Esa mañana de lunes tenía planeado ir de visita donde mi primo Frankie, experto en Inteligencia Artificial y Director General del ITO, Instituto Tecnológico de Ottawa, un centro de investigación y desarrollo de inteligencia artificial líder en el mundo.
¿Que si Frankie era un anciano científico de barba y bigote, con la cabeza tan calva como un desodorante a bolilla? ¡Claro que no! Él sólo tenía siete años cuando se graduó en la universidad. A los quince años, con siete posgrados encima, ya era el flamante Director General del ITO. ¡Un auténtico "cerebrito"! ¿No crees?
Desde luego, como a todo mocoso de su edad, le apasionaba divertirse. Por eso, me había invitado a viajar con él a Ibiza.
Me lo comentó mediante una video llamada a través de Skooter, el hermano gemelo del antiguo servicio Skype, un tanto más extravagante y tecnológico. En el año dos mil sesenta y uno, claro, esto era bastante común.
— ¡No sabes lo que es Ibiza, viejo!—me dijo. Las arenas doradas, las aguas cristalinas, la música a todo pedo... ¡Y ¡unas jovencitas más deliciosas que comer pollo con la mano!
— ¡Detesto el pollo!— me quejé.
— ¡No hay problema! ¡Comerás cualquier cosa!
— ¿Te refieres a chicas taaaan deliciosas como la vaca de tu novia?— ¡Ja, ja, ja!
— ¡Oye, enano, no te metas con Lola!— respondió. Por si no lo sabes, ella es ingeniera nuclear.
— ¡Bah! ¡No me interesa! A menos que me toque una Marilyn Monroe con el cerebro de Albert Einstein.
— ¡Olvídalo!
—A fin de cuentas, no creo en el amor. Aunque me atrae la idea de las playas de ensueño y las arenas doradas… ¿Cómo demonios haré para engañar a mamá? Ya sabes, es muy astuta.
— ¡Manéjalo tú, viejo!— me dijo. Te esperaré en el aeropuerto a las 16 p.m. ¡La pasaremos bomba! ¡No me falles!— concluyó.
Tras sus palabras, se cortó la comunicación.
A todo esto, eran las 15:30 p.m. Mi mamá seguía en casa. Por mi parte, ya había ideado el plan perfecto. Solo necesitaba oír las palabras mágicas.
En ese preciso instante, "se hizo la luz":
— ¡Noah, cariño, debo salir a hacer unas compras!
— ¡Sí, mamá, quédate tranquila! Cuidaré la casa. — exclamé.
— ¡Eso espero! Cierra con llave, en media hora regreso.
A continuación, oí el chirrido de la puerta al cerrarse. ¡BINGOOOO!
Revolví toda la casa. Tumbé la heladera y dejé una miríada de prendas viejas diseminadas por mi cuarto y otras tantas por el comedor. “Deberá parecer un robo”, pensé.
Tras dejar la casa patas para arriba como en Alicia en el País de las Maravillas, apronté las maletas y partí.
Al llegar al aeropuerto, mi primo me recibió con un abrazo.
— ¡Por fin llegaste, nariz de zucchini!
¡Oh, por Dios! Y ahora… ¿qué? ¿Qué rayos me estaba pasando?
¿Yo, Pinocho?