La Fragilidad De La Historia

Capítulo 4

–¿Recuerdas la primera vez que llegaste a este templo, querida? Mira cuán lejos has llegado, lo haz hecho bien.– le dijo la suma sacerdotisa.

Elisabeth estaba sentada al otro lado de su escritorio, en un asiento menos ornamental que el de su superior, mirándola de una manera neutral mientras trataba de no estremecerse ante su presencia. A espaldas de la suma sacerdotisa, estaba Lena, que sostenía un canasto de mimbre lleno de rollos polvorientos y miraba preocupada a Elisabeth, consciente del autocontrol que ejercía para no salir corriendo de lo cerca que estaba Cécile de ella.

La oficina de la sacerdotisa tenía un forma curiosa comparada con los otros espacios, los demás lugares del templos se les había tratado de dar una forma imprecisa de un cuadrado o un rectangular impreciso, en cambio, la oficina de la suma sacerdotisa era de manera cóncava haciéndose el espacio más ancho cuando se estaba cerca de la puerta, no se sabía si era en ese templo en especifico, o si es que así eran todas las oficinas de las sacerdotisas madres en los demás reinos. Además de las sillas y el escritorio, el lugar estaba amueblado con cuatro estantes a los laterales de una altura promedio llenos de pergaminos y volúmenes desnudos mostrando sus hojas amarillentas y cocidas. Contaba con el único bombillo en toda la instalación subterránea y luego estaba lo más impactante: los cuadros. Diferentes cuadros, diferentes estilos de artistas representado fragmentos, escenas y personajes que han salido en el santo Wahy. Esos eran cuadros que la suma sacerdotisa había comprado con su dinero propio, cuadros caros, de seguro tardó mucho en ahorrar para comprarse cada uno de ellos, quizás no...Sin embargo, sin duda, estaban ante el espacio de una verdadera devota.

–Y espero que llegue más lejos teniendo un proyecto tan ambicioso y necesitado en tus manos ¿Sabes cual es el misterio que rodea a esa guerra en especifico?– entrecerró los ojos, sabiendo que ya le tenía la respuesta. Era imposible el no tenerla.

–Que nadie recuerda nada...quiero decir, si se acuerdan pero no del todo.

–Mi pequeña Elisabeth, el no recordarlo todo, el tener tantos agujeros en blanco en nuestra memoria es lo mismo que haberla perdido.

–Tiene usted razón, Madre.

–Muchas cosas importantes pasaron en esa guerra, incluyendo la toma de este templo. Créeme Elisabeth, todas las veteranas te van a decir lo mismo si se lo preguntas una por una, incluyéndome. Todas las que estuvimos aquí abajo tenemos grabado lo mismo. Hay quienes ni siquiera recuerdan nuestro secuestro.

Estaba transpirando a más no poder, Elisabeth se esforzaba para mantener su cuerpo en una extrema quietud y fijar la vista en la cara de la suma sacerdotisa sin enfocarse en los ojos. Repudiaba verle la cara, sobre todo cuando al estar tan cerca de ella comenzaba a sentir un ligero ardor recorrer sus marcas que le asustaba, por ende  se mantenía tranquila y respondía de la manera en que mejor le conveniese.

–Sé que tan importante es este proyecto cuyo honor he recibido de emprender, por juramento daré lo mejor de mi para completarlo.

–Que grata respuesta, y han sido cinco que han dicho lo mismo que usted y sin embargo terminaron abandonando este trabajo.– dijo la suma sacerdotisa con sorna, y a continuación se dedicó a mirarla detenidamente.

Una mirada tan prolongada y pesada para Elisabeth que se arrepentió de su respuesta, las gotas de sudor ya le escurrían por la frente y mejillas, haciéndose más difícil que se mantuviese inmóvil. Pudo sentir como los grilletes le apretaban poco a poco las muñecas a medida que ese ligero ardor aumentaba, si continuaba a sí no tardaría demasiado en sentir que se le estaban quemando ambos brazos.

El compartir un espacio tan cerrado, con esas dos damas, le era más que fastidioso ¿A dónde quería llegar ella? Quería que terminase lo antes posible, quería irse rápido. Por el aumento de su ansiedad, sin evitarlo, y percatándose muy tarde de ello, empezó a mover su pie muy rápidamente mostrando erróneamente parte de su zozobra. La suma sacerdotisa arqueó ambas cejas, e inmediatamente paró de hacerlo. Tenía que demostrar la calma.

–Es justo la causa de esta amnesia una de los tantos casos que tendrás que resolver.– al fin habló Cecile.– Mira, Elisabeth, tú has aprendido esto en clase, una guerra abarca demasiados eventos, por lo que supongo que será sensato dejarte pedir ayuda a tus hermanas ¿sí? Pero por ahora tu obligación es leer lo que tus cinco antecesoras hayan podido recopilar, y a partir de lo que tengas, idear un plan de viaje.

–En…tiendo.– dijo Elisabeth, ya habiendo previsto con anterioridad lo que le iba tocar hacer. No esperaba realmente el que le concedieran tener ayuda, con esto sabido, gran parte de la preocupación por su trabajo se habría diluido sino fuera por las siguientes palabras que agregó la suma sacerdotisa y que terminarían por atormentarla durante varios días:

–Ahora, te doy un plazo de cuatro meses, en ese tiempo podrás viajar y hablar con cualquiera cuanto sea necesario. Conviene que, durante tu viaje, seas mejor que tus antecesoras en averiguar la causa de esa amnesia, créeme, este templo seria una vergüenza si no logra reconstruir tantos años de trabajo, si la historia puede ser arrebatada tan fácilmente de nuestras manos ¿para que servimos? ¿que sentido tendría nuestra vocación?

Elisabeth palideció y se tiró su cuerpo hacia atrás por el espanto. Ya vio cual iba a ser su punto.

–La tranquilidad de estos últimos años no te habrán borrados las palabras tan importantes que te dije en ese entonces ¿verdad? No lo creo, has demostrado ser lo suficientemente inteligente, y por esa inteligencia estoy segura que te esforzarás en mantener este cargo. A menos, claro, que decidas rendirte y nos brinden un mejor servicio de ti ¿comprendes?

–Sí, Madre.– contestó de inmediato. Llegó a ser un poco brusco, un actitud anormal de ella.



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En el texto hay: dioses, romance, realeza

Editado: 15.01.2020

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