La gitana ©

Capítulo décimo primero

-Rebecca -llamé su atención

-Lukas -respondió brutalmente y con los ojos.

-Si quiere que la toque, sólo pídamelo -agregué, cabía destacar que en ese momento estaba en pleno uso de razón, no sólo por la calentura creciente, sino también por él cerebro pensante.

-No, sería en vano. Los hombres no saben tocar a las mujeres de la forma en la que ellas quieren ser tocadas -respondió.

La nota de su voz fue baja, casi susurrada.

¿Por qué diría eso?

¿Acaso, a Rebecca, no la habían tocado bien?, en realidad, ¿Rebecca había sido tocada alguna vez?

-Rebecca, ¿usted es virgen? -pregunté.

-¿Perdone?, ¿Qué ha dicho? -respondió mi pregunta con otra pregunta.

-Que si usted es virgen -remarqué.

-No, no eso, lo otro.

-¿Qué?. Ah, ¿virgen?

-Eso. Esa palabra no existe -respondió.

-¿Cómo que no? -pregunté. Esta mujer sabía mantenerme confundido.

-El concepto de virgen fue instituido por cualquier cacahuate que asocio a una madre espiritual, como la virgen, a una mujer para decir que es buena. Haber tenido relaciones sexuales no hace mejor ni peor persona.

Rebecca, nuevamente, largaba palabras que tenían totalmente coherencia.

Pero un Lukas Beowulf, por mucha razón que tenga la otra persona, llevaba la contraria.

-¿Entonces por qué en la biblia se considera al acto sexual como a un pecado? -contraataqué. Si hay algo difícil de hacer en esta vida es tratar de justificar o llevar la contraria a las palabras de la biblia.

Y más para una mujer como Rebecca.

Parecía haberla puesto en su jaula, parecía nada más.

-Señor Beowulf, he dicho que no nos hace mejores ni peores personas, no que a la biblia le fascina la idea -había dicho cabizbaja. -Aunque todos interpretamos la biblia de manera diferente -agregó poniendole más ímpetu a sus totalidades de voz.

-Ah, ¿Si?, ¿Y cómo interpreta usted la biblia, señora Berne? -pregunté.

-Como a un libro lleno de exigencias. Exigencias que no importan cumplir si al final de todo lo único que importa es ser buena persona, ¿Y usted, cómo la interpreta? -siguió.

-Como a un manual de cómo llegar al cielo.

Silencio.

-¿No va a seguir tocándome? -pregunté.

Silencio.

-No ha respondido la pregunta -acoté.

-Ya he tenido relaciones sexuales, señor Beowulf -respondió, -Varias veces, -Hasta me atrevería a decir que como más de veintisiete veces en toda mi vida.

Tragué saliva.

-¿Y cuál de esas veinti y pico veces fué su favorita? -me atreví a preguntar.

Sus ojos me miraron con discrepancia.

-La número treinta y pico que fué la última -respondió.

Me incorporé de manera en la que pude estar sentado, y la miré a los ojos.

-¿Por qué la última, Rebecca?, ¿Acaso, no te habían tocado así? -había dicho.

Levanté mis manos y las reposé sobre sus muslos para hacer un apretón suave que se dirigió hasta su sexo.

Una mano la dejé sobre un muslo reposando, mientras que la otra la llevé a su rostro, agarré sus cachetes y los apretujé, sus labios quedaron en forma redondeada.

No me permití hacer contacto visual, ni ella tampoco, nos limitabamos a mirar nuestros labios.

La quería besar.

Cómo la quise besar.

La besé.

•••

Pude haberme parecido a un animal por lo salvaje, pero por el contrario, esa noche estaba sensible en el tacto, sensible en mis labios, sensible, creo que, por dentro.

-Rebecca -susurré a su oído derecho por un momento al separar nuestros labios.

Traté de no pasar mucho rato con los labios encajados entre nosotros, sinceramente, mi aliento no era el mejor, me abstraía de abrir tanto mi boca. El de ella tampoco olía a frutillas pero tenía olor a mujer.

Y las mujeres huelen bien aunque no estén higienizadas correctamente. Podría atreverme a decir que si una mujer pasa cinco días sin higienizarse, seguiría oliendo bien, por que olería a mujer.

Pero no se lo digan por nada del mundo a ellas, podrían aprovecharse de ese tributo. Las mujeres, aparte de oler bien, también saben aprovecharse. O peor, ya no se cepillarían los dientes nunca más.

-¿Sí? -susurró Rebecca contra mi oído.

-Me enseñaste lo del tacto -dije, -Pero sólo por fuera -susurré, -Habías dicho que todo tiene un dentro y un fuera -la miré a los ojos, -Y yo todavía no te he sentido por dentro -finalicé.

-Físicamente -volví a agregar, -quiero estar dentro tuyo.

La quería tener gimiendo.

Cómo la quise tener gimiendo.

No la tuve gimiendo.

Por que Rebecca fué la que me hizo gemir a mí.

Fui yo el que la agarró contra los muslos e hice a un lado su pollera, yo no iba a llegar tan lejos hasta que me percaté de que Rebecca no traía ropa interior, Rebecca sólo tenía la pollera.

Ese fue mi punto débil.

¿Cómo se atrevía a venir sin ropa interior?

Fui yo el que la tentó palpando su sexo contra las yemas de mis dedos. La sentía húmeda y la veía con una expresión en el rostro que me decía que le gustaba.

Fui yo el que empezó a escuchar como la mujer soltaba pequeños sonidos  pesados. Sentí su espalda chorrear del calor y sentí las gotas de sudor resbalarse por mi rostro. Mi mano comenzaba a patinar por su espalda.

La besé de nuevo, sacando, a la vez, mis dedos hundidos hacia afuera.

Rebecca recuperó la compostura y se volvió a incorporar a su lugar de descanso.

Yo volví a mi espacio personal, dándome cuenta de que aunque mi cerebro estaba satisfecho por lo que había pasado, más abajo de mi había una situación que pedía ser controlada.

La erección.

A Lukas Beowulf no le dominaba una erección, se quedo ahí, esperando, y esperaba, hasta que se conformó con la realidad y se desvaneció.

•••

Enrealidad no pasó eso, ninguna erección se iría tan rápido. Enrealidad estaba pensando en sus pechos hasta que un viento leve pasó por la carpa e hizo que la pequeña puerta de tela no abrochada se levantara hacia enfrente.



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En el texto hay: misterio, mistica, romance adulto

Editado: 03.07.2020

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