La gitana ©

Capítulo tercero

Estaba ahí parado, en el medio de la duda. Giré mis pies a la dirección de la mujer y al caminar hacia ella, inevitablemente, me sentía preparado. El hecho de tener que estar cerca de una mujer como ella implicaba prepararse mentalmente para lo que pudiese decir esa boca. Por que de esa boca, de esa boca se emitían ondas sonoras capaces de exprimirte emocionalmente.

Ella ya había notado mi presencia, sus ojos se posaron en mí por un momento y luego volvió a remover cassettes. El hombre no había notado mi presencia en ese entonces.

-Quiero la de bendita tu luz -emití. En cuestiones de segundos capté la atención de ambos.

-Maná es para personas sentimentales -había dicho el hombre, -¿usté tiene sentimientos, señor? -agregó enfatizando la última palabra.

-Jofranka, déjalo -interrumpió la mujer, -ande, yo me encargo, -agregó.

Ante lo último el hombre giró sus pies sobre su eje,  seguidamente de haber salido de la escena, no sin antes posar su mirada en la mujer en un gesto genuino.

-¿Por qué querría algo que no conoce? -preguntó mientras su mirada se mantenía fija en mis ojos.

-Abrimos un libro cuando queremos perdernos en algo, -respondí, se habían invertido los papeles de las personas sabias, -déjame perderme en esto que te gusta -agregué, mi vista no hacía ningún movimiento en alguna imagen que no fueran sus ojos.

¿Qué carajos?

La mujer, a la que, repito, aún no sabía cuyo nombre poseía, colocó el cassette dentro del lector de cassettes de una radio de tamaño reducido.

Y adivinen qué, la radio tenía pegada una cinta por encima del lector de discos.

Adivinen otra cosa, aquella cinta tenía un nombre.

Bingo, Rebecca.

La cinta comenzó a emitir el sonido de la música. La canción emitía palabras que se convertían en oraciones a las que debía de prestar atención para entenderlas.

En ese momento la mujer, repentinamente, se quedó quieta, sin ningún movimiento. Y ésto a mi me facilitó observar nuevamente con delicadeza el rostro de pecas disparcidas, de ojos marrones que en el sol se aclaraban y de los labios entre abiertos y mojados que tenía sobre ella.

En el sol, sus ojos no sólo se aclaraban, se entornaban como un gesto de molestia ocular. Pero aún así, aunque mirarme significaba tener que seguir en la dirección del sol, aún así no se movía. Aún así sus ojos permanecían fijados a los míos.

Y entonces, en ese momento, entendí las oraciones de esa canción de maná.

Bendita la luz,
Bendita la luz de tu mirada,
Bendita la luz,
Bendita la luz de tu mirada desde el alma.

-La quiero -respondí en un susurro demasiado despacioso, sólo sus ojos podrían haber leído mis labios en ese momento.

Joder, ninguno sacaba la sostenida mirada, pero no era incómodo, hasta me atrevería a decir que era mágico, algo sobrenatural, algo que va por encima de las leyes de la física y de lo que la ciencia pueda explicar.

Rebecca, ya con nombre, entre abrió sus labios para formular alguna palabra, pero se le hizo imposible. Se nos hizo imposible.

-Involúcreme, enséñeme el kuarahy -dije.

-Venga -respondió, sus manos tomaron nuevamente mi diestra mientras ella volvía a discurrir por la acera.
 


 

•••
 


El camino no resultaba completamente conocido ante mis ojos. Aún había cuadras que yo no podría reconocer por mí sólo. Pero conocía perfectamente esa entrada de tallos compactos a la robleda, también conocía la sutileza con la que había que caminar por encima de las ramas y de las hojas caídas. Ese ambiente ya no era nuevo. Ese ambiente ya era acogedor.

Sus manos aún seguían enredadas de forma extraña a mi diestra, en momentos me resultaba desesperante que use sus dos manos para llevarme, pero en otros momentos resultaba singular. Todo en esa mujer era ajeno a lo común.

Divisé el caudal de agua, el sonido de sus fluidos irregulares llegaron a mis tímpanos.

Desperté en mí una relación íntima con el ambiente natural, una de familiaridad.

La mujer procedió a sacarse las sandalias coloridas, yo la imité sacandome los zapatos junto con las medias. Todo aquellos ocurría en un silencio armonioso. Era un silencio que no conocía desde hacia mucho tiempo.

Tomó entre sus dedos derechos parte de la tela de la falda larga que llevaba puesta, para luego sostenerla, de manera en que el agua no pueda mojarla, así que la levantó hasta llegar a la mitad de sus muslos.

Me quedé observando todos sus movimientos en el agua mientras caminaba hasta la roca en la que se postraría sentada, sus piernas quedaban debajo del agua y sus muslos permanecían húmedos, descubiertos.

Dejé a un lado de la costa del caudal la camisa, en el barro. Ésta vez, remangue la bota del pantalón hasta donde pude para no mojarlos. Y caminé hasta la misma piedra.

Sentí nuevamente la temperatura fría del agua, de alguna forma, visistar aquel lugar me renovaba. Una parte de mí volvía a recobrar vida.

La mujer metió su mano derecha entre sus pechos. Ante esta acción quedé confundido. Pero volví al lugar en cuanto ví que había sacado una pequeña bolsa de tela blanquecina.

Dejó caer el contenido de la bolsa sobre la piedra.

Piedras, de todos los colores, de todos los tamaños, de todas las formas.

Las piedras son seres astrales. Aquello recordé.

-Ésta es tuya -había dicho.

Acercó a mí una piedra grisácea de tamaño reducido.

-Usté está en un proceso de desintoxicación, -agregó, -hematite, hematite es su guía -dijo, dejando la piedra sobre mi palma.

-Hematite -respondí en un susurro, -a mí también me gustaría darle una, pero no tengo ninguna -agregué.

-Elija una de estas y démela -había dicho soltanto una risa divertida, de hecho, era divertido.

¿Cómo iba a darle algo que ya era suyo?

Posé la vista en cada una de las piedras, una en particular llamó mi atención.



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En el texto hay: misterio, mistica, romance adulto

Editado: 03.07.2020

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