La Gran Guerra

4. Paralelismo odiseico

Dax Xyiró ya había estado varios días de viaje, si bien, él no era quien conducía, igualmente era cansado esperar a que su vehículo llegase hasta la otra punta del continente, un problema frecuente que había en la mayoría de imperios que había en este mundo en la actualidad: Era difícil mantener la comunicación a través de continentes tan extensos; sin embargo, ese no era su único problema, a medida que avanzaban, Dax Xyiró se dio cuenta de la falta de suministros, sabía que podían durar más tiempo así, pero sería peligroso quedarse sin suministros a mitad de alguno de los grandes desiertos que conformaban su camino.

-¿Qué tan lejos nos encontramos de la capital de Bicarría?- Le preguntó Dax Xyiró a su conductor.

-El mapa indica que muy poco, señor. Debemos estar a una hora o menos.- Le informó.

-Muy bien. Despiértame cuando lleguemos, haremos una parada en el castillo del virrey.- Le ordenó Dax Xyiró y volvió a recostarse.

Dax Xyiró mantuvo su mirada en el techo mientras intentaba descansar, sin embargo, sus pensamientos comenzaron a brotar.

-Aún no me puedo creer lo rápido que pasó el tiempo, hace nomás que tan solo un año, ambos no eran más que extraños y ahora... están casados. La muerte del virrey fue algo que a todos nos tomó por sorpresa. Qué frágil es la vida...- Seguía reflexionando.

Dax Xyiró quitó la mirada y se recostó de lado, cerrando los ojos y comenzando a sumergirse en sus pensamientos.

-De ninguna manera podría verme en una relación así, me niego y estoy segura que Hildra también, la conozco bien, a los dos en realidad, pero sé que ella era la primera mujer en defender el matrimonio por el amor..., pero tenía una obligación más grande que sus decisiones propias, una obligación con su pueblo... Si mi padre y hermano muriesen..., ¿el pueblo aceptaría la decisión de su emperador de casarme por amor?- Pensaba en silencio mientras el sueño lo comenzaba a atrapar.

Después de una larga siesta finalmente llegó hasta la capital del virreinato de Bicarría, el Estado que tenían de vecino al este.

-Señor Dax Xyiró, señor, señor.- Repetía constantemente el conductor al príncipe.

Dax Xyiró en algún momento finalmente respondió y comenzó a despertar.

-¿Ya hemos llegado?- Preguntó mientras se leventaba de su siesta.

-Así es, señor, de hecho, me he adelantado y he viajado hasta el castillo de una vez.- Le respondió.

Dax Xyiró soltó un fuerte bostezó mientras se tallaba los ojos.

-Debiste despertarme un poco antes entonces, seguro que ya le han avisado a mi prima que estamos de visita y no puedo saludarla con lagañas.- Le reclamó y comenzó a bajarse.

Los ojos de Dax Xyiró quedaron cegados por un momento por el intenso sol que hacía en el lugar, sin embargo, rápidamente se solucionó cuando su conductor le colocó una sombría, entonces sus ojos divisaron a una mujer con un largo vestido verde, una piel muy blanca, ojos coincidentemente amarillos como los de Dax Kuró y Dax Xyiró y el cabello blanco como el segundo y una característica nariz aguileña.

-¡Xyiró! ¡Qué sorpresa verte por aquí!- Exclamó su familiar, acercándose para darle un fuerte abrazo.

-Ha pasado mucho tiempo, Hildra. Me da mucho gusto volver a verte- Le correspondió el abrazo.

-¿Qué te trae por estos lares?- Le preguntó.

-Nos informaron que se han visto actividades sospechosas en nuestras fronteras al este, así que tengo que investigar al respecto.- Explicó Dax Xyiró.

-Sí, creo que nos ha llegado información al respecto también..., mi esposo es quién más información puede otorgarte.- Le comentó. -Sin embargo, él se encuentra ahora mismo resolviendo unos asuntos.- Explicó. -Será mejor que pasemos, allí podremos esperarlo hasta que salga de su reunión.- Le pidió a Hildra.

Dax Xyiró no tuvo inconveniente y fue junto a ella hasta el castillo, la edificación que más sobresalía al lado de las casas hechas de adobe que rodeaban el lugar. El viento soplaba fuerte, aún cuando habían algunos árboles alrededor del castillo, pero la falta de bosque o montañas alrededor del lugar se podía notar inmediatamente.

-¿Cómo han estado las cosas por aquí?- Le preguntó Dax Xyiró una vez dentro.

-No tan bien. Varias personas han iniciado guerrilla por causa de su inconformidad con nuestro gobierno monárquico, dicen que quieren gobernarse a sí mismos.- Le relató.

-Pensé que esas revueltas habían quedado en el pasado.- Cerró sus ojos por un momento y dio un fuerte respiro. -Con cada generación que pasa, es más difícil mantener un imperio unido.- Expresó.

-Sí, todo era más fácil para nuestros antepasados, cuando tan solo éramos un reino...- Compartió la opinión de su primo.

-¿Cómo se encuentra mi tía?- Cambió de tema Dax Xyiró.

-Me temo que ha caído enferma, pero los doctores dicen que nada grave, pero necesita descansar.- Le informó Hildra bajando la mirada. -¿Quieres que te traigan algo de beber? Seguro que debes estar sediento.- Le preguntó Hildra intentando cambiar de tema.

-¿Tienen horchata?- Preguntó Dax Xyiró.

-Por supuesto, bien sabes que aquí se prepara la mejor horchata, ¡gracias a que tenemos los mejores campos de cebada del continente!- Le respondió.

Dax Xyiró sonrió, sin embargo, comenzaba a impacientarse por esperar al virrey y prefería estar al aire libre, debajo de una sombra, pero al aire libre igualmente.

-Esperaré afuera, quiero respirar aire fresco.- Le informó Dax Xyiró.

Hildra formó en su rostro una mueca de desilusión, pero rápidamente buscó cambiarla a una sonrisa calmada.

-Muy bien, te llevarán hasta donde estés tu bebida.- Le respondió.

Dax Xyiró se sentó en uno de las sillas dispuestas en uno de los balcones del castillo. El sabor dulce y refrescante le recordaba los veranos de su infancia, sin embargo, su mente no le permitía dejar de preocuparse.
Finalmente, el esposo de Hildra, el virrey de Bicarría, regresó a casa. Al verlo, Dax Xyiró se levantó y lo saludó con respeto.




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