La gitana ©

Capítulo segundo

Y como una criatura celestial, tomó mi mano diestra con la suya y me guió por debajo del edificio. Al bajar y pasar por el estacionamiento en dónde se encontraba su familia, se escabullía conmigo en sus manos, tratando de que no la vieran, ¿por qué se escondía?.

El camino por la acera fue silencioso, nadie habló.

Noté que los  diez o quince minutos de caminata no dejaba de mirar a su alrededor, del cielo a los árboles, y de los árboles al cielo. En una fracción de segundo ladeé la cabeza para tenerla enfrente de mis ojos, pude observar detenidamente su rostro con más claridad; como sus pecas esparcidas cerca de sus ojos, repartidas equitativamente en ambos lados de su rostro. Su nariz era de tamaño reducido, tan pequeña.

En una oportunidad se dignó a caminar enfrente de mí. Su espalda baja estaba descubierta nuevamente pero un nuevo fenómeno se hacía visible en ella. Un lunar.

Ah, que enigmática, señora gitana.

En el lado izquierdo de su espalda baja se encontraba un lunar circular, no era perfecto, la imagen tenía sus distorsiones.

Divisé el conjunto de árboles silvestres. Una considerada entrada estaba formada del espacio de aperturas entre tallos altos de árboles de roble compactos. Al pisar el pasto, el ambiente se convirtió en una gran extensión de ecosistema.

Caminar por la robleda se dificultaba por la exuberante cantidad de ramas sueltas y de hojas perennes caídas. Entre los arbustos de reducido tamaño se hacían visibles flores unisexuales de color amarillo verdoso, que también terminaban en el mismo suelo que pisábamos.

En el punto en el que mis pies dejaron de caminar repentinamente, me tomé el tiempo para volver a recibir los rayos del sol que habíamos dejado atrás antes de entrar al robledal. El sol volvía a abrir su paso al traspasar el terreno de cielo abierto que se encontraba aterrizando sobre un caudal de agua que fluía acompañado de los sonidos de sus fluidos y sus choques contra las grandes piedras que lo acompañaban.

El agua no tenía un aspecto perfectivo, no era cristalina, pero su roce con las líneas cálidas del sol la descubrían pulcra y despojada de lo superfluo.

La mujer, a la que todavía no le había preguntado su nombre, levantó sus pies para sacarse las sandalias coloridas que llevaba puesta. La imité. Desabotoné lentamente la camisa mientras escuchaba el sonido tranquilizador de los fluidos. El torso se había quedado al descubierto y procedí a sacarme los zapatos. En cuanto mis pies descalzos hicieron contacto con el agua, me estremecí. El agua se mantenía en una temperatura fría, capaz de despertar del sueño al dormido o de estabilizar al alcoholizado.

La mujer avanzó descalza sobre el agua provocando aún más sonido de choques.

-Aru ndeve peteī ava iñañava, nde ýndi eipytyvo chupe -había dicho con los ojos cerrados mientras que se postraba sobre una de las grandes rocas mojadas, yo, inevitablemente, padecía sin comprender, pero el idioma claro era el guaraní -oguata hağua tapé porã -emitió abriendo los ojos en mi dirección, -rehaihu chupe che ahaihuhaicha nde rembipota -agregó suplicante.

-¿Qué le dijiste? -pregunté curioso ante todas sus peticiones incomprensibles por mi ignorancia.

-Que te guíe en el camino -había dicho, -¿Cuál camino? -agregré repentino.

-En el que sea que tengas que caminar -respondió finalmente.

Esta mujer tenía la cualidad de dejarme con la duda. Y que me atragante con ella.

-Si amaras la naturaleza verías vida por todas partes -agregó.

-Enséñame -propuse mientras me postraba sobre la misma piedra en la que ella se encontraba.

-Practique amar -había dicho.

¿Cómo se supone que se practicaba amar?

-Practiquelo conmigo -agregó.

¿Ella quería que yo...que yo le haga el... le haga el am... amor?

-Dígame cosas lindas -había dicho. Solté una gran cantidad de aire por la boca.

-Eso es muy fácil -dije.

-No lo es cuando debe ser sincero -interrumpió. Y entonces la miré fijamente.

Ser sincero tampoco es difícil ¿o sí?

No iba a ser difícil darle cumplidos a una mujer hermosa, o bueno, ¿lo era?

Volví a fijar mis ojos en ella y a desplazarlos desde sus pies hasta sus ojos como un trabajo observacional. Su tez blanca era adornada por la luz del sol, sus ojos quedaban entornados por el contacto. Sus pechos estaban caídos nuevamente, marcando en la tela el cortorno y la masa exacta de los mismos. Sus piernas no eran perfectas, tenían cortes delgados en lo inferior. Sus muslos, por su lugar, permanecían intangibles. Sus pies eran femeninos, pues eran aplanados y se encontraban favorablemente aseados. Mientras, ella esperaba expectante alguna respuesta.

Tragué saliva.

-Es usted linda -había dicho.

-No ataje su verdadera respuesta -respondió mientras permanecía pensativa.

Volví a desplazar mis ojos desde sus pies hasta sus ojos.

-Es usted exótica -había dicho con la mísmisima virgen de la pena en mi lengua, -es rústica -agregué parpadeando, como si fuera que la acción le sacaría la intensidad a mis palabras, -es como si usted fuera una más de las piezas naturales de este lugar -dije finalmente.

Sentí su mirada pesada sobre mis ojos, sin embargo, no se la devolví. Sentí el peso de su mirada bajar desde mis brazos a mi torso desnudo. Y sentí el sonido de haber tragado su saliva desde su boca.

-¿Usté sabe amar? -preguntó finalmente.

Mis labios se entre abrieron para responder sin ningúna idea de respuesta inteligente.

-Por supuesto que un ser camión volquete como usté no sabe amar -agregó en un tono de indiferencia, de desprecio, -váyase -agregó levantando ligeramente la voz, -ande, váyase.

Pasé la lengua mojada de saliva retenida sobre mis labios entre secados.

-¿No me dirá su nombre? -pregunté al viento, sin contacto visual.

-Averíguelo -respondió finalmente.

-Soy Lukas -dije, -Lukas Beowulf.

Y me fui.

Aru ndeve peteī ava iñañava, nde ýndi eipytyvo chupe: Te he traído a un ser malo, ayúdalo con tu agua bendita.



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En el texto hay: misterio, mistica, romance adulto

Editado: 03.07.2020

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