La Gema de la Reina

Prólogo. "La Mascarada"

Estaba oscuro, había caído la noche y el frío en el palacio era evidente. Llevaba puesto un vestido largo y escotado en forma de corazón de color blanco con detalles plateados en el corpiño, junto con un par de zapatillas del mismo color en forma de punta y tacón fino. Una máscara negra cubre la parte superior de mi rostro con unas incrustaciones de diamante que hacía juego con una esmeralda en forma de gota, siendo ellos mi única compañía al comienzo de la velada.

De camino al salón, siento de pronto una fuerte brisa que entró por unas de las ventanas, erizando así mi piel percibiendo un mal presentimiento.

Ignorando lo ocurrido, sigo mi curso por el largo corredor iluminado por antorchas doradas.

Es entonces, cuando me encuentro frente a una enorme puerta blanca con bordes dorados de un diseño romántico y floreado. Me detengo por unos segundos, para escuchar la música y el bullicio de una multitud. Toco delicadamente la puerta con los nudillos de las manos, y ésta se abre, visualizando un gran salón lleno de personas. Los invitados vestían grandes trajes y pelucas con hermosas máscaras que cubrían sus rostros por completo. Todo es ostentoso y muy elegante. Los hombres tenían unos trajes extravagante, y las mujeres llevaban puestos vestido con muchos colores, como si estuviera en un carnaval de Venecia. Las personas reían, bebían y bailaban.

De pronto, todos dirigen sus miradas hacia mí, y entonces todo se detiene. La música deja de sonar, los invitados dejan de bailar y la habitación se sumerge en un repentino silencio. Respiro profundo y prosigo mi camino al interior del salón con pasos decididos.

Se acerca un hombre de chaqueta amarilla y enorme peluca, haciendo una reverencia. Yo le respondo con otra reverencia. Ambos nos enderezamos y chocamos miradas, percatándome al momento sus ojos azul cielo. Aquel hombre extiende la mano, y sin rechistar la tomé. De esta manera me guía al centro de la pista de baile a paso lento, y siento que estaba a punto de desmayarme de los nervios, por todas las miradas que me seguían.

Se coloca frente a mí, me agarra por la cintura con su mano izquierda, y extiende la otra al lado. Yo me dejo llevar y poso mi mano derecha en su hombro. Iniciamos un juego de miradas, mientras el director de la orquesta con su batuta toca tres veces la orilla del apoyador de las partituras y comienza un vals alegre, dando inicio al baile. Una pequeña sonrisa escapa de mis labios sin poder evitarlo. Él me giña en un gesto tranquilizador en señal de que debía dejarme llevar por él.

"Un... dos... tres y un... dos... tres". Cuento la música en mi mente de esté bello vals.

Entre giros y desplazamientos por el lugar con rápidos, pero con delicados movimientos, me hace sentir como si estuviéramos volando, con una belleza incomparable.

Al acabar la música, terminamos uno frente al otro. Él hace que gire en mi eje y termina con una reverencia que yo respondí después. Un corto tiempo de silencio, que se quiebra al sonido de los aplausos. Otra melodía distinta empieza y las personas se acercan a la pista de baile, con sus parejas.

Desvío la mirada por unos segundos, percatándome de una invitada que lucía un vestido negro, el tono de su piel era tan pálida como las nieve, su cabello tan oscuro y brillante como las plumas de un cuervo, enlazados delicadamente en un peinado, siendo ella la única de los invitados que lucía este lúgubre color. La máscara que llevaba era de color blanco con negro. Y noté que sus ojos eran rojo carmín expresando recelo. Aquello me percató que no era parte de los invitados.

Retrocedí del miedo, y giré la mirada hacia mi pareja de baile, pero él ya no estaba. Al voltear la mirada hacia aquella mujer sombría, está había desaparecido entre los invitados. Frunzo el entrecejo, sabiendo que algo no andaba bien. Confundida, comienzo a caminar por el salón en busca de la intrusa. Las personas hacen reverencia ante mí y yo les respondo con una sonrisa forzada.

De repente...

—Elizabeth — grita un hombre desde la entrada.

Todos giran hacia el hombre que arrastraba a mi pareja de baile, sujetándolo con el brazo izquierdo alrededor de su cuello y el otro sosteniendo una daga dorada con una empuñadura de diamantes y rubíes. Mi corazón se agitó al ver como ese hombre le quita la vida, degollándolo. Los gritos de horror retumbaron en el salón llenándome de dolor. Al instante siento que alguien me toma de la mano y me jala sacándome del salón por una compuerta oculta en las paredes, con una rapidez que se me fue imposible percibir.

Tras de mí, escucho los gritos desgarradores de los invitados pidiendo ayuda. Quiero volver a socorrerlos, pero el hombre que me escolta fuera, no me lo permite. Lloré. La desesperación de querer hacer algo, me invadió. No sé, si era miedo lo que no me permitió luchar, o tal vez fue aquella parte de mí que se negaba a morir por ello.

De repente, nos detuvimos en seco.

—¿A dónde va su Majestad? — dijo un hombre que llevaba una pañoleta cubriendo las facciones de su rostro, menos sus ojos, que eran de un mismo color rojo que la mujer. Llevaba en manos dos espadas de plata y hierro, amenazándonos con ellas haciendo movimientos en forma de círculos —. Apenas estamos empezando.

De las sombras del aplastante pasadizo aparecen dos figuras más, con diferentes armas, listos para llevar su cometido... Asesinarme.

Mi escoltado, se quita su máscara y les rugue. De sus manos le salieron garras, tras un pelaje negro azabache. Se desgarró toda su ropa completamente, cambiando así su biología humana a la de un animal. Saltó a ellos atacándolos. Me sorprendo al ver como eliminaba a los enemigo a la vez, descuartizándolos. Aterrorizada por su agresividad y primitivos ataques con gruñidos, retrocedo. Cuando...




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