Con el pasar de los días, Elena se dio cuenta de que no podía escapar de su pasado ni de su presente. Cada vez que cerraba los ojos, las imágenes y sensaciones de su vida la perseguían implacablemente. Decidió entonces confrontar sus miedos y enfrentar las emociones que había estado evitando durante tanto tiempo.
—¿Qué gano al intentar olvidar? —se preguntó en voz alta una tarde, mientras el sol se filtraba tímidamente por la ventana de su habitación—. El olvido no es la solución. Quizás, superarlo sí lo sea.
Elena comenzó a escribir en un diario todo lo que sentía, permitiéndose expresar cada dolor, cada angustia y cada esperanza. Descubrió que al poner en palabras sus emociones, estas se volvían más manejables. Comprendió que la sanación no significaba borrar las heridas, sino transformarlas en lecciones de vida y fortaleza.
—Las heridas no desaparecerán, pero puedo sanarlas. Pueden convertirse en cicatrices que narren mi historia de resiliencia y fuerza —murmuró mientras trazaba líneas firmes en su diario.