La gitana ©

Capítulo séptimo

El lugar estaba minado de bullicio y poco se esuchaban las conversaciones de las demás personas.

Jeca, de espaldas, dejaba al descubierto su espalda blanca con un vestido abierto.

-Lukas Beowulf -había dicho, sin haber girado para darse cuenta de quién era, ya sabía que era yo.

-Me ha traído el viento -agregué. La mujer, al permitirse dejar ver su rostro, traía consigo el ya conocido color rojo en los labios.

-Lo ha traído el viento -repitió, extendiéndose en sí una leve sonrisa.

-He estado preguntando por usted -agregó, -soltero, veintiocho años, algo engreído.

Una sonrisa de dientes expuestos se extendió en mi rostro.

-¿Pero quién mejor que yo para hablar de mí, Sra. Jeca?

-Pues, yo diría que cualquiera menos usted -había dicho, una risa inofensiva escapaba de sus cuerdas vocales. No pude evitar reír con ella.

-¿Me permite ofrecerle una copa? -pregunté, sin esperar alguna respuesta, busqué con la mirada a un camarero cercano.

Silvé.

-Dos copas de vino tinto -requerí, mostré dos de mis dedos para hacer más clara la cantidad de mi pedido.

-Vino tinto, ¿así que quiere embriagarme, Sr. Beowulf? -expuso en un tono encantador.

-¿Para qué querría embriagarla, Sr. Jeca? -dije, mis ojos se quedaron anclados a los suyos, mi tono delató el desequilibrio de mis hormonas en ese momento.

El camarero llegó a la mesada sosteniendo una bandeja de aluminio redondeada, sobre él, dos copas de cuello fino con vino tinto

Los ojos de Jeca seguían en comunicación lejana con los míos.

-No lo sé, dígame usted, ¿para qué querría embriagarme? -había dicho llevándose una copa a los labios que preparon la entrada de la boca de la copa entreabiertos.

La intensidad de nuestros ojos aumentaban luego de cada oración que completabamos cada uno de los dos.

Fué en ese momento, cuando en un descuido no planeado, los dedos de mis manos hicieron caer, inesperadamente, la copa de vino que estaba delante de mí. La dirección que tomó la copa al caer, por supuesto, fué del lado contrario, encaminado al cuerpo reposado de brazos de Jeca.

Las imágenes que seguidamente habían quedado en mi visualización fueron los brazos con vino esparcido de la mujer y las gotas cayéndose de la mesada a sus muslos.

Lo menos que pude haber hecho fué desatarme la corbata que llevaba puesta para pasarla por sus dos brazos, luego de haberla secado en demasía; por su parte, quería sus muslos limpios, y por mi parte, estaba en la cuestión del dudar en lo que sería mi acción. Podía haber sido atrevido, sólo preferí quedarme en sus ojos para que me lo dijera en su forma.

-Falta ahí -había dicho en su susurro, su mano derecha posó sus dedos sobre la mano mía que sostenía la corbata para dejarla sobre su muslo derecho.

Sólo tarde un par de segundos para comenzar un movimiento de arriba para abajo sobre su muslo, la corbata, en sí, estaba bastante mojada, manchada y expedía un olor fuerte de vino.

Obligué a mi cuerpo a no reaccionar hormonalmente, pero la mirada de Jeca a mi rostro mientras la limpiaba me desequilibraba lo suficiente para levantar la mirada y mirarla también. En ese momento, un suspiro pesado salió de entre su boca, ese pequeño aliento impactó contra mi rostro.

El agarre de mi mano a la corbata se endureció.

-Métame en el baño y sácieme -susurró.

Saciar, ¿saciar qué?, necesitaba en exceso que lo diga ella.

Elevé lentamente mi mano en su muslo hacia arriba, la dejé como a dos centímetro de distancia de su sexo.

-¿Saciar qué? -pregunté en rostro, mi voz salió inevitablemente excitada, -dígame -susurré.

-Sácieme la fuerte inclinación que tengo hacia su cuerpo -respondió.

Mi mano volvió a su movimiento para parar, nuevamente, a un centímetro de su sexo.

-Me apetece sexualmente con vehemencia -agregué.

Para ese entonces, la impulsividad hormonal de mi cuerpo ya me delataba. La respiración se volvió pesada, no por la excitación. Era por el hecho de tener un cuerpo delante de mí y no hacerlo mío.

-Métame en el baño y sácieme -repitió en un decir desesperado, un decir inaguantable.

Pero no lo tenía que pedir tres veces.

Pero, Lukas Beowulf no tiene relaciones íntimas en el baño.

Silvé.

El camarero llegó a mi mesa.

-Pida que todos salgan -dije.

El señor me había observado.

-Soy Lukas Beowulf -agregué.

El hombre caminó hasta otro hombre con micrófono para emitir una excusa que convenciera a todos a desalojar el perímetro.

Con la privacidad solicitada anteriormente, agarré a Jeca por la cintura para sublevarla hasta la mía. Sus piernas rodearon fuertemente mi contorno.

Aún no sentía su boca, sólo la miraba. Dejé el cuerpo de Jeca sobre la plataforma circular que se encontraba en el punto medio de todo el lugar. Era justo el lugar en donde la tenía que hacer mía.

Supe el por qué a una mujer como a Jeca le gustaría el jazz. El jazz es un ritmo notablemente sensual, provocativo. Y esas dos cualidades, justamente, eran propias de ella.

Y de su común pero provocativa forma de vestir.

Al reposarla, Jeca tomó la corbata impura entre sus manos y la colocó en el medio de sus labios. Mis ojos observaron el movimiento y luego cayeron sobre su boca en espera. Flexioné los brazos, dirigí mi boca hacia la suya y agarré, cuidadosamente, la corbata entre mis dientes. Mis labios pudieron sentir los suyos, pero el único sabor que sentían mis papilas gustativas eran el recio y añejo del zumo de uvas de las que estaba hecho el vino.

Pero estaba cansado de esperar. Mi boca se acercó a la suya y mis labios entreabiertos encajaron con los suyos. Apenas la había sentido, su lengua rozó partes de mi labio superior. Los movimientos fueron predecibles, de un lado a otro, de arriba para abajo.

Por encima del vestido, deslicé mi mano hasta llegar a su sexo, que por encima de su braga, podía palparse húmeda. Era una erección creciente lo que sentía en mi miembro en cuanto empecé a mover mis dedos sobre Jeca.



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En el texto hay: misterio, mistica, romance adulto

Editado: 03.07.2020

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