El reloj de pared marcaba las once y media, pero en la oficina de Will el tiempo parecía avanzar más lento.
Liam estaba sentado frente a él, recostado hacia atrás como si fuera dueño del lugar, y a su lado, por fin, había aparecido James, un viejo amigo que llevaba días fuera de la ciudad.
—¿Virgen? —preguntaron los dos casi al mismo tiempo, con una clara expresión de sorpresa en sus rostros.
Will se pasó una mano por el cabello, sin dejar de mirarlos.
—Sí… virgen.
Liam parpadeó un par de veces —. No te puedo creer… ¿y no recuerdas nada más de ella?
El pelinegro suspiró.
—Lo único que recuerdo… —dijo, alzando la mirada—. Es que tenía una marca, un lunar, en forma de corazón… en la nalga izquierda.
Por un segundo hubo silencio, y luego las carcajadas de sus amigos llenaron la oficina. James incluso golpeó la mesa con la palma de su mano.
—Eres un caso perdido —murmuró Liam entre risas.
Will los dejó reír. Luego se inclinó hacia adelante, serio.
—No lo entienden… —espetó, con una intensidad que hizo que ambos dejaran de sonreír—. Fui su primer hombre… y eso me pertenece. No puedo dejar que desaparezca así, como si nunca hubiera pasado. Necesito encontrarla… verla… —Apretó la mandíbula, con un destello en la mirada—. Y no voy a descansar hasta que vuelva a tenerla frente a mí.
Sus amigos se miraron un instante, en un silencio cómplice y ambos asintieron.
—Te entendemos —dijo James, acomodándose en la silla—. Pero… ¿Cómo demonios vamos a encontrarla?
Liam chasqueó los dedos —. Debemos ir al club. Allí alguien debe conocerla.
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El rugido del motor del Aston Martin de Will resonó en el estacionamiento subterráneo. El auto, negro azabache rechinaba sobre el asfalto mientras avanzaban hacia el club.
Liam, en el asiento del copiloto, tarareaba una canción de pop, mientras James, en la parte trasera, revisaba su teléfono sin mucho interés.
Will no dijo una palabra en todo el trayecto. Sus manos apretaban el volante con fuerza, la mirada fija en la carretera, y un tic en la mandíbula que sus amigos conocían bien; estaba al borde de perder la paciencia.
Cuando llegaron, el portero los reconoció de inmediato y los dejó entrar. Era temprano para el ambiente fiestero, pero aún había música suave y un par de meseros limpiando las mesas.
El jefe del lugar, un hombre robusto con traje gris y un anillo de oro en cada mano, apareció casi al instante.
—Will Anderson… qué honor tenerte por aquí —dijo con voz grave, estrechándole la mano—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Busco a una chica, estuvo conmigo anoche aquí. Necesito encontrarla.
El hombre lo miró con interés, levantando apenas una ceja. Sin hacer más preguntas, sacó su teléfono y dio instrucciones rápidas.
Minutos después, el personal que había trabajado la noche anterior se reunió frente a ellos.
—¿Alguien vió a su acompañante? —preguntó.
Un par de meseros negaron con la cabeza, y dos camareras que sí vieron a Will anoche dijeron que jamás habían visto a la joven antes, ni en ese club ni en ningún otro.
Will frunció el ceño —. Quiero las grabaciones de las cámaras —pidió con firmeza.
El jefe asintió y los llevó a una pequeña oficina detrás de la barra. La pantalla del sistema de vigilancia mostraba imágenes granuladas, casi irreconocibles. Entre luces parpadeantes y manchas borrosas, se podían distinguir apenas las siluetas de la gente.
Apartó la vista con incredulidad —. ¿Qué es esto? ¿Qué porquería de grabaciones son estas? —soltó, con un tono que mezclaba frustración y enojo.
El dueño se encogió de hombros —. Instalar un sistema de vigilancia de última generación cuesta una fortuna. Estas cámaras tienen más de veinte años, y aunque me han dado problemas… funcionan para lo que necesito.
Will soltó una risa seca, sin humor.
—Miserable… —murmuró entre dientes, lo suficientemente bajo para que solo sus amigos lo escucharan.
Sin despedirse, salió del club con paso rápido. Liam y James tuvieron que apurarse para seguirlo, y ya en el auto, cerró la puerta de un golpe y encendió el motor, sin decir una palabra, echo a andar el coche.
El sonido del motor llenaba el silencio.
Tenía la vista fija en la carretera, pero su mente estaba en otra parte. La imagen del lunar en forma de corazón aparecía una y otra vez, como si cada vez se grabara más profundo. No recordaba su rostro, no recordaba su voz… pero recordaba su piel, la forma en que su respiración había cambiado bajo sus manos.
No era solo atracción, no era simple curiosidad.…"Fui el primero”
No podía quitarse esas palabras de la cabeza. Y cuanto más las repetía, más se convencía de que eso significaba algo.
No importaba si ella había huido; no importaba si intentaba borrarlo. Él iba a encontrarla.
Apretó el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
—La voy a encontrar… —declaró, sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.
Liam lo miró de reojo, más no dijo nada. James, desde el asiento trasero, levantó la vista del teléfono y frunció el ceño. Sabían que cuando Will hablaba así, no era un simple impulso, era un juramento.
Un semáforo en rojo los obligó a detenerse. Will no apartó la vista del frente. No veía autos, ni luces, ni calles. Solo veía la silueta borrosa de una mujer que, de algún modo, ya se le había metido bajo la piel.
Tomó una curva cerrada sin bajar la velocidad. Su cabeza iba varios pasos por delante, armando un plan.
El club había sido un callejón sin salida, pero no era el único lugar donde podía buscar. Conocía gente, personas que podían encontrar a cualquiera, siempre que pagaras lo suficiente.
Metió la mano en el bolsillo y sacó su teléfono. Buscó un número guardado bajo un alias que solo él entendía.
—Necesito un favor —soltó apenas escuchó la voz al otro lado —. Una chica. No tengo nombre… solo detalles. Estuvo conmigo anoche, te enviaré lo que recuerdo.
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Editado: 21.09.2025