Ve a la fiesta, míralo. Pero recuerda, Elsie, las
elecciones siempre tienen consecuencias graves.
Parte II
La casa de los Lovelace brilla con una intensidad inusitada esta noche,
como un faro que desafía la oscuridad. Las luces doradas se derraman
sobre el paisaje, como un río de promesas, mientras el palacio parece
respirar, vivo, entre risas y susurros. Pero yo no estoy aquí para ser
parte de esa ilusión. Cada paso que doy es lento, medido, como si
estuviera caminando no hacia un destino, sino hacia una trampa de la
que no sé si podré escapar. Y sin embargo, sigo adelante.
La máscara dorada de Elsie resplandece, ocultando lo que realmente
siente. Lamont le había dicho claramente que se mantuviera alejada de
su primo James, y aunque sus palabras siguen retumbando en su mente,
Elsie avanza con una calma calculada. La fiesta se desarrolla alrededor
de ella, pero hay algo en su porte, en la forma en que se mueve, que me
deja claro que, por dentro, está en otro lugar. Cada paso que da parece
resonar más allá de la sala, como si estuviera luchando contra una
fuerza invisible, un peso que no puede deshacerse. Lo sé, sin verla, lo
sé: ella está atrapada entre lo que le exigen y lo que realmente desea.
entre ellos:
—Si vas con James, recuerda que las decisiones siempre tienen
consecuencias graves.
Lamont no se mueve. Sus ojos no parpadean, pero su mirada corta el
aire entre ellos como una hoja afilada. No dice nada más, pero la dureza
en su postura lo dice todo. Elsie lo mira, implacable, su respiración se
mantiene tranquila, aunque sus dedos se aprietan contra el borde de suvestido. No cede ni un centímetro, pero la firmeza de su cuerpo delata
que la amenaza está ahí, colgando sobre ella como una sombra.
En el silencio que se extiende, las palabras no dichas flotan. Lamont
observa, esperando, sin dar espacio para ninguna duda. Elsie se
mantiene erguida, pero su mandíbula está tan tensa que parece que
pudiera romperse con la presión. No hay miedo, solo un cálculo
Editado: 03.02.2025