La Gran Guerra

10. Frío

El absoluto vacío fue interrumpido por el frío que las extremidades del príncipe Dax comenzaban a resentir, un dolor intenso como el de vidrio atravesando la piel lo despertó y con dificultad abrió los ojos.

–¿Dónde estoy? –comenzó a ver hacia los alrededores, pero la obscuridad consumía todo el lugar.

–Así que despertaste, el hielo ha de haberse comenzado a desvanecer –dijo Mûn desde atrás el príncipe.

–¿Este es tu plan? ¿Esconderme? –preguntó Dax burlescamente.

–Ríete lo que quieras…, pero debes entender que no puedo dejarte ir ahora –se levantó y comenzó a acercarse más, la luz celeste de sus manos inundó el lugar del que se desprendió un calor intenso que hizo encender unos leños en el piso. –No te sientas cómodo, pronto llegarán los refuerzos y te llevaremos a la capital.

–¿Tomar prisionero de guerra a un príncipe? Vais a pagar caro por esto –la amenazó.

–Príncipe Dax, si supieses del poder que tenemos en nuestras manos, no estarías haciendo amenazas tan atrevidas –se le acercó y le apretó las mejillas. –Tu ingenuidad podría costarte muy caro, así que será mejor que te comportes –le sonrió mientras le apretaba la cara con fuerza.

Mûn finalmente lo soltó y se sentó junto al fuego. El príncipe se quedó en silencio mientras pensaba en a qué poder podría referirse.

–¿Habrán podido escapar? –pensó Dax mientras veía al suelo.

El tiempo pasó y finalmente unas pisadas comenzaron a escucharse acercarse. Dax levantó la mirada y cuando la luz del fuego los alcanzó, se decepcionó al ver el inconfundible símbolo del Imperio del Hielo.

–Señora Mûn, qué bueno que finalmente la encontramos. El barco ya ha tocado costa, así que es momento de retirarnos.

–Muy bien, llevaos al príncipe –dijo levantándose y acercándose a uno de los hombres. –¿Lograron atrapar a alguno de los fugitivos?

Dax alzó los ojos y agudizó sus oídos hacia aquella conversación.

–Todos escaparon, señora, me temo que la mujer del Imperio del Tiempo nos superó en fuerza, intentamos alcanzarla, pero huyeron en una bestia alada.

–¡Hombres tenían que ser! –volteó a ver a Dax fijamente. –Vas a tener que contarnos un poco más de esa bestia alada, principe Dax.

Dax fue llevado a la fuerza por los hombres hasta la orilla del mar, allí un gran barco los estaba esperando y una vez arriba lo colocaron en una celda simple. Dax se recostó en la paja e intentó dormir, pero cuando estaba sumergiéndose en sus sueños, las pisadas firmes de Mûn comenzaron a acercarse.

–Se le ve cómodo, vuestra merced –se sentó junto a él.

–¿Qué quieres ahora? –respondió de una.

–¿El Imperio del Rayo está intentando domesticar dragones? –preguntó directamente.

Dax se quedó en silencio por un momento y entonces comenzó a sonreír.

–¿Y yo que voy a saber? Solo soy un prisionero más –respondió entre risas.

Sin embargo, sus risas fueron interrumpidas por una serie de puñetazos tan rápidos como el rayo que le fueron dados de un momento a otro.

–Espero que eso le haya refrescado la memoria, príncipe Dax –dijo cerrando despacio la puerta nuevamente.

Dax estaba recuperándose del aturdimiento de los golpes cuando irguió el cuello y volteó hacia Mûn.

–¿Piensas que unos simples golpes me harán abrir la boca? –le respondió.

–Cuide sus palabras, su majestad, podríamos tirarlo al océano como otro prisionero del montón –le advirtió.

–Inténtelo –le respondió Dax y entonces Mûn apareció frente a él como en un parpadeo. –No te atreverías, no tiene lo que se necesita.

Dax no sabe en qué momento ocurrió, pero su cuerpo repentinamente chocó contra el agua y su boca sabía salada. Intentó nadar aun con sus ataduras, mas solo se hundía más al no poder moverse con libertad.

El agua comenzó a penetrar sus pulmones mientras el aire que sus reservas de aire se acaban lentamente. Dax intentó nadar con todas sus fuerzas una última vez y entonces la nada lo consumió de nuevo.

Tras un tiempo indefinido, un fuerte golpe en el estómago lo hizo despertar mientras sentía como el agua de su cuerpo era expulsado con fuerza. La vida le había sido regresada, sin embargo, lo primero que notó fue que sus manos estaban libres nuevamente. Intentó cargar un hechizo, pero su cuerpo no respondió a sus órdenes.

–Espero que hayas aprendido una buena lección –le dijo Mûn mientras comenzaba a subir las escaleras.

Los hombres entonces comenzaron a amarrarlo nuevamente con nuevas cuerdas, así como sujetarlo con fuerza para que no pudiese resistirse. Fue finalmente lanzado a su celda original y abandonado todo el día.

El hambre se hizo presente y el sueño ya no era conciliable. Dax entonces se levantó y se acercó a los barrotes dando saltitos, intentó forzar que su mano saliese, pero fue inútil y solo se dejó la mano fuertemente lastimada.

–Necesito salir de aquí… –dijo Dax comenzando a empujar los barrotes con el cuerpo con fuerza, sin embargo, solo se hacía más daño a sí mismo mientras se desesperaba. –Es inútil… –dijo finalmente sentándose en el suelo. –Voy a hacerla pagar en cuanto tenga la oportunidad, me suplicará como una perra para que me detenga.

Dax miró hacia el techo y mientras el sentimiento del vómito y el hambre lo dominaban, quedó finalmente dormido una vez más.

El sueño de Dax se rompió antes del alba, no por el frío, ni por un sueño profundo, sino por el alboroto de la nave, pasos poco blandos sin contención alguna azotaban el techo.

Dax se incorporó despacio, las costillas le dolían por los golpes casi lo suficiente como para hacerle olvidar su hambre. El príncipe volteó hacia la ventana mas cercana y se topó con una noche obscura, era obvio lo que sucedía: Una tormenta se acercaba, de esas que eran capaces de hundir hasta el más grande navío como si fuese de papel.

Aunque la situación no sonaba la más acogedora, esta encendió una chispa de esperanza en el príncipe: Si la marea subía demasiado, los mástiles del barco crujirían, las guardias que patrullaban la cubierta bajarían la guardia para asegurar las provisiones y evitar que se rompiesennlas velas. Su futuro colgaba de fracciones de atención, de errores de disciplina; esta era su oportunidad. Dax se acercó a la puerta y la empujó lentamente, sintió que el hierro cedió sin hacer ruido.




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