–Los permisos ya están firmados y sellados, encargarte de los sobres y que sean correctamente enviados.– le encargó la Suma Sacerdotisa a Lena que estaba sentada en un rincón de su propia oficina.
A diferencia de la suma sacerdotisa su oficina era pequeña y cuadrada, sin más adorno que un viejo estante y su escritorio no era más que una pequeña mesa de madera. Encima de esta tenía en el extremo de la mesa derecha una pequeña pila de bolsas de algodón vacías y en el extremo derecho estaban las bolsas ocupadas con pequeñas esferas de cobre que provenía de un costal lleno a sus pies.
–Veo que ya estás separando el dinero de las chicas, no te olvides que hay que obtener sus firmas para las cuentas bancarias.– prosiguió la anciana, mostrando un gesto de estrés frotándose las sienes, como si fuera ella quien estuviera haciendo el trabajo.
–Sí, Madre.
La suma sacerdotisa hizo ademán de irse cuando volvió a darse la vuelta y preguntó:
–¿Cuál era el presupuesto aceptado?
–El presupuesto son quinientas raes entregadas el día de partida y para la cuenta bancaria de repuesto se les depositará cerca de 300 raes más en caso de emergencia.
–Bien, pero déjale a Elisabeth Arthur sólo doscientas cuarenta raes a la hora de su partida y cien en su cuenta bancaria, no creo que los vaya a necesitar de todas formas y es un desperdicio mover el dinero innecesariamente.
–¿Por qué cree usted eso?.– le preguntó calmada Lena.
La suma sacerdotisa frunció el ceño.
–A diferencia de las otras, ella fue lo suficientemente afortunada para que su primer trabajo fuera con la realeza, estoy segura de que ellos serán lo suficientemente generosos como para que algo le falte. Negar eso sería como negar la bondad de nuestros señores.
A Lena le pareció absurdo. El trabajo de esa muchacha no sólo era el más pesado sino que todo indicaba a ser el más costoso. Aunque su destino inicial, el palacio de Deyko, quedaba a un día de viaje en tren, no le cabía la menor duda de que iba a tener que desplazarse a otro sitio siguiendo pistas. No siempre dormiría dentro de los palacios, castillos o mansiones de la aristocracia, en un cómodo cuarto en el piso de los criados, sino que durante el transcurso de su viaje gastaría dinero en hospedaje, comida y pasaje de transporte. No se trataba de que lo hiciera a un nivel lujoso, pero de sí de una comodidad que debía de ser brindada por el propio convento.
Sin embargo, no podía responderle aquello a Cécile, no cuando estaba a tan poco de conseguir su puesto deseado. “Cuando sea turno mío, me aseguraré de hacerlo bien”, pensó ilusionada por años. Desde hacía mucho, su vida giró alrededor de la meta de convertirse en la próxima Suma Sacerdotisa.
–Como desee, Madre.
La suma sacerdotisa se retiró dejando los permisos en sus manos, y Lena los hizo a un lado mientras proseguía con su tarea del dinero. Cuando le tocó llenar la bolsa de Elisabeth pensó en que debería realmente llenarla con los doscientos cuarenta que le había ordenado Cécile, pero la idea misma le pareció absurda y aunque le avergonzaba admitirlo y la memoria de cierta persona le martilleaba por ello, no sentía un afecto grande por Elisabeth, tan solo una empatía y un sentido de responsabilidad que no bastaban para arriesgarse el futuro y sin embargo sí bastó para que tuviera la consideración suficiente para desobedecer las órdenes de la suma sacerdotisa. Sabiendo que dentro de la dinero que albergan, no se notaría los doscientos sesenta que faltaba, simplemente los depósito y puso a un lado la bolsa como si nada. Respecto al depósito bancario, allí no se podría hacer nada, ellos enviarían un recibo de la cantidad entregada al convento.
Elisabeth había sufrido ya demasiado, y si Bianca Fiorella Neve estuviera viva, Lena no dudaba de que le dedicaría un profundo odio por no haber tratado nada para impedirlo. Una dejaba, a su muerte, al cuidado de una amiga su querida hija esperando que esta le brindara un cuidado adecuado. “Pero nunca me avisaste de antemano”, se excusaba ante ella cuando sus pensamientos la traían de vuelta, “te desapareciste durante años para luego descubrir de un golpe tu matrimonio y tu muerte…de que habías adoptado una niña. Dime ¿Cómo querías que reaccionara?” Dentro de su ser, Lena sabía que habría podido amar a la niña si hubiera sido hija biológica, si se pareciera a Bianca podría haber perdonado el que sea la causa de su muerte, porque habría podido contemplar lo más parecida a la imagen de ella para siempre.
Conoció a Bianca a la edad de dieciocho años. En aquel entonces todavía seguía sirviendo en el reino de Fiore y se había desempeñado de manera tan sobresaliente que le fue asignada, muy joven, a la misión de escribir sobre la construcción de la tercera mejor universidad para humanos del imperio, la universidad de Borgia, cuyo proyecto lo comenzó el Marqués Acosta de Borgia, llegando a lograr la inversión de tólitas en la construcción. Se dirigió al castillo del marqués en Estano a entrevistarlo. Presentó su placa e identificación permitiéndole el paso dentro de su recidencia.
–Por favor, acompáñame al salón de espera mientras aviso al amo de su llegada.
La llevó al salón pequeño pero de ostentosa decoración, sentándose en uno de sus lujosos sofás blancos, tan blanco, que tuvo miedo de mancharlo con solo tocarlo por lo que prefirió al instante ponerse de pie.
–¿Desea comer o beber algo?
–N-No, estoy bien así, gracias.– respondió apresurada, tratando de sostener firme el asidero de su maleta que se humedecía por la mano sudorosa. Estaba nerviosa, era la primera ves que entrevistaba a un noble.
El mayordomo se fue y la dejó sola, caminando de un lado a otro mientras esperaba su regreso, regreso que no tardó en hacerse. Él volvió sólo, avisando que el marqués la esperaba en la oficina. Lena asintió y lo siguió por los corredores y ahí fue que sucedió. Dos niñas, vestidas elegantemente, estaban sentadas en la alfombra probando diferentes cintas para el pelo de una caja de madera. No debía ser mucha la diferencia de edad que debían de tener con Lena, puesto que parecían haber entrado ya en la pubertad y prueba de ello era que la vestida más exuberante, mostraba en sus brazos las típicas marcas púrpuras de la nobleza, debía de tratarse de una hija del marqués. La otra, la que había llamado su verdadera atención, era una niña de una piel blanca sin marca alguna, su piel le recordó al sofá que se negó a tocar hace poco, el cabello semi-recogido le permitía que ondas azabache le enmarcan un rostro ovalado de mejillas sonrosadas. Si Lena fue dibujante sabría, a pesar de los años, plasmar correctamente sus facciones: nariz recta, una boca pequeña y roja, cejas delgadas y arqueadas y unas pestañas largas enmarcando bellamente unos redondos ojos azules. Todo pasó en un minuto, a Lena literalmente le dolió el corazón al verla.
Editado: 15.01.2020