"La Gordita De Mis Sueños"

PARTE 24: LA GRADUACIÓN DEL CEREBRITO

Aquel día, era un día realmente especial. Noah Goldmack, el cerebrito de la universidad de Harvard, se recibía precisamente ese día de septiembre. Con honores. ¿De qué…? Pues de ingeniero en Biología Neuromolecular, licenciado en Neurociencias y Fisiología del Cerebro, licenciado en Genética, profesor de Matemática Aplicada y licenciado en Robótica, Desarrollo de Sistemas Inteligentes y Formas de Vida Artificiales; solo por nombrar algunas distinciones. A estas se les sumaba una infinita y descomunal colección de maestrías y doctorados, además de un larguísimo etcétera, más largo que la puntiaguda narizota de pepino de Pinocho.

 

Una música amena bailoteaba con dulzura en mis oídos. Mesas largas y redondeadas vestidas con elegancia, con manteles blancos de finas telas adornadas con fastuosos y atractivos dibujos habían sido distribuidas por el salón. ¡Lucían espléndidas! Al igual que los adornos y vestidos de mis compañeras universitarias, que pincelaban el ambiente con sus maravillosos resplandores multicolores como auténticos arcoíris de almibarado rocío de estrellas bajo las lágrimas de un beso relampagueante de pasión. ¡Guau!

 

Y por fin llegó el gran momento:

 

—Damas y caballeros… Estamos aquí reunidos para premiar el esfuerzo. Años de dura entrega, sudor y sacrificios han valido la pena… Y la medalla de honor al mejor promedio es para… ¡Noah Goldmack! — concluyó Thelma Dust, la directora de la Universidad.

.

En ese preciso instante, se produjo un estallido de papelitos y serpentinas multicolores. Se oyeron algunos aplausos, provenientes del grupo de cerebritos amigos de Goldmack. Es decir, de mis amigos; no más de cinco gatos locos con chaqueta cuadriculada y gafas con enormes cristales como culos de botella.

 

— ¡Bravoooo…! —chillaron los sabelotodo, mientras la mayoría de sus compañeros masticaba su rabia maldiciéndome en silencio. En ese justo momento, desde la puerta de ingreso al final de la sala, apareció ella. Radiante y enfundada en un bonito vestido rosa. Sus labios rubí ardían como una hoguera. Su preciosa sonrisa resplandecía como la tierna luz de las luciérnagas, como las alas de un ángel bajo el tornasolado corazón de las estrellas. Todos voltearon a verla.

 

— ¡Cindy!— chillé como un lunático, mientras una lágrima de acacias tatuó mi rostro con su cálida fragancia.

 

Ella corrió presurosa. Trepó los escalones, me miró a los ojos y, sin mediar palabra, desfloramos nuestros labios con la tórrida divinidad de un beso. Sabía a chocolate, a una celestial explosión de fresas con chocolate incendiándome los labios. ¡Mmm…! ¡Delicioso!

 

Acto seguido, el mundo estalló en aplausos y piropos. En tanto, un alumno gordito, vestido de balón de fútbol, saltaba entre las mesas devorándose los dulces. Mientras, una chica delgada como fideo sacudía sin respiro y con gran ritmo sus piernitas de mondadientes bajo la música de un merenguito sabrosón.

 

Cindy y yo, bailamos. Pero en ese preciso instante, un angelito se dio de cabeza contra el techo. Tras saborear un pastelito de coliflor, lanzó un potente gas que le borró la nariz a más de uno. Todos huyeron. ¡Maldito Terabyte! Nos fuimos temprano. Pero estábamos muy contentos pues había sido una noche fabulosa. La noche más hermosa, la de la graduación de un cerebrito: YO.

 

 



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En el texto hay: humor, personajessobrenaturales, amor

Editado: 29.11.2018

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