PARTE 2: ESTRELLA DE ROCK POR UN DÍA
El día había amanecido increíble. El sol despuntaba sus tentaculares destellos a través de mi ventana. Afuera, Timo jugaba con el perro barbudo del tío Jeff, alias Despeinado. En tanto, mi hermana más chica, Hillary, escuchaba a todo volumen música de Kenzo Davis, un joven y popular cantante de música rock.
Eso logró que me estallaran los sesos... ¡Condenada niña! Me desperté malhumorado y mucho más zombi que cuando me había acostado. Estaba todo transpirado. Me toqué la frente y palpé con mis dedos un líquido rancio y agrio, similar al vinagre. Es raro; no acostumbro a sudar así por las noches, menos aún a temperatura ambiente. Eso, sin descartar que nos encontráramos en las vísperas del comienzo del invierno.
Entré al baño. Me duché. Minutos más tarde, me acicalé y me puse mi camisa de "cerebrito" favorita, una con la estampa de una fórmula química para convertir un poroto de soja en una bomba molotov sobre la espalda. ¡Amo esa camisa!
Decidí salir a tomar aire y caminar un poco. Recorrí la zona. Inesperadamente, una joven atractiva, rubia y de resplandecientes ojos celestes pasó a mi lado. Llevaba consigo un perro más barbudo que el recordado Abraham Lincoln amarrado a una correa. El perrito me gruñó, mostrando sus poderosos y afilados colmillos.
Repentinamente… ¡zas! La estúpida bola de pelos casi me masticó el tobillo.
“¡La saqué barata!”, pensé. De inmediato, puse las quejas a su dueña. La frívola rubiecita, mirándome de arriba a abajo como quien viera a un horroroso monstruo, me ignoró por completo. Acto seguido, esbozó una patética risita burlona y se marchó mientras yo observaba cómo, a la distancia, se desvanecía su figura.
De repente, casi al otro costado de la ciudad, oí un bullicio. Antes de que pudiera llegar hasta allí, vi que se acercaba una camioneta flúor con tres tipos muy elegantes y de traje oscuro. Los tipos bajaron. Al grito de “¡Allí está Kenzo…!”, comenzaron a perseguirme hasta que, tras varias corridas, me capturaron.
— ¿A dónde rayos vamos?—pregunté.
—Al Stadium's Fire— respondió el más calvo de los tres— Tienes que dar un concierto.
— ¡¿Qué mierda…?!—me asombré— Les aseguro, yo no soy cantante. ¡Déjenme ir! ¡Sólo soy un estúpido nerd adicto a la bibliografía de ciencia ficción y a los manuales de química!
— ¡Ja, ja, ja! Sí que eres cómico, Kenzo…— rieron los tres al unísono.
— ¿Tú, nerd? ¡Imposible!— espetó el uniformado de barba candado— A duras penas, sabes tocar la guitarra eléctrica, jajaja... ¡No jodas!
— ¿Qué diablos te ocurre, Kenzo?
— ¿No dormiste bien anoche? Es raro que no nos reconozcas. ¡Somos tus representantes!
— ¡¡¡Ya dejen de llamarme así…!!!— exploté.
Llegamos. Descendimos del coche.
— ¡Apúrate, Kenzo!
— ¡Al camarín…!
— ¡En quince minutos comienza el concierto!— advirtió un viejo gordo, mientras acomodaba la ropa.
Me cambié de prisa. Mientras tanto, mi mente no dejaba de pensar “¿Yo, estrella de rock?” ¡Estoy alucinando! Y ahora… ¿cómo mierda zafo de esta?”
—Kenzo, ¡al escenario!
“¡Maldición!”, pensé. El espectáculo debía continuar…