La Gema de la Reina

Capítulo XVII. “Ojos color Carmín”.

Al abrir los ojos, una luz me ciega por completo, obligándome a parpadeo varias veces hasta que la vista se aclara. Despierto en una habitación blanca, con un respirador pequeño en mi nariz, dándome oxígeno. Mi cabeza daba vueltas, y no tenía ni la más mínima idea, de cómo llegue aquí.

Matilda estaba a un lado, dormida en una silla en una posición muy incómoda. Me incorporo poco a poco con ayuda de mis brazos, sintiendo un pinchado en mi mano izquierda. La levanto lentamente, viendo la aguja clavada dentro de mi piel con una vía intravenosa que me traspasaba un líquido trasparente, lo que yo creía que era suero. Ya esto me tenía los nervios de punta, la fiebre, el desmayo y el dolor de cabeza, y ni hablar de los sueños. Me acostumbraba a ellos. Por un lado, temía y por el otra reaccionaba con una ligera extrañeza.

Coloco los pies en el suelo e intento levantarme de la cama, pero no duro mucho cuando siento que todo me da vueltas. Retomo el reposo nuevamente sentándome en la cama. Cuando…

—Elizabeth — dice una voz gruesa en un tono tan suave que me erizó la piel.

Giro la mirada sin habla, paralizándome al ver aquella figura imponente en la habitación. Vi de reojos a Matilda, pero ella ni se movió, estaba en un profundo sueño. Devuelvo la mirada hacia el hombre vestido de traje negro, de rubio cabello y ojos azules. Su mirada destellaba una viveza alegre. Avanzó hacia la ventana entrecerrado los ojos por los rayos de luz dorada proveniente del mismísimo sol. Era él, aquel supuesto amigo de mi padre, y exnovio de Antoniette en el pasado, llamado…

—Tom… — susurre sorprendida — ¿qué haces aquí?

—Vine a verte — luego me observo con cierta tranquilidad — ¿cómo te sientes?

—Pues… bien — respondo recostándome en la cama — ¿usted qué haces…?

—Sh… — me interrumpe, colocando su dedo en sus labios en señal de silencio, luego prosiguió — cariño, sé que tienes muchas preguntas en esa mentecilla tuya, pero todo a su tiempo. Primero cuéntame… ¿qué te ha contado Stery?

Lo mire con incertidumbre sin saber cuáles eran sus intenciones, mientras éste se acercaba a mí.

—¿Por qué decirte lo que me dice mi…? — la palabra se me escabulle de mis labios al casi escaparse la palabra mamá, a la persona que me mintió. — Tu no deberías estar aquí, no se supone que solo los familiares pueden entrar a las habitaciones.

—Pero si tú eres mi sobrina Elizabeth, o como te llamen ahora.

—Soy Taylor, no Elizabeth — digo indignada — ella murió en un trágico accidente de avión.

Mi fuerte tono de voz, produjo cierto escalofrío en mí, que me gusto. Tom sonríe al notar mi actitud imponente.

—Eres la viva imagen de Janeth — dice con pleno orgullo. Mis ojos se abrieron de par en par al escuchar ese nombre. Él noto mi asombre, y prosigue. — Recuerdo cuando ella tenía tu edad cuando la conocí. Mi hermano se enamoró al instante de ella — su voz se opacó por el recuerdo de su… “¿hermano?”

—Aguarda, ¿hermano? ¿qué tiene que ver tu hermano con mi madre biológica?

Aquella mirada de melancolía desapareció de su rostro, a su antiguo él.

—Bueno querida E… — fruncí el ceño al verme con esa mirada de juguetona al corregirse — Taylor, Stery no te contó que Daniel es mi hermano menor.

Mi boca se abrió de par en par. La sorpresa de enterarme que Tom es mi tío, era completamente creíble. Al fin tenía un poco más de información en mi familia, y saber que tengo un tío cercano, aparte de Antoniette, me da la oportunidad de saber más aún. Él comprendió mi mirada y su sonrisa se engrandecía.

Mis emociones se estaban distrayendo de la conversación.

—Ella no me ha contado mucho.

—Lo sé — se sienta a mi lado, a la orilla de mi cama — la conozco mejor que a mí mismo — por último, tomo mi mano y clavo sus ojos en mí — aun tienes mucho que saber antes de salir a luchar — presiono un poco y sentí algo extraño en su palma, baje la mirada y vi una pequeña tarjeta negro con letras doradas, era su nombre completo y su número celular.

—Tomas Berardi — digo en un hilo de voz.

—Llámame cuando estés lista.

Susurró tan bajo que cuando subí la mirada, él ya no estaba. Me incorporé de la cama en el momento que tocan la puerta. Matilda se sobresalta en el sillón llena de nervios.

—¡¿Qué paso?! —  su respiración se aceleró, se lleva una mano al pecho volteando la mirada de un lado al otro, cuando sus ojos se detiene en mí — cariño ¿qué haces levantada?, tienes que descansar — reprende.

—Estoy bien — digo escondiendo la tarjeta.

Toc... Toc...

Hice un ademán de levantarme, pero mi nana me toma por el hombro y niega con la cabeza. Se acerca a la puerta y la abre. Se me quita el aliento al verlo. Sus ojos cafés se clavan en mí, tan penetrantes y grandes. Una sonrisa ligera se desarrolla en sus labios, provocando un cosquilleo por todo mi cuerpo. Aquel dolor y pesar se esfumo.

—Buenos días — saluda con cortesía.

—Brian — digo en un hilo de voz.

—Taylor — saluda manteniéndose del otro lado de la puerta, incomodo por la situación que se formaba.




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