Rebecca Berne estaba ebria.
Era la primera vez que veía sus labios abrirse más de a lo que me acostumbre verla abrirlos. Su risa acompañaba la noche de manera descontralada, ¿saben?, me atrevería, nuevamente, -últimamente me atrevía más de lo debido- a decir que se sentía libre, que no trataba de mantenerse rigurosa en cuanto a sus opiniones personales, tal vez, si yo hubiera estado en su lugar me hubiera dicho; usté, camión volquete, además de asesino, alcohólico.
-¿Conociste al amor de tu vida? -repitió, adoptando un tono de burla.
¿Acaso había escuchado toda mi conversación con la desconocida?
-Entonces me presento -volvió a repetir imitando una voz demasiado grave, -Soy Loko Be-ogro -dijo finalmente, dejando salir risas que la llevaban a cerrar sus ojos para apretarlos.
-Pero agurdarden, el apuesto Lukas tenía sobre su inmensa cabeza su cartel comercial de mierda que provoca vómito -agregó.
En ese momento, la mujer había perdido el control de sus pies y hubiera caído sobre mis zapatos de no ser por haberla sostenido con un movimiento rápido, ésto me hizo apretujar mis brazos sobre el contorno de su cuerpo con dureza.
-¿Apuesto Lukas? -pregunté mientras se extendía sobre mis labios una sonrisa de dientes expuestos, -ah, y no hable de vómito por que le puede ir muy mal -susurré en su oído derecho, haciendo referencia a su estado etílico.
Rebecca había conservado por unos minutos el rostro serio, expectante a mis palabras, luego de otros segundos había observado como se cargaban sus cachetes para soltar una risa inesperada, salpicando mi rostro por completo con su saliva.
-De acuerdo, señora saliva voladora, tratemos de entablar una conversación sin efecto acuático la próxima, ¿puedes? -dije.
Rebecca seguía riéndose.
Por un momento se había dejado de reír, me había mirado fijamente a los ojos. Enderezó su espalda de manera en que quedó rígida e impulsó sus nalgas hacia atrás de manera exagerada.
-Señor, las gitanas dicen muchas cosas -había dicho, imitando nuevamente a la desconocida, no sin después echarse a reír nuevamente con el mismo proceso en los ojos.
Me hubiera gustado decir que yo había mantenido un semblante serio ante la escena, pero en realidad, me reía de la misma forma en la que lo hacia Rebecca.
Volvió a quedarse en silencio por un momento, acto seguido, levantó su mano con la botella de vodka para volver a metérselo en la boca.
-Ya fue suficiente -interpuse determinado. La botella de vodka había quedado en mis manos y una Rebecca frustrada se quejaba de ello.
Ella no soportaba saber que por una vez en su vida, dependía de otra persona para despertar al día siguiente.
-¿Por qué? -pregunté.
-¿Por qué, qué? -respondió.
-¿Por quién está ebria?
-¿Por quién? ¿cómo que por quién?
-Pues, un vodka es para situaciones realmente dolorosas -opiné, -hay algo que quiere olvidar.
-Escúcheme bien -había dicho acercándose a mi rostro, dejando entre nosotros pocos centímetros de distancia entre ambas respiraciones, -me emborracharía por alguien nunca -dijo finalmente.
-¿A dónde vives? -pregunté
-¿Qué?
-Que a dónde vives -volví a aclarar tajante, -señorita Rebecca, no sé si lo ha notado pero podría caer en cualquier momento.
Rebecca vomitó justo encima de mis zapatos.
-Carajo, Rebecca, deja que te lleve -volví a insistir. Si existía algún lugar al que yo podía llevarla con toda la certeza y toda la seguridad de que despertaría restaurada a la mañana siguiente; era la robleda, junto al caudal.
-La robleda -dije susurrando.
-No, no me lleves ahí -interpuso. Rebecca no estaba en condiciones de pensar por sí misma, -te lo ruego, si caigo, no me lleves ahí.
¿Qué ocurría, Rebecca?
La mujer, como lo había predecido en algún momento, se quedó sin respuestas de sus piernas. Y sus brazos, antes de caerse a sus lados, se abalanzaron en mi dirección y cayeron sosteniéndose sobre mí.
Su rostro cerca del mío hacía visible la vulnerabilidad en la que se encontraba la mujer en ese momento. Yo podría haberla dejado recostada sobre aquella acera, que se duermiera sobre ella y que se despertara en medio de una cantidad abrumadora de personas caminando sobre ella mientras la miraban de reojo con pena. Y lo hice.
Pero sólo lo hice en un mundo en el que no halla sido ese. En realidad, con varios segundos con nuestros rostros cerca y sus ojos cerrados, entendí que no podía hacer mucho por ella, sólo llevarla a la robleda.
Reuní mis dedos alrededor de una de su articulación media entre sus piernas y los otros dedos sobre sus caderas para poder cargarla. Su cuerpo era menos pesado de lo que podía imaginarme.
Era Lukas Beowulf, si no me salía algo mal, pues, no era yo. La entrada a la robleda indicaba que todo dentro de ella estaba oscuro, el móvil que podría haberme sido útil para alumbrarlo estaba sobre mi escritorio y por mucho que lo deseaba, no llovían linternas del cielo.
Las mismas hojas y ramas caídas eran tangibles por mis pies. Me encantaría decir que la presencia en el ambiente, de día o de noche, era idénticas, pero no. Insectos indeterminados por mi audición canturreaban y los animales que andaban por lo árboles estaban en movimiento, tal vez si hubiera podido verlos no darían miedo.
Pero todo miedo se había ido al suplantar el canto de bichos por el sonido de algún material sonoro, casi instrumental.
Paré en un impulso al ver las imágenes que me mostraban mis ojos. De lo que había allí, en ese lugar que lo había catalagado como el de Rebecca y el mío. De lo que veía presente en la robleda, junto al caudal.
•••
Registré cada persona en movimiento, cada material y cada chispa de fuego.
Por supuesto, gitanos.
Veía lo que ocurría en mi entorno como si yo no hubiera sido el intruso, como si fuera que fueron ellos los que estaban en un lugar en el que no debían estar.