La Gotera

II.

Eddy había despertado con un fuerte dolor de cabeza, sentía como todo daba vueltas y vueltas. Le costó levantarse de la cama, pero más que eso, le costó admitirse a sí mismo que disfrutaba de la sensación del alcohol en su sangre, pero le disgustaba no saber qué hizo en las horas en las que perdió la conciencia. Debido a esa incertidumbre, acudió a la sala y sostuvo tembloroso el teléfono del hogar (uno que tenía para él mucha energía sentimental), mas sus dedos malcriados y locos marcaron un número salido de su inconsciente:

— ¡Hola! — escuchó salir de las bocinas del teléfono.

— Hola.

Qui parle? — dijo una voz que parecía hacer gárgaras, como un italiano con semillas de granada en la boca.

Tu es sûr que tu es Eddy, non? — volvió a preguntar la voz, que en todo caso le parecía extraña, pero más le impactó el hecho de que él entendía a la perfección.

— Sí, soy Eddy, ¿tú quién eres? — dijo mientras se apoyaba en la mesa de caoba, especialmente construida para el reposo del teléfono.

— Jaja, ¿no es posible? — preguntó la voz, tomando de a poco un tono más femenino, pero aún con el acento español cortado y arrastrado.

— ¿Qué no es posible? ¿Acaso le hice algo malo? — dijo inquieto, pues temía haberle hecho algo en su estado anterior.

— Que no te acuerdes de mí, porque yo no logro olvidarme de ti.

La mesa rechinaba conforme Eddy dejaba caer su peso en ella, y su cabeza parecía un terremoto. Sus ojos estaban rojos, rindiéndose al sueño y el cansancio. Sin embargo, Eddy no cedía, pues su mente le decía cosas malas cometidas tras estar embriagado, pero su instinto de ética y el respeto hacia su padre lo hacían cuestionarse su mente o auto-juzgamiento.

— Señorita, no sé lo que hice y si no me dice, no podré ayudarla.

— ¿Por qué ahora me hablas de usted?

— Señorita, no sé qué le funciona a usted, pero a mí en estos casos me funciona el respeto.

— Olvídalo.

— Pero dígame — insistió Eddy, tomando aire a pulmón cerrado.

— Un hombre que no se acuerde de lo que le hace y dice a una mujer, no merece nada — dijo, con ese acento peculiar, que en su cansancio Eddy no lograba comprender de dónde había salido.

Y antes de que él dijera algo, la mesa había decidido darse a la rendición, y se desplomó como las emociones de un joven a la llegada de los 18 años. Y junto con la mesa, Eddy cayó al suelo, dándose en la cabeza y quedando dormido, o durmiéndose mientras el dolor de un lado de la cabeza calmaba el dolor en toda.

Mientras permanecía, a su entender, solo en el piso frío, entró en un sueño casi realista, en el que caminaba por una calle sin líneas. Cada tanto, mientras caminaba, un bache se le aparecía en frente, pero lo esquivaba. Mirar a su alrededor le resultaba doloroso y pesado, pero aún así no impedía que él se moviera. A su alrededor solo había árboles, tanto a su derecha como a su izquierda. Nada de eso le preocupaba, estaba consciente de que todo era un sueño. Hasta que escuchó una voz que lo llamaba. Entonces apresuró el paso, y al frente, en un pestañeo, comenzó a dibujarse una casa de madera, la misma que traía a él ese sentimiento de nostalgia que había experimentado con Aurora.

Se detuvo en frente, así como los gritos cesaron. Sus ojos se movían conforme la casa finalizaba: era una casa de madera, y el olor le decían que eran pinos los árboles de su alrededor. A los minutos, la casa ya estaba construida, pintada de blanco hasta en el techo, con ventanas de madera, y una chimenea de respirador de la que salía humo de un color café. Se acercó con misticismo a la casa y miró por la ventana, pero no vio nada más que vacío y un piso cristalino que reflejaba otro vacío aún más profundo. Se animó a abrirla, pero no a entrar, y por ello comenzó a sentir cómo se encendía la nostalgia, y ese olor que aplazaba el olor a pino y tranquilizaba su inquietud. De modo que la puerta se cerró tras una fuerte brisa, y Eddy fue lanzado a la calle, cayendo a la derecha de un bache. Al ver en él, vio cómo la cara de Aurora se empezaba a formar. Gritaba su nombre eufóricamente, pero Aurora solo movía la boca, como si su voz no fuera bienvenida en su sueño. Luego de correrle a los baches, tropezó con un pino en medio de la calle, despertando en una cama de bambú.

En dicha cama, se encontraba atado por flecos de hierbas finas y blandas, las cuales al halarlas se endurecían. De repente, un señor pequeño pero con barba larga y abundante comenzó a preguntarle el nombre de la muchacha que se encontraba a la salida del camino de pinos. Muchacha que era Aurora, quien caminaba de lado a lado, con la preocupación en la boca.

— Ella es mi hija, se llama Aurora.

— Con que Aurora. ¿Y por qué se ven tan distintos?

— Ella es producto de una infidelidad de mi esposa Miguelina. ¡Por favor, déjala ir! — dijo Eddy, quien no le daba importancia al hecho de tildar a su esposa, que no era su esposa hasta el momento, como adúltera, tan solo para liberar a una muchacha que apenas conocía.

— Se ve que es joven — dijo el enano, caminando al ritmo que lo hacía ella en el otro lado.

— Tiene 13 años, o eso dice la marca en su brazo derecho.

— Aja, ¿la viste desnuda? ¡Qué puerco eres!

— Sí, pero solo la duché y mi mujer estaba ahí.

— Más puerco aún.

Eddy sabía a qué quería llegar, pero le redujo el camino con otra mentira.

— Si me gusta, me encanta. Mátame a mí por ese sentimiento hacia una simple muchacha a la que le llevo muchos años, pero déjala ir.

— Jaja, ¿piensas que estás mintiendo, no? — preguntó con una sonrisa el hombrecito, agregando — solo te engañas a ti mismo.

Y el olor, que antes era suave, como un dulce de fresas en la lengua al amanecer, se convirtió en un fuerte olor que entufaba la nariz, provocando un estornudo que despertó a Eddy en la realidad, sobre las piernas descubiertas y la calidez de Aurora, frente suyo, Miguelina, quien con un algodón con alcohol de limpieza le presionaba la nariz.




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