Rebecca, como la mujer que es, quedó incómoda.
-Había dicho que hará un pago a la pachamama si ganaba, -dijo, -hágalo.
Para en ese entonces sólo pedía poder conquistar a cualquier ser vivo, hacer el pago había salido de mis labios sin pensar, no sabía cómo funcionaba ese ritual de agradecimiento.
Tampoco tenía mucho interés en ser parte de ello.
Me consideraba una persona a la que le gusta sólo ver de lejos, sin hablar, sin decir en voz alta lo que pueda llegar a pensar.
-¿Cómo hago eso? -pregunté.
-¿Por qué promete lo que no sabe hacer? -respondió, sus cejas estaban en una posición no tan unida pero notoriamente molesta por dentro.
Quedó mirándome en silencio alrededor de cinco segundos.
-Sólo haga una fogata y alrededor traiga personas que amen estar paradas en el medio de árboles -agregó.
Me había dado cuenta de que, igual con el hecho de ganar, ella seguía siendo la persona que estaba por encima de mí, de que su personalidad sobrepasaba por mucho a la mía. Pareciese que por ser sólo un ser que ama ser natural ya es un todo. Que es permisible para todo.
Por más de que lo intentase, no podía decir ni hacer una sóla cosa que a ella le gustara.
-Igual ha perdido, significa que usted también debe hacer lo que promete -dije.
-Haré lo que usted pida hasta que el cielo oscurezca -respondió, -cuando el cielo oscurezca empieza el pago.
-Me hubiera gustado ser yo el que pusiera las pautas, me lo merezco, ¿no cree?. He demostrado ser un ser tan natural como usted -cuestioné.
-Señor Beowulf, no quisiera hacerlo sentir mal, pero permítame decirle que no fue nada más que suerte de principiante -contestó.
Una carcajada se articuló en mis labios.
-Mire, Rebecca -avancé dos pasos a mi derecha para poder arrancar con mis dedos dos hojas, una verde y otra amarilla, -usted y yo somos como estas dos hojas. Usted es la verde, yo soy la amarilla -agregué.
Rebecca prestaba atención.
-Pero ambas somos hojas -agregué, -usted adquirió un pleno desarrollo mental, sí. Usted podría tener el mejor razonamiento entre nosotros dos, sí. Usted también podría tener el mejor color entre nosotros dos, sí. Pero, ¿sabe?, crecemos en el mismo árbol. Y no importa cuántos colores adopte, para el árbol es una hoja. Que no importa que se repita a usted misma que tiene el corazón más puro de todos los seres, eso sólo la hace tonta, habladora e incapaz de apreciar a otros seres. En síntesis, Rebecca, la hoja verde y la hoja amarilla, por genética, están hechas de lo mismo. ¿Y sabe qué es lo más triste?, que todas las hojas terminan siendo hojarrascas junto con otras. En el suelo, muertas, sin vida, como esas hojas perennes que siempre pisamos al venir a este lugar -dije, llevé la mano con ambas hojas a muy cercana distancia de sus ojos, las quebré con mis dedos, y el resto de lo que quedó, lo dejé caer por los pechos de Rebecca. Que entraron, por inercia, por la abertura de su escote.
-No importa lo que haya querido decirme, sé que tengo el corazón puro -respondió.
-No he dicho lo contrario, Rebecca -agregué.
Era tan terca.
Rebecca era, sin duda, una mujer con la que preferiría no discutir. Y amo, más que a otra cosa, discutir. No por saber que no cerraría su boca nunca, ni siquiera en caso de que tenga algo bueno para decir. Si no por su elevado nivel de obstinación.
-Sólo le pido que no me pida hacer cosas que yo no querría hacer -agregó.
-¿Debería recordarle que ese es el punto? -pregunté, mis ojos se posaron en los suyos y en efecto una sonrisa ladina se extendió en mí. -No pediré nada que usted no quiera hacer -agregué para su confianza. Y para que no desista.
Yo podría haber ganado la atractiva apuesta, pero sabía con exactitud que ella no haría nada que no quisiese. En conclusión, a Rebecca le importaba tres mil y una tinaja que yo haya conseguido lo que quería. Es más, la enojaba. Le molestaba, eso podía sentirse hasta por el aire que giraba al entorno de nosotros y terminaba con un choque entre los tallos de robles.
-¿Cuál es la primera cosa que haré por usté? -preguntó.
-Quiero que me haga conocer con mis cinco sentidos a la naturaleza -pedí.
Algo complicado de entender. Y tal vez también de realizar. Pero es Rebecca, ella podría. Tenía que exprimirla, que me enseñase todo lo que ella sabía. Si un día entro al edificio Beowulf sin verla vendiendo sus cassettes, al menos una parte de ella la voy a tener yo, una parte va a quedarse conmigo.
Por que el efecto más hermoso de un ser es hacerte sentir su parte contigo sin que esté.
Por eso imaginamos el rostro de una persona conocida cuando nos dicen su nombre. Por que su parte está. O por eso una tristeza es intensa. Por que alguien nos la dejó.
Rebecca va a dejarme cinco sentidos que voy a amar por el resto de toda mi descortés vida.
-Audición, gustativa, olfativa, vista, tacto -había dicho.
-Sí -señalé.
Rebecca se quedó en silencio por aproximadamente cinco segundos.
Capté con los ojos el movimiento de sus pies hacia mí, su mano derecha se extendió seguida de la izquierda, su costumbre de sostenerme con las dos manos fue nuevamente hecha. Se dirigió al caudal, y en frente de él, unos centímetros antes de pasar al agua, se agachó.
Rebecca quedó inclinada justo enfrente del agua. Su vista se alternó entre mi rostro y el suelo, era un gesto que indicaba que quería que copie su acción.
Cuando me senté a su lado, llevó su mano izquierda a la parte posterior de mi cabeza y la agachó hasta el punto en dejarme con la oreja derecha justo encima del agua fluyente del caudal. Pero sin hacer contacto con ella. La miré a los ojos, ella sólo respondió la mirada con un gesto de silencio.
Quería que esperara, que esperara algo.
Cualquiera que esté parado diría que está cansado, cualquiera que esté arrodillado en el suelo, con orejas abiertas para el agua, diría que está cansando de vivir parado.
Por que vivir parado implica tener que hacer todo lo que nos dicen que tenemos que hacer. Con una vista un poco más amplia, mirándo hacia lo sosegado, pacífico, equilibrado, diría que el vivir tendría que haber sido sólo nacer, amar y morir.
El fluido del agua pasaba por debajo de mis oídos y era audible. Podía escucharse como se mezclaban las miles de gotas para empujarse entre todas, aunque sin querer, hacia un camino por el que no decidían por ellas mismas ir, si no que las obligaba la corriente.
Podía escucharse también como caían violentas las aguas que saltaban de las piedras grandes. Y estas movían a otras, y estas a otras.
-Audición -habló finalmente Rebecca.