En los días siguientes, la oficina se transformó en un pequeño centro de operaciones. Liam, atento a cada detalle del evento, revisaba constantemente las solicitudes que llegaban por correo, filtrando, comparando y marcando a las candidatas que más encajaban con la descripción —aunque fuera mínima— que Will había dado. James se encargaba de la logística: reservar espacios, coordinar seguridad, elegir modelos de vestuario y hasta el catering —que proporcionaría comida y bebida—.
Will, mientras tanto, apenas lograba concentrarse en sus reuniones. Cada notificación, cada mensaje en su teléfono, cada publicación nueva en redes sociales le hacía levantar la cabeza de golpe. Observaba con atención cómo el hashtag #CenicientaDeWill crecía como un incendio incontrolable, multiplicando la emoción y la curiosidad de toda la ciudad.
—Esto se nos está yendo de las manos —dijo, cierto día, frotándose la frente mientras miraba el tablero de estadísticas que Liam había preparado—. Diez mil solicitudes en un solo día… ¿Te das cuenta?, esto ya es un circo.
—Sí, pero un circo efectivo —replicó el castaño, con una sonrisa orgullosa—. Entre todas esas chicas, tarde o temprano, aparecerá la que buscas.
James se reclinó en su silla, cruzando los brazos y asintiendo con entusiasmo.
—Y mientras más crece la expectación, más fácil será que la verdadera Cenicienta se vea atraída. Nadie quiere perder la oportunidad de conocer al magnate más codiciado de la ciudad.
Will apretó los labios, incómodo. La idea de ver su búsqueda convertida en espectáculo público lo repugnaba, pero no podía negar que funcionaba. Cada día, cada hora, sentía que se acercaba un poco más a ella, aunque aún no supiera quién era.
Las redes sociales ardían con publicaciones: chicas compartiendo sus fotos con hashtags, videos de influencers comentando la “locura” del evento, teorías sobre quién podría ser la misteriosa Cenicienta. Will miraba todo desde su oficina, entre la fascinación y el disgusto, consciente de que, de entre miles de rostros, solo uno podía ser la mujer que había marcado su vida.
—¿Sabes qué es lo peor? —susurró finalmente, a medio camino entre la exasperación y la obsesión—. Que no puedo dejar de pensar en ella. No sé quién es, no sé cómo se llama… pero sé que es única.
James y Liam intercambiaron miradas cómplices, comprendiendo que detrás del magnate frío y calculador, latía un deseo irracional, incontrolable.
—Entonces solo nos queda esperar —dijo Liam, levantando la taza de café, en señal de brindis—. Esperar, observar, y asegurarnos de que cuando aparezca, nadie más tenga oportunidad de acercarse.
Will cerró los ojos un instante, respirando hondo, y luego asintió con decisión.
—Bien. Que comience la búsqueda.
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Primer día del “Gran evento”
El gran día llegó antes de que Will pudiera siquiera prepararse mentalmente. La entrada al salón principal del hotel más elegante de la ciudad estaba rodeada por guardias uniformados, cámaras de seguridad y una alfombra roja improvisada. Incluso algunos periodistas habían logrado colarse, con cámaras y micrófonos, para registrar la llegada de las chicas y transmitir en vivo el evento que ya era noticia viral.
La fila de mujeres parecía interminable.
Susurros nerviosos, risas emocionadas y flashes de cámaras llenaban el aire, mientras cada una esperaba su turno para conocer a Will Anderson, el hombre más codiciado de la ciudad. Algunas se arreglaban los cabellos, otras practicaban sonrisas y saludos, y muchas murmuraban entre ellas teorías sobre quién sería la verdadera Cenicienta.
Él se encontraba sentado detrás de una mesa— una especie de “jurado” junto a Liam y James, quienes sostenían una planilla en las manos.
Los focos de luz iluminaban su rostro, marcando sus atractivos rasgos; el brillo de sus ojos, el contorno perfecto de su mandíbula, la línea de su boca que parecía esculpida a propósito.
Observaba cada detalle con seriedad; la postura de las chicas, la manera en que movían las manos, la forma en que su cabello caía sobre los hombros. Buscaba algo que lo inquietara, que lo hiciera sentir que quizá estaba frente a la indicada, aunque no sabía exactamente qué sería.
—Vamos con la primera candidata —anunció la encargada de llamar a las chicas, una mujer con voz firme y eficiente—. Nombre y apellido, por favor.
La primera chica avanzó, con un vestido brillante y tacones de aguja, se tropezó al subir los escalones hacia la alfombra roja, dejando escapar un grito que hizo que los guardias corrieran a sostenerla antes de que rodara por el suelo. Will frunció el ceño y negó con la cabeza, entre divertido y exasperado.
—¿Está todo bien? —preguntó, mientras la joven se incorporaba, mortificada y con las mejillas encendidas.
—S-sí… todo perfecto —balbuceó, intentando recomponerse, pero Liam y James no pudieron contener la risa. James incluso anotó en su planilla: Candidata propensa a accidentes, riesgo de caída: Alto.
Otra chica, al acercarse a la mesa, se quedó embobada observando a Will y se olvidó completamente de decir su nombre. Se quedó con la boca abierta y las manos temblando.
—¿Hola? —dijo Will, con la voz firme pero amable—. ¿Puedes decirme tu nombre, por favor?
Ella parpadeó un par de veces, como si despertara de un trance. James carraspeó, y Liam tomó la planilla para cubrirse la cara mientras se reía. Aquello estaba saliendo mejor de lo que esperaba.
—Muy bien. Edad, ocupación… rápido.
Finalmente, la joven respondió y se sentó, visiblemente nerviosa, mientras él pelinegro anotaba mentalmente sus respuestas. No tenía la chispa ni la señal que él buscaba.
En otro extremo, una chica con un vestido rojo intenso y botas altas se lanzó sobre la alfombra roja como si fuera a entrar en un desfile de moda, solo para detenerse abruptamente al verlo.
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Editado: 21.09.2025