Ese jueves de agosto era el casamiento de mi tía Audrey, una joven y bonita secretaria neoyorquina, con Félix de La Fuente, incipiente músico de salsa cubano autor del hit del momento: Nobody like you (Nadie como tú).
La invitación llegó sobre la hora, ¡de sorpresa! Ni mis padres ni yo habíamos pensado en un obsequio.
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— ¿Y si le compramos una batería de cocina?
— ¡Tu tía odia cocinar! ¡Es una mujer moderna!— dijo mi madre.
— ¿Una bonita cartera…?
—No, ya tiene muchas.
— ¿Un juego de copas de cristal?
— No me parece buena idea...
“¡Santo Dios! ¡Qué difíciles, son algunas mujeres!”, pensé.
A todo esto, ya se me estaban acabando las ideas… Hasta que, inesperadamente, se me encendió el bombillo y surgió la luz.
— ¡Le regalaremos un gatito quimera!—exclamé con alegría.
— ¿Un qué…?
—Ya sabes, mamá: un marmolado. Un café con leche— expliqué. ¡Un minino bicolor!
— ¡Me parece bien!—expresó mi madre, algo sorprendida.
Enseguida, salí volando rumbo a la tienda veterinaria.
Había reservado a Duquesa para regalársela a Miranda Sundays, una de mis admiradoras del club de hockey a quien se le había muerto su cachorrito Pan Dulce. Un cachorrito de pitbull que, al momento de nacer, era más cabeza que cuerpo. Por eso, su jocoso apodo.
—Vengo por Duquesa, la gatita quimera que reservé el viernes pasado.
—Lo siento, amiguito... ¡La vendí!
— ¿Cómo…?
— Una simpática ancianita se enamoró de ella, y se la di.
De repente, oí un maullido dulce y melodioso que provenía del interior del local. Me acerqué hasta una cunita de hierro, repleta de bolitas multicolores. En ese momento, una pelota de pelos asomó su cabecita de galletón... ¡Miauu, miauu, miauuu!
—Duquesa, bomboncito, ¡vine por ti!—le dije.
El veterinario, divertido, dejó escapar una risita pícara.
— ¡Miauuuu!—maulló la gatita. Se paró sobre sus patitas y brincó a mi cuello.
Sus dulces ojitos bicolores fosforecían como gemas bajo la luz de las estrellas.
— ¿Cuánto es?
— Cuarenta y siete dólares.
Enseguida, el Dr. Kamis le colocó un collarcito floral.
— ¡Ahora sí, es una duquesa!
Pagué.
- ¡Nos vemos, Dr. Kamis!
— ¡Vuelve pronto!
Regresé a casa y partimos directamente hacia la iglesia.