Will
Desde que John decidió largarse y dejarme todo el peso de las empresas, mi vida se ha reducido a oficinas, reuniones y noches frente a contratos interminables.
No hubo tiempo para pensarlo demasiado: un día él estaba aquí, y al siguiente, yo firmaba contratos, cerraba acuerdos y aprendía a navegar entre tiburones.
Veintiséis años… y siento que cargo con más responsabilidad de la que debería para mi edad. Algunos sueñan con tener un imperio en las manos. Yo lo tengo… pero a veces siento que el imperio me tiene a mí.
Estoy en mi oficina, rodeado de papeles, cifras y proyecciones. La luz tenue del escritorio apenas ilumina el caos ordenado que tengo delante.
Mis dedos pasan una y otra vez por las hojas del contrato que reviso, buscando fallos como si fueran minas escondidas.
La puerta se abre sin previo aviso.
—No toques nada —digo, sin apartar la vista del contrato que estoy revisando.
Pero claro, a Liam—mi mejor amigo y mano derecha— eso no le importa. Cruza la oficina con paso despreocupado, directo al minibar. Abre la puerta, saca una botella de whisky y se sirve un vaso como si fuera agua.
Alzo una ceja —. ¿No es un poco temprano para eso?
Él chasquea la lengua, y responde:
—. Es la hora perfecta… la hora de salir de aquí.
Me río por lo bajo y niego con la cabeza —. Tengo responsabilidades, contratos que firmar, proyectos que revisar…
Suspira, teatral, y se acerca para arrebatarme el papel de las manos.
—. Querido amigo… hoy es noche de joda, y tú vienes conmigo. Tengo el lugar perfecto.
Frunzo el ceño. Hace demasiado tiempo que no salgo, que no hago nada que no esté relacionado con negocios —. No lo sé…
—Will —dice con seriedad fingida—. Llevas mucho a cargo de todo esto. Lo has hecho increíble. Ahora cállate y vamos.
Me río. Liam siempre sabe qué decir para desactivar mi resistencia. Quizá me vendría bien una noche fuera. ¿Qué podría pasar?
Unos minutos después estamos bajando por el ascensor, directo al estacionamiento privado. Subimos a mi Jaguar deportivo, y el rugido del motor rompe el silencio.
El club es uno de los más famosos de la ciudad. Desde fuera, ya se escucha la música retumbando. Una fila interminable de gente espera para entrar, pero a nosotros nos basta con un saludo del guardia y una pulsera negra para cruzar directo.
Adentro, el aire es espeso. Las luces de colores barren la pista como olas, y el pulso de la música se mete bajo la piel. Miro alrededor y, por un instante, no pienso en John, ni en contratos, ni en responsabilidades.
Esta noche… tal vez pueda olvidar.
.
.
.
En el segundo piso del club, la luz es más tenue, más elegante. No hay música estridente, solo un murmullo de voces graves y risas discretas. Un espacio exclusivo para clientes adinerados, con sillones de cuero negro, mesas bajas de vidrio y un minibar surtido con botellas que valen más que un sueldo promedio.
Will se sienta en uno de los sillones junto a Liam. Su amigo, sin perder tiempo, levanta la mano para llamar al camarero.
—Dos tragos fuertes —ordena.
El camarero asiente con rapidez; sabe que esos dos son clientes importantes y que lo mejor es atenderlos sin hacer preguntas.
Liam toma su vaso apenas lo recibe y bebe como si estuviera apagando un incendio en el pecho —. Así se empieza una noche, querido amigo.
Will, en cambio, toma un sorbo pequeño.
—No pienso emborracharme.
El castaño, pregunta burlón. —. ¿Y para qué vinimos, entonces?
Él no responde, porque su mirada se desliza hacia la pista de baile que se ve desde la baranda de cristal. Al principio, sus ojos recorren a la multitud sin interés, pero todo cambia en cuanto la ve a ella.
Lucia un vestido negro ajustado, que abraza cada curva como si hubiera sido hecho para ella. Piernas largas, torneadas, con un bronceado perfecto que refleja las luces del club. El cabello largo cae en ondas suaves, moviéndose al compás de la música. No puede ver su rostro, pero no lo necesita: su figura irradia una belleza y un magnetismo imposibles de ignorar.
Lleva el vaso a los labios sin apartar la mirada y bebiendo lentamente. Los movimientos de esa mujer le despiertan un calor que creía dormido.
Liam, atento, sigue su línea de visión y le da un codazo —. Hermano… deberías ir por ella.
—No —responde—. Solo estoy disfrutando la vista.
—Cobarde.
De pronto, Will observa cómo un hombre se acerca y posa una mano en la cintura de la chica. Ella se sobresalta, detiene su danza y toma de la muñeca a su amiga para alejarse hacia una mesa en una esquina apartada. La expresión de Will se endurece al ver que el tipo las sigue, como una sombra insistente.
Termina de un trago su vaso, se pone de pie y acomoda el esmoquin con determinación.
—Ya vuelvo —murmura, con voz baja pero firme.
—O no vuelvas —le grita Liam, divertido.
Baja las escaleras con paso decidido, esquivando cuerpos.
Entre la multitud, ubica al tipo: tiene una mano apoyada sobre el muslo de la muchacha, y ella, visiblemente incómoda, le dice con voz firme:
—Quítame la mano, asqueroso.
Will se acerca por detrás y, sin avisar, le agarra la muñeca y se la dobla con fuerza.
—La señorita te ha pedido que te apartes. ¿Lo entiendes? ¿O eres un imbécil?
El hombre, tambaleante y con la mirada turbia por el alcohol, intenta golpearlo. Él lo esquiva con facilidad y el otro pierde el equilibrio, cayendo al suelo como un saco.
Will le da un empujón con el pie, confirmando que está borracho.
—Gracias —dice la chica.
—Siéntate con nosotras —interviene la rubia.
Él acepta. Piden más tragos, y pronto los vasos empiezan a alinearse sobre la mesa. Entre risas y conversaciones sueltas, la observa mejor: labios carnosos, con una forma de corazón perfecta; nariz pequeña, ligeramente respingada; ojos que, incluso con la luz tenue, brillan como si tuvieran su propio reflejo. Hay algo vulnerable y dulce en su expresión… y, a la vez, algo roto.
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Editado: 21.09.2025