Las clases finalizaron el dieciocho de octubre para mí. Tal como lo había previsto, con algo más de dos meses de anticipación respecto de mis compañeros. Cindy, por su parte, había hecho lo suyo, terminando el año lectivo con unas calificaciones excepcionales. ¡Hasta en eso éramos parecidos! Je, je.
En tanto, en la planta alta de mi casa, mi gato DJ rompía los huevos con la música a todo pedo. El muy desgraciado maullaba canciones de AC/DC y Linkin Park, mientras mi madre horneaba una olorosa y apetitosa lasaña en el hornito eléctrico. El más calvo de mis tíos se masajeaba con vehemencia la pelada, con la esperanza de que volviera a crecer el césped en los áridos desiertos de su cabeza. Mientas tanto, mi perro Panceta bailaba breakdance sobre una chillona alfombra naranja, girando su cabecita de mortadela al ras de la áspera alfombra, tocándose las patitas traseras para imprimirles mayor velocidad.
Parecía un endiablado trompito de plástico, ja, ja. Por su parte, mi abuelita Clotty jugaba al tenis con Almíbar. La gata la estaba aniquilando por un rotundo 6-1 y 6-0. Clotty se calzó los anteojos para ver de lejos pues, con los que traía, no era capaz de ver un elefante en una bañera. Y la pícara gatita, por supuesto, se estaba aprovechando de la situación.
Yo estaba en mi cuarto, al pedo. Más al pedo aún que un perro con dos colas, o que un apetitoso emparedado de carne en el plato de un vegetariano.
“¿Y ahora? ¿Qué cuernos hago con mi tiempo libre?”, medité mientras deslizaba mis dedos sobre mi gigantesco globo terráqueo. ¿Viajar? ¡Buena idea! Pero... ¿A dónde? ¡Ya sé! Giraré el estúpido globo. Donde se detenga, allí iremos Cindy y yo.
Lo hice girar. Surinam, Australia, Bélgica... La maldita pelota geográfica jamás detuvo su marcha. Parecía un enloquecido coche de Fórmula Uno, corriendo a 255 km/h.
Por fin, se detuvo… ¡Italia! ¡El "país de la pizza"!
— ¡Me encantaaaaa…!— exclamé entusiasmado. ¡Jamás he visitado ese país! ¡Hoy mismo sacaré pasajes para Venecia! Pero… ni una palabra a Cindy. ¡Quiero que sea una sorpresa!
Llamé a la primera agencia que hallé en Internet.
—Hola… ¿con Euro Travel?
— ¡Sí, señor! ¿En qué podemos ayudarlo?
— Quisiera reservar dos pasajes.
— ¿Destino?— interpeló el vendedor.
— ¡Venecia!—le dije.
— ¡Oh, precioso lugar!—exclamó el tipo— ¿Cuántos días?
—Cuatro días y tres noches.
—Ajá… ¿Desea nuestro paquete Premium?
—Así es.
—Muy bien. Este paquete incluye bla, bla, bla...
“¡Este tipo es más pesado que la novia de mi primo!”, pensé.
— Sí, sí, ya sé—expresé fastidiado— ¿Cuánto es?
— ¡Ochenta y siete mil novecientos veinticinco dólares!—informó el agente— ¿Efectivo?
— Sí, claro.
—Muy bien. Su vuelo parte mañana a las 16 p.m.
— ¡Excelente!
— No olvide abonar por ventanilla. Gracias por confiar en...
— ¡Vete al demonio!— exclamé rabioso. Colgué.
Acto seguido, llamé a Cindy.
— ¡Hola preciosa!