La Fuga

Nuevos en el barrio

La llamada.

Atardece en la capital. Pablo y Cristina, exhaustos por la caminata y las compras, llegan a la casa de su tío Alfredo. —¡Al fin llegaron! ¿Y cómo les fue con las compras? — pregunta Alfredo.

Pablo, dejando caer algunos paquetes sobre la mesa, responde emocionado —Bien, tío. Cansado, pero logramos encontrar todo lo que necesitábamos.

Cristina, respira hondo y lo mira con molestia —Vengo muerta, Pablo me hizo recorrer todo el centro comercial buscando… no sé qué cosa de Bruce Lee.

Pablo, con picardía en sus ojos, levanta una bolsa llena de afiches y una camiseta —Tío, me gusta mucho Bruce Lee. Vi una película de él y me encantó. Él practica Kung Fu, por eso yo también he aprendido algunas cosas— Se dirige a Cristina manoteando hacia su rostro —¿Cierto, hermanita?

 

Alfredo, observando la interacción entre sus sobrinos, sonríe con cariño. —Su papá sí me había comentado algo de eso. Hablando de sus padres, ellos llamaron.

Las palabras de Alfredo impactan a Pablo y Cristina como un rayo. Dejan de lado las bolsas y se sientan junto a su tío. —¿Qué dijeron? — pregunta Pablo con voz temblorosa.

Alfredo, tratando de calmar su ansiedad, responde —Estaban preocupados por el viaje y me preguntaron cómo habían llegado. Yo les dije que bien.

Cristina, incapaz de contener su preocupación, interviene —¿Pero y qué dijeron ellos? ¿Cómo están?— Alfredo, con una expresión seria, les asegura: —Que estaban bien.

Un silencio incómodo se apodera de la sala. Pablo, apretando los puños con fuerza, se atreve a formular la pregunta que ronda por su mente —¿Los siguieron molestando?

Alfredo niega con la cabeza. —Fueron un día y al ver que ustedes no estaban, se fueron. A sus padres lo que les importa es que ustedes estén bien, no se preocupen.

Pablo, incapaz de soportar la tensión por más tiempo, se levanta de la silla. —Voy a tomar algo.

Cristina, trata de aliviar la tensión del momento, — “Haga un tintico para todos”.

Pablo sonríe, asintiendo con comprensión, y se dirige a la cocina para preparar la bebida caliente. Mientras tanto, Cristina se queda en silencio, contemplando la espalda de su hermano mientras se aleja. La llamada de sus padres había sido un presagio inquietante, un aviso de que algo no estaba bien.

De pronto, un ruido en la calle la distrae. Alfredo se asoma a la ventana y observa a un grupo de jóvenes entrenando, entre los cuales destaca uno. —Cristina, ven —dice Alfredo —Si ves a ese joven que está entrenando en el parque, es Edgar. Ese muchacho es muy servicial, siempre está pendiente de lo que los demás necesitan. Incluso ha ayudado a algunos vecinos cuando los han intentado atracar.

Cristina observa con atención a Edgar, quien parece dirigir la sesión de entrenamiento con paciencia y entusiasmo. Una de las jóvenes que entrena llama su atención: es Andrea, la única mujer del grupo. —Te lo voy a presentar —continúa Alfredo—. Así él te ayuda a hacer amigos aquí en la ciudad —Bueno, tío, gracias — responde Cristina con una sonrisa tímida. En ese momento, Pablo entra a la sala con los tintos para todos. —Bueno, ¿me ayudan a repartir estos tintos o no les vuelvo a preparar nada? —

 

 

Conociendo amigos y enemigos.

Andrea

Pablo, sentado en el frente de la casa de su tío, observa con detenimiento la vida cotidiana del nuevo barrio que ahora habita. Su mirada se posa en la señora Rosita, una amable anciana del vecindario, que camina con dificultad por la calle cargada de bolsas. De pronto, un tropiezo inesperado la hace tambalear y parece que una caída inevitable está a punto de ocurrir. Sin embargo, Edgar aparece justo a tiempo y la sostiene, evitando que caiga al suelo.

—¿Está bien, señora Rosita? —pregunta con preocupación. —Sí, mijito, muchísimas gracias. Usted como siempre tan servicial —responde ella con gratitud.

—No hay problema, señora Rosita —dice Edgar con humildad.

Pablo, testigo de la escena, no puede evitar sentir una punzada de burla en su rostro. No comprende el acto de bondad de Edgar y lo interpreta como una simple muestra de vanidad. Andrea se acerca a Pablo sin que este se percate. Su voz lo sobresalta.

—Él es Edgar, es una persona muy buena, ¿no cree? Lo que acaba de hacer, muy pocos lo harían —comenta con admiración.

Pablo la mira de arriba abajo, cautivado por su belleza, pero su actitud arrogante lo lleva a responder con desdén.

—No, no me parece gran cosa. Y no es que quiera contradecirte, pero la verdad, creo que cualquier persona hubiera hecho algo por ayudarla —dice con escepticismo.

Andrea, sorprendida, lo encara con firmeza.

—Ah, ¿eso cree? Y usted, ¿por qué no hizo nada? —interroga con un tono de desafío.

Pablo, sin comprender su pregunta, responde con ligereza.

—La verdad, no creo que esa señora se fuera a caer. Fue solo un tropezón. Lo que creo es que ese man quería mostrarse, por eso la ayudó, pero no creo que realmente lo necesitara —explica con indiferencia.

Andrea, indignada por la actitud de Pablo, decide confrontarlo directamente.

—Se nota que usted es nuevo en el barrio —afirma con certeza.

Pablo no se queda atrás y también le responde a la defensiva.

—¿Pero por qué le afecta tanto? ¿Acaso es su novio? —pregunta con curiosidad.

—No, él es un amigo —responde Andrea, cerrando la conversación.

Pablo, aprovechando la oportunidad, busca coquetear con ella. —¿Ósea que no tienes novio? — Andrea, sin interés en seguirle el juego, contesta de manera directa. —No— Pablo, sin captar la incomodidad que genera su actitud, insiste con arrogancia. —Eso se puede solucionar.  —¿Quién dijo que tengo un problema? — le responde ella —Para mí, que una mujer tan linda esté sola es un problema, porque seguro tiene muchos que la persiguen. Yo le puedo ayudar— El comentario atrevido de Pablo hace que Andrea se enoje —Yo no necesito a nadie y deje de soñar. Un flacuchento como usted no me inspira ni un mal pensamiento—




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.