La gitana ©

Capítulo cuarto

Rebecca se aclaró la garganta mientras se incorporaba nuevamente en su posición anterior sobre la piedra.

-¿Puedo hacerle una pregunta? -había dicho.

-En todo caso serían dos -sonreí, -por que tendría que responderle esa también -agregué.

El silencio permaneció unos segundos antes de que ella buscara mi mirada con sus ojos.

-¿Usté qué piensa del amor? -preguntó.

Realmente no estaba preparado para esa pregunta.

-Pienso que enamorarse es lindo mientras no le rompan el corazón -respondí, -¿Y usted, Rebbeca, que piensa del amor? -agregué.

-Sabe mi nombre -susuró, -solo sé que todos estamos completos, que no necesitamos de ninguna otra mitad.

Su mirada bajó.

-Y que se enamora el que quiere, nadie lo obliga -agregó.

Un conjunto de poca cantidad de cabello se le escapó de la goma, su mirada volvió a mí.

-No permitiría que nadie, nunca, diga en mi presencia que necesita de otra alma pa' sentirse completa, siendo que ya lo está, que no necesita nada más -habló.

-Debo admitir que pensé que usted sería de las personas que creen en el amor -dije.

-No dije que no creyera en el amor -refutó. -¿Qué pensó usted? ¿Que por vestirme coloridamente estaría hecha de colores? ¿Que por haber crecido bajo las reglas de un pueblo con una cultura singular estaría hecha de misticismo? -agregó.

-Pues, no se equivoca -dijo finalmente. -Si me rompen, sangraría los colores del arcoiris. Y si tengo la oportunidad de educar a un pueblo, educaría de la misma forma en la que me educaron a mí  -se explicó. -Y estoy totalmente satisfecha por lo que es mi mente hoy.

Decir que había quedado inmóvil sería un eufemismo. Podía sentir los movimientos  de la circulación de la sangre en algunos puntos de mi cuerpo ¿era si quiera eso posible?.

-¿Me permitiría decirle una cosa? -pregunté.

-En todo caso serían dos -respondió, utilizando mis propias palabras para mí.

-Es usted el mejor ser vivo que yo he conocido -declaré, decido.

Rebecca sonrió mostrando nuevamente sus alineados dientes de consistencia aparentemente dura.

Suspiró.

-Créame que me hubiera encantado decir lo mismo de usté -había dicho en un susurro, cabizbaja.

Debía admitir que en el momento en el que había abierto sus labios para emitir palabra hubiera pensando que su respuesta, por su parte, sería apacible, de alguna forma dulce, o al menos aceptable.

Pero me había olvidado de que estaba entablando conversación con Rebecca, la poseedora de una lengua capaz de convertir los estados de ánimos a sólo estados, sin ánimos para esperanzarse en absolutamente nada con relación a la comodidad.

-¿Cómo se apellida? -pregunté.

-Berne  -respondió al instante.

-Bien, Rebecca Berne, ¿por qué me odia?

-Por que usté es cruela de vil en versión masculina -dijo, no había podido evitar reír.

-¿Quiere que cierre mi fábrica? -pregunté

La mujer meneó la cabeza, -no, sólo quiero que utilize tela para producir lencería, como la gente normal -emitió.

-Pero lo uno y lo otro son dos cosas totalmente diferentes, no costarían lo mismo -refuté.

La mujer acercó su rostro, sus labios rozaron débilmente sobre mi oído derecho, -¿quién dijo que se enterarían de lo están comprando? -susurró.

-Señorita Berne, es usted muy graciosa, ¿se lo habían dicho? -respondí en otro susurro mientras mis ojos se encontraban nuevamente con los de ella.

-Señor Beowulf, me dijeron demasiadas cosas alguna vez, pero nunca me calificaron bromista -fué lo que había dicho finalmente.

•••
 


El aire acondicionado de la oficina volvía a emitir su característico sonido. Por la ventana se hacían visibles las luces anaranjadas y amarillentas que se colaban para representar la ida del sol para el venir de la oscuridad nocturna.

Era simpático, las botas del pantalón aún estaban cargadas de gotas de agua.

A decir verdad, el universo se había dado cuenta de que no estaba de buen humor con el mundo, por esa razón, al salir por la puerta de madera gruesa, el bolsillo de mi traje se había enganchado al picaporte, ésto provocó en mí una reacción nerviosa.

El reloj de mano que llevaba puesto dejó una vibración corta para notificar el paso de otra hora.

Marcaban las 23:56 de la noche.

El único presente en la recepción era Don Jasper, el ni tan precisado, ni tan inútil abridor de puertas de tercera edad.

-Buenas noches, Sr. Lukas -emitió, no sin antes abrir la puerta para mí. Le había dedicado una sonrisa cerrada y un toque en el hombro derecho como símbolo de respuesta genuina.

Inevitablemente miré a mi alrededor esperando encontrar el grupo de gitanas, en realidad, a una sola gitana. Rebecca se había vuelto la única criatura interesante que tenía en mi vida.

Repentinamente pude sentir el impacto de la masa de un cuerpo contra el mío.

Una mujer. Pero no, no era Rebecca.

Una mujer vestida con un vestido ceñido de color rojo se encontraba frente a mí. Era aceptablemente atractiva, me atrevería a decir que era agradable a los sentidos, a todos. El olor de su perfume irreconocible se infiltró por mis fosas nasales. Llevaba los labios pintados de un color rojo, rojo pasión. Mis manos atajando sus brazos pudieron palpar la sensibilidad y la temperatura media de su cuerpo.

-¿Conociste al amor de tu vida? -pregunté en un susurro.

-No -respondió en otro susurro.

-Entonces me presento -dije, -Soy Lukas Beowulf.

Sonrió. Vaya, realmente era atractiva.

Su mirada se alternó entre mí y la imagen que se encontraba por encima de mí, el cartel de la empresa con su frase comercial.

"Las telas de los Beowulf son mucho más que simples telas"

Y como lo había predecido, se echó a reír. Realmente aborrecía aquel eslogan.

-Increíble -susurró, una sonrisa estaba extendida en sus labios.

Al menos la había hecho sonreír.



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En el texto hay: misterio, mistica, romance adulto

Editado: 03.07.2020

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